3. El precio de soñar -1

3495 Palabras
4 años más tarde... En la cocina del pequeño departamento de Tessa, a las 7 de la mañana, Reggie tarareaba una de las canciones de su banda favorita. La escuchaba con sus audífonos puestos mientras recogía de la encimera algunos libros para guardarlos en su mochila, luego de hojear por última vez el contenido para un examen que tendría esa mañana. Después de tantos años seguía escuchando la misma agrupación como ninguna otra, era una de las cosas que más lo relajaba y le ayudaba a tener mayor concentración en los momentos en los que se pudiera sentir abrumado. —Buenos días, cariño... —le saludó Tessa cuando pasó por detrás de él, apresurada en su uniforme de trabajo, blanco con bordes azules. Reggie no dio respuesta, ni siquiera se percató de que su tía se salido de su habitación, por lo que Tessa ladeó su cabeza al igual que su sonrisa, observándolo guardar diligentemente sus cosas del colegio, seguía admirando que su sobrino fuera un chico bastante aplicado en sus estudios. En vista de que no la escuchó, Tessa dio un paso hacia adelante y levantó la almohadilla del auricular. —¡Hey! Dije buen día —repitió su saludo con el mismo movimiento. Reggie inmediatamente se giró en su dirección y se quitó el dispositivo de las orejas, dejándolo colgado en su cuello. —¡Tía! Buenos días... no te había visto. —Ya me di cuenta... —añadió observando sus orejas un tanto enrojecidas por las almohadillas—. ¿Estás seguro de que esas cosas no te enfermarán las orejas? —preguntó apuntándose la suya, expectante.. —No, no pasa nada —respondió con una leve sonrisa. En algunas ocasiones pensaba que Tessa actuaba como una señora de avanzada edad, a pesar de tener 45 años y, esta era una de ellas—. No te preocupes por eso Tessa, no se me derretirán las orejas, como dices, ni se deformarán —bromeó repitiendo lo que muchas veces ella mencionaba con respecto a los auriculares. Tessa soltó una bocanada de aire con resignación por enésima vez, les tenía recelo a los dispositivos tecnológicos, tanto que hasta se negaba a usar teléfonos móviles. A pesar de haberle obsequiado uno a Reggie en su cumpleaños, decía que 'no deseaba que un aparato de esos absorbiera su poco tiempo libre', por lo que quería evitarlos. Por otro lado, a Tessa no le agradaba mucho que él la llamara por su nombre y de vez en cuando él lo hacía por diversión. Ella lo miró con sus ojos entrecerrados, sabiendo cuál era su intención, hizo un gesto de fingida ofensa y se dio vuelta para empezar a preparar el desayuno. —Ya lo adelanté —le interrumpió Reggie—, tu desayuno está aquí, preparado para llevar. Él alcanzó un envase junto a él sobre la encimera y lo palpó, por lo que ella se aproximó hacia él para pellizcarle las mejillas. —Awww, gracias, cariño —le estampó un beso en la frente—. Aunque... sabes que no me gusta que te metas en la cocina, ¿qué pasa si te haces daño? —él viró sus ojos. —Ay, por favor, tía... tengo 17, no 4 años... me gusta ayudarte —refunfuñó—. Lo necesitas... Tessa hizo un puchero dramático y prefirió no objetar, realmente se sentía bien recibir algo de ayuda cuando algunas veces estaba tan agotada por las horas extra de su trabajo, eran un pequeño equipo. Además, sabía en el fondo que era ventajoso para él que fuera un chico independiente. —A veces olvido que ya no eres un niñito. Reggie resopló con una mueca divertida, pero que le hacía esconder cierta timidez, y volvió a su mochila. A pesar de los años que tenía bajo la tutela de su tía, todavía quedaban rasgos de retraimiento que poco a poco había sabido disimular, por lo que las muestras de afecto efusivas de Tessa a veces solían tomarlo por sorpresa; sin embargo, esa manera de tratarlo con tanto cariño, para él significaba mucho, le brindaba aquella calidez que necesitó desde la ausencia de su madre. Para Tessa, Reggie era lo único que quedaba de su familia cercana, no tenía