—No te enfades… —Dijo Augur todavía riendo mientras se trepaba sobre el camello. Aleksanteri mantuvo el gesto de desconcierto, mientras su entrecejo se arrugaba. —Vamos que tenemos que seguir. Aleksanteri respiró hondo, sin agregar nada más. Ambos caballeros mantuvieron una enorme sonrisa durante largo rato. Pronto miraron los rayos del sol tocar las arenas, disipando la oscuridad. Mantuvieron la marcha, yendo por el desierto como si sólo ellos fueran los únicos hombres que pudieran existir sobre las vastas arenas. Pero en el profundo silencio se escuchó el graznido de un ave, Aleksanteri elevó la vista a las alturas mirando un águila volar. Al posar su atención al frente creyó que quizá el calor del sol abrazador le hacía mirar algo inconcebible, las verdes palmeras se alzaban co

