CAPÍTULO III—Ahora, tome su desayuno, señorita Sabrina, y nada de tonterías!— ordenó la niñera en tono severo, como quien está acostumbrado a mandar en la sección infantil de la casa. —Estoy tratando de hacerlo— contestó Sabrina. Pero mientras hablaba comprendió que no podía tragar nada. La angustia y el llanto contenido habían inflamado y cerrado su garganta. Se levantó de la mesa y caminó hacia la ventana, para ver el pequeño jardín descuidado, con sus árboles de nogal y sus enormes arbustos de jeringuilla. Los capullos en flor empezaban a aparecer, cuando los arbustos florecieran, pensó llena de desventura, ya se habría marchado de la casa y no los volvería a ver nunca. Volvió la cabeza y vio que su niñera tenía lista la bandeja del desayuno de su padre. —Yo se lo subo, nana— dijo