esposo, tampoco hijos, pues, había enviudado joven y no se dio otra oportunidad. Tessa cogió el envase con su desayuno y lo guardó apresurada en su bolso junto con algunas servilletas, estaba algunos minutos retrasada. No obstante, el tiempo que tenía de demora no le impidió tomarse un momento más para hacer algo que resultaba importante para ella y para su sobrino también, aunque él dijera lo contrario. Tessa sacó un papel de uno de los bolsillos delanteros de su blusa, lo desdobló con delicadeza y colocó sobre otros en la puerta del refrigerador, sostenido con un imán de mariposa dorada. Reggie había percibido los movimientos de Tessa con el rabillo del ojo, pero no le dio gran importancia en ese instante. Él igualmente estaba a punto de salir de casa hacia la parada en donde lo recogería el autobús escolar, así que, guindó su pesada mochila de sus hombros para ponerse en marcha. Cuando se dio vuelta para despedirse de su tía miró con detenimiento lo que ella acababa de colgar en elrefrigerador. Se llevó una sorpresa al notar que se trataba de un listado con las calificaciones de los mejores 10 estudiantes de toda la institución, encabezada por él. Tessa lo había resaltado en naranja orgullosamente. —¿De dónde lo sacaste? —indagó con una mezcla de confusión y entusiasmo. —Me la hizo llegar Owen —contestó despreocupada—. ¿Te molesta? —No —se encogió de hombros—, pero ¿no es demasiado? —Quiero presumir lo inteligente que es mi adolescente, ¿acaso no puedo? También podría pegarlo de mi blusa para que más gente lo vea. Tessa le sacó una silenciosa risa que quiso ocultar frotándose el bozo, consideraba que a veces exageraba cómo presumía sus buenas calificaciones, pero era agradable experimentar que era el orgullo de alguien. —En el refrigerador está bien, Tessa —ahora fue ella quien viró sus ojos por haberla llamado por su nombre una vez más. —Ve con cuidado, cariño... nos vemos por la tarde. —Recuerda que iré a ayudarte un rato después de clases —dijo cuando caminaba hacia la salida. —Recuerda que después del trabajo vas a un barbero —le recordó Tessa con ironía. —¿Es en serio? —refunfuñó deteniéndose. —Los barberos también se alimentan y esa es mi condición para que me ayudes hoy. —Ashh, bien... —gruñó. Reggie ahora era un chico alto y delgado, que a veces lucía un tanto desaliñado con su cabello un poco largo, por lo que Tessa le insistía hasta el cansancio que fuera por un corte. Su apariencia expresaba todo lo opuesto a cuán pulcro y ordenado era con sus responsabilidades y pertenencias. Aquel aspecto desordenado tenía una razón alejada de los simples caprichos de un adolescente rebelde. No le gustaba ver su reflejo en el espejo y esta razón guardaba otras más. Reggie se empeñaba en ir a ayudar a Tessa en el trabajo cuando tenía tiempo libre. Ella no estaba tan conforme con que lo hiciera, pero se lo permitía para no desalentarlo, dejando solo que trapeara algunos pisos del ala de consultas en el hospital en donde laboraba. Por ningún motivo dejaba que se acercara a espacios que pudieran tener agentes contaminantes, ni habitaciones de hospitalización, ella era bastante sobreprotectora con ‘su adolescente’, como le decía a veces. A pesar de todo, aquel lugar era un escenario de inspiración para Reggie, él veía a los médicos pasar de un lugar a otro en sus batas blancas o en atuendos verdes, en ocasiones algunos dando carreras después de que eran llamados a presentarse en urgencia o quirófano para atender una emergencia que los requiriera. El hecho de verlos apresurarse para ayudar a alguien le resultaba mucho más inspirador. Definitivamente, aquel campamento de verano al que asistió unos años antes y en donde conoció a sus amigos, marcó un antes y un después en su vida. Supo que el prestigioso colegio al que asistía Owen tenía un sistema de becas, por lo que terminó haciendo la solicitud. Haber participado en aquellas actividades