Pese a seguirlos, Aleksanteri podía mirar que los camellos avanzaban en la oscuridad de la noche como si miraran en las penumbras. Acomodó la kufiya al rostro, manteniéndose alerta. El signo de peligro no se había disipado dentro de sí. En sus pensamientos escuchó un canto dulce; uno que él reconocería en cualquier parte, el mismo que solían recitar en dulces versos las völvas, mujeres llenas de conocimiento que apoyaban en las ceremonias antes de las batallas. El tierno canto llegaba a su alma, especialmente cuando recitaba los nombres de sus hermanos de batalla. Cerró los ojos, dejando que el suave canto le llenará por completo. Solían ellos también acompañar en el canto, pronto también comenzó a escuchar al resto de los guerreros, entonar la melodía con facilidad. Al acompañar con s

