Mari Entré corriendo al portal y me apoyé contra la puerta, sintiendo cómo el corazón me latía con tanta fuerza que me retumbaba en los oídos, mientras mis mejillas ardían como llamas. No recuerdo la última vez que me sentí tan… confusa, tan llena de vergüenza, pero a la vez invadida por una dulce agitación que no lograba comprender. Respiré hondo, tratando de calmarme. Escuché sus pasos alejándose y entonces subí a mi planta. Las manos me temblaban mientras rebuscaba las llaves en el bolso. Apenas crucé la puerta del piso, Silvia apareció en el pasillo con esa expresión de vecina preocupada que no sabe si abrazarte o interrogarte. —¡Menos mal! Ya iba a bajar con la linterna —dijo, soltando un suspiro digno de telenovela. —Estoy bien —le aseguré con una sonrisa que me tiraba hasta los