de matemáticas le sumó puntos a esa solicitud, además de sus impecables calificaciones. De ese modo, no le fue tan difícil conseguir esa beca. Un año más tarde, Eros se les unió de la misma manera que Reggie. Ahora Reggie estaba esforzándose para conseguir una beca más y esa era la universitaria, estaba casi seguro de que se la darían si seguía en el primer lugar de la lista de los mejores estudiantes. «¿Y, por qué no ser un médico?» Se decía soñando con el día en que le aprobaran esa beca. Era su aspiración más grande y osada, 'pero no imposible', como Tessa le aseguraba. *** Reggie se trasladaba en el autobús escolar, éste lo había recogido minutos antes cerca del edificio en donde vivían, normalmente se ubicaba en los primeros asientos. Por un tramo iba con el puesto de su lado desocupado a la espera de que Eros subiera unas calles más adelante. Él estaba concentrado leyendo un libro, “Cómo ser un Hombre. Guía de Estilo y Comportamiento Para el Caballero Moderno”, de Glen O’Brien. A veces le gustaba ese tipo de lecturas que explicaban con una dosis de humor y realismo el comportamiento adecuado del hombre moderno. Pensaba que era su forma de reforzar lo que recordaba de aquellas conductas adecuadas de un caballero de las que su madre le hablaba cuando era un niño, pero de las que no tuvo buenos ejemplos. El autobús se detuvo y abrió sus puertas. Reggie alzó su vista hacia el frente únicamente para observar la calle por el parabrisas del vehículo pensando que era la calle de Eros, pero se dio cuenta de que aún faltaba y volvió su atención hacia las páginas de su libro. Él escuchó los pasos de ese nuevo pasajero subiendo el estribo, sin prestarle mucha atención, hasta que esa persona se dejó caer a su lado sin preguntar antes, todo el que subía habitualmente a ese autobús sabía que ese lugar era de Eros. Reggie apenas alzó su cabeza de nuevo, giró levemente y terminó de observar de reojo al intruso. Éste de sonreía ampliamente, pero no era una sonrisa cortés y amigable, era una fingida cargada de malicia. —O'Donnell... —dijo entre dientes y de mala gana—. Este puesto está ocupado. —Oh, Uveda... lo siento —se disculpó en un tono hipócrita—. Como sabrás es la primera vez que subo a uno de estos... transportes —hizo una mueca de desdén, acompañada del chasquido de su lengua—. Deberías sentirte privilegiado porque lo he hecho únicamente para hablar contigo, ¿sabes? Reggie enarcó una ceja, receloso. Estudiar en una institución prestigiosa tenía sus privilegios, pero también sus desventajas, una de ellas era lidiar con los chicos pretenciosos que pensaban tener el mundo en sus manos. Reggie era el blanco de algunos de ellos cuando estaba solo, sobre todo del competitivo Lucio O’Connell. —¿A qué se debe el honor de que el lord haya dejado su carruaje para cruzar palabras con este plebeyo? —preguntó con ironía. —Bien, vayamos al grano... —dijo pasándose los dedos por su sedosa cabellera oscura—. Te vengo a traer una jugosa oferta que no podrás rechazar —su tono burlesco era inconfundible. «¿Con qué pendejeadas vendrá éste ahora?» se preguntó Reggie observando hacia el exterior. Seguidamente, Lucio sacó su billetera, y de ella dinero que dobló a la mitad y colocó entre sus dedos, moviéndolos, enseñárselos a Reggie como un perverso apostador intentando atraer a una nueva víctima a su trampa. —Aquí hay 500 euros que pueden ser tuyos. —No soy uno de tus seguidores, no haré ridiculeces por tu dinero, a estas alturas deberías saberlo —respondió tajante. —No, no... No harás tal cosa —se le podía percibir la hipocresía en su timbre—. Solo tienes que obtener baja puntuación en los siguientes exámenes, ya sabes, todos estos exámenes finales. Reggie rio sin gracia en su cara a la vez que negaba con su cabeza, por lo que el chico sacó unos billetes más. —Aquí hay mil —los abanicó entre los dedos nuevamente —. Estoy seguro de que en tu vida has tenido esta cantidad junta en tus manos. Por unos segundos, Reggie miró el dinero, era cierto que resultaba ser bastante dinero para él y probablemente le podría servir para resolver algunos pendientes, pero ¿después qué? —Mis calificaciones no están a la venta, O’Connell —respondió seguro pasando su mirada de los billetes a su cara con frialdad—. No, gracias. —Creo que no estás entendiendo... —guardó el dinero—. Piénsalo bien, sería lamentable si te equivocas en tu decisión, Uveda. —¿Es una amenaza? —Es una negociación que nos conviene a ambos... funcionaría así, si tus calificaciones resultan bajas hoy, ganaras nada más y nada menos que los primeros 500 euros. Necesito ese primer lugar, tu no harás nada con eso al final del día —dijo con menosprecio—. La gente cómo tú se queda limpiando inodoros y trapeando pisos, una beca no sirve de mucho, porque supongo que todo esto es por eso. Reggie adoptó una posición rígida pensando en que quizás tenía razón en lo que decía, sin embargo, sus palabras no estaban haciendo flaquear sus ganas de intentarlo. Una vez más, el transporte se detuvo, fue cuando Eros subió, inmediatamente puso sus ojos en O’Connell con severidad y éste se levantó del asiento sin objeciones. —Piénsalo, Uveda, tienes poco tiempo —le recordó cuando se dirigía hacia los asientos de atrás, para rodearse de los conocidos que le adulaban. Eros se sentó en su lugar habitual y se dio cuenta de que Reggie estaba algo incómodo. —¿Está todo bien? —Si —asintió repetidamente—. Solo es O’Connell, siendo O’Connell, hablando sandeces. A pesar de que Eros también era un chico becado, en una institución en donde abundaban los jóvenes presuntuosos y acaudalados, nunca recibía comentarios despectivos en su cara, su imponente apariencia infundía respeto. Lucio O’Connell era el hijo predilecto de los dueños de un importante banco de España, estaba a punto cumplir la mayoría de edad. Le habían prometido que su obsequio sería un auto deportivo si llegaba al primer lugar del listado, estaba en el segundo, sino, se debía conformar con un auto cualquiera. Y él siempre conseguía lo que quería. *** Los objetivos eran claros para Reggie, no había nada que pensar. No estaba en discusión vender su impecable puntuación por 1000 euros, aunque los necesitara. Como siempre, Reggie terminó en tiempo récord su examen, obteniendo la calificación perfecta dada instante cuando el profesor revisó la evaluación. Ahora tendría que esperar a Eros y a Reggie fuera mientras culminaban. Mientras, se encaminada a la salida del aula, pasó la mirada hacia sus compañeros concentrados en sus asientos, pero se topó con la de Lucio, quien lo seguía con sus ojos enrojecidos de ira, a lo que Reggie le respondió con una sonrisa ladina. Reggie se dirigió a las gradas del campo de fútbol, en donde esperaría que Owen y Eros se les unieran al culminar. Aquel lugar estaba solitario, a lo lejos solo se veía a un grupo de niños en su clase de educación física. Él tomó asiento en el cuarto peldaño y, en vista de que todo estaba solo, sacó un cigarrillo y un encendedor que llevaba ocultos en el bolsillo de la polo que usaba debajo de su sudadera. Reggie soltó la primera bocanada de humo tras encenderlo y apoyó los codos de sus rodillas, mientras mantenía sus manos juntas escondiendo el cigarrillo tras ellas. Por un momento recordó la propuesta de Lucio, que obviamente contenía una señal de amenaza mezclada con sus billetes. «¿Y si no la aceptaba qué?» Llegó esa pregunta a su cabeza. Normalmente el chico hostiaba a los más débiles y a los becados, pero hasta donde tenía conocimiento, aquello no pasaba de burlas de pasillos. «Al carajo, niño mimado. No sacrificaré mi intento de obtener esa beca por el capricho de cualquiera.» Concluyó tomando otra bocanada de humo de su cigarrillo. Reggie volvió a poner su atención en el grupo que hacía ejercicios en el campo, mientras que el humo que dejaba salir de a poco se lo llevaba la fresca brisa de primavera. Un par de niñas se empujaba “disimuladamente”, aunque sus expresiones denotaban desagrado una por la otra, entretanto el instructor les daba la espalda cuando hacía una demostración de lo que debían hacer. Una de esas dos jovencitas inquietas no podía pasar desapercibida con su liga gruesa color verde neón recogiendo su cabellera larga. Selene estaba en su clase de educación física. «Por lo visto, masmelo encontró a su némesis.» Se le dibujó una sonrisa sin darse cuenta al verla malhumorada, escasamente la había visto así. De un momento a otro, cuando Selene vio al solitario Reggie en las gradas, sacudió su mano desde donde estaba para saludar, transformando de inmediato su seriedad en aquella habitual sonrisa radiante, ella sabía que su hermano y amigos siempre se reunían en ese lugar, por lo que no era raro ver a alguno de ellos por ahí. El saludo lo tomó desprevenido y empezó a toser ahogado por el mismo humo, cayendo en cuenta de que se distrajo por completo mirando hacia allá. Él apenas movió su mano para responder el saludo e instantáneamente apagó el cigarrillo y se deshizo de él con disimulo. —¡Hey, Uveda! —Una voz masculina se escuchó con enojo muy cerca de Reggie, lo cual llamó su atención inmediata. Lucio apareció furioso con un compañero más y, sin darle tiempo a Reggie de reaccionar, lo tomó por el cuello de la sudadera y lo empujó con gran fuerza, haciéndolo caer estrepitosamente unos peldaños más abajo. Reggie se puso en pie rápidamente, a la vez que se frotaba uno de sus brazos. —¿Qué carajos te pasa? ¡Enloqueciste! —preguntó Reggie con una mezcla de enojo y sorpresa. César, uno de los futbolistas estrella del colegio y amigo de Lucio, le dio un empujón más que lo sacó de las gradas, para llevarlo hasta detrás de ellas en donde nadie los viera. Rápidamente atrapó los brazos de Reggie con fuerza hacia su espalda, tan fuerte que le lastimaba y limitaba su movilidad. —Te dije que pensaras bien en tu decisión —le recordó Lucio apuntándolo con el índice y gestos iracundos. —Te di una respuesta inmediata, no estoy interesado —sostuvo seguro tratando de zafarse. Aquello enfureció más a Lucio y, sin perder el tiempo le propinó un primer golpe en el estómago que lo dejó sin aire, haciendo que se doblara por el dolor. —Creo que ya es suficiente con esta advertencia, Lucio —dijo César—. Vamos, él sabrá interpretarlo. —¡No! Maldito bicho raro, le di una oportunidad para que ganara un dinero fácil y la desaprovechó. —Nos podemos meter en problemas. —Los becados no tienen voz ni voto, nadie le hará caso si habla. ¿Recuerdas al chico Sánchez y a Montés? César asintió recordando que le hizo tanto bullying a aquellos chicos, que a pesar de las quejar, terminaron renunciando. Reggie estaba inclinado, sin poder liberarse ni tocarse dónde le dolía, gracias al agarre. Lucio se inclinó para ver más de cerca su expresión adolorida. —Dime algo... —le palmeó fuerte su hombro—. ¿Acaso crees que una beca te sacará de la mugre? Una beca no te hará dejar de trapear pisos y limpiar inodoros —dijo en tono burlesco—. Ahora, ¿vas a reprobar para el próximo? —Mis calificaciones no están en venta —repitió orgulloso con voz baja y tos. Reggie se negaba a darle la razón a Lucio sin importar que volviera a golpearlo. Lucio se levantó y echó su brazo hacia atrás para darle un puño invertido más, en vista de que no obtenía respuestas a su favor. Estaba furioso de que no le obedecieran, pero justo en ese momento, un fuerte puntapié en la tibia lo hizo detenerse. —¡Déjalo, idiota! —le gritó Selene. Cuando Lucio buscó la causante de su molestia, observando hacia un lado y abajo, se encontró con la pose retadora de puños en la cintura y mirada nada temerosa y enojada de la menor de los Meyer. Atrevidamente le dio otro puntapié en el mismo punto.
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