Selene caminaba con afán por uno de los pasillos de su colegio, uno que conducía al comedor. A su paso, algunos estudiantes de otras clases le saludaban con familiaridad, respondiéndoles cortésmente con una sonrisa a la vez que abanicaba su mano, aun cuando había quienes no recordara conocer. Era bastante popular, a pesar de no hacer esfuerzos por alimentar esa popularidad. Le gustaba vestir a la moda, con brillos y colores divertidos, accesorios, o lo que fuera que le gustara llevar cuando no usaba uniformes, pero sin hacer a un lado su peculiar y extrovertida personalidad que a veces llegaba a contrastar con su apariencia refinada. Quizás esa desentonación genuina era lo que más la hacía ser admirada.
Una vez que cruzó la puerta del comedor, se detuvo brevemente, repasando ansiosamente las mesas ocupadas, hasta que ubicó a quienes buscaba con su vista, por lo que se dirigió en esa dirección con premura.
Tan pronto llegó a la mesa, tiró su mochila en una de las sillas desocupadas, impaciente, haciendo ruido y llamando la atención de las dos personas que la ocupaban.
—¡Vaya! Hasta que finalmente llegas, Meyer —le dijo la chica, Martina—. No entiendo cómo una persona puede demorar tanto lavándose las manos.
Selene resopló y empezó a recogerse la larga cabellera en una coleta alta con una liga gruesa color verde neón.
—Se debe comer con las manos limpias, sobre todo si vas a hacerlo sin utilizar algún utensilio —estiró sus brazos hacia el frente después de entrelazar sus dedos y hacerlos sonar—. ¿Dónde están mis tacos? —preguntó dejándose caer en la silla. Se le hizo agua la boca solo con mencionarlos.
—Por supuesto... —respondió ladeando una mueca con presunción.
Martina sacó una bolsa de papel de su mochila y la colocó frente a Selene, quien la tomó con un zarpazo tan pronto tocó la mesa.
—Calma, Sel, ¿es que no te alimentan en tu casa? —bromeó—. Un día de estos le preguntaré seriamente esto a tu hermana.
—En casa no preparan estas cosas... —olfateó extasiada, como un suspiro.
Debido al arrebato nada normal de Selene, Matthew, el tercero en la mesa, miraba con extrañeza la bolsa en sus manos y cómo casi introducía su cabeza entera en ella, él también percibía un olor a comida que se hizo más fuerte desde que ella abrió el paquete. Olfateó suave, le pareció agradable y provocativo aquel olor.
—¿Tacos? ¿Qué is ‘tacos’? —indagó con gran curiosidad en su español imperfecto y notorio acento extranjero.
—¿¡No sabes qué son los tacos!? —Selene elevó su voz, impactada.
Matthew miró hacia todos lados aún más confundido. Por la manera en que Selene preguntó sorprendida aquello, le daba a entender que era algo que todos conocían, excepto él.
—No, ¿eso isss...? —le hizo un ademán con la mano que pedía continuar con una aclaración.
—ES —Martina hizo ahínco para corregirle— un plato típico de la gastronomía de mi país natal —le respondió amablemente—. Y, no es por presumir, mi abuela hace los más deliciosos.
—Oh, curioso...
Selene terminó de sacar uno de los tres envoltorios del interior de la bolsa y se lo extendió a Matthew, lo cual él aceptó dudoso mientras lo examinaba.
—Te comparto uno, tómalo como regalo de bienvenida de parte de Martina... pero te lo comparto solo por esta vez —entrecerró sus ojos viéndolo—. Normalmente no comparto mis tacos... —dijo en su intento de voz “misteriosa”.
—Okey, esto es raro... —aseguró pasando su mirada preocupada de Selene hacia Martina.
—No le hagas caso —sacudió su mano en dirección al chico, conteniendo una risa por su expresión—. Si te gustan, para la próxima le pido a mi abuela que prepare unos extras. Claro, si te sigues juntando con nosotras.
—Gracias...
—Yo creo que se queda con nosotras, al menos no se aburrirá —aseguró Selene con una risita.
Seguidamente, Selene quitó el envoltorio con rapidez y, a medida que ese olor se alborotaba, sentía que su saliva gotearía. Una vez lo quitó, abrió su boca todo lo que podía e introdujo gran parte del taco, llegando hasta a hundir su nariz en el relleno de la tortilla de maíz. Matthew, apenas había empezado a quitar el envoltorio delicadamente, pero la manera tan grotesca de Selene comer lo dejó tan impactado que se distrajo, abriendo sus ojos con desmesura, uniendo su entrecejo y separando sus labios con un ligero gesto de desagrado que le salió inconscientemente. Por su lado, Martina se apretó la boca con una mano para no soltar una carcajada, cada gesto de espanto del chico nuevo de su clase era todo un espectáculo que podría ser digno de grabar, lo cual no hizo para no parecer grosera.
—¿Qué? Está delicioso —pronunció con la boca llena, cuando vio el rostro de Matthew, tenía restos de comida en la punta de su nariz y la comisura de la boca.
—Inhalaste el taco —respondió aun con ese gesto de desagrado inconscientemente.
Martina no pudo contener más su carcajada, extendiéndole una servilleta a Selene. Al parecer, era la primera vez que el chico veía a alguien comer de ese modo.
Matthew probó el taco, dándole una mordida pequeña y sin ensuciarse, inmediatamente enarcó sus cejas y levantó el pulgar con aprobación cuando sintió la explosión de sabores de una sazón totalmente diferente a lo que acostumbraba a comer.
Martina Hernández, era una jovencita mexicana, de piel bronceada y una hermosa cabellera rizada, había llegado a España con su familia cuando era solo una bebé. Selene y ella se hicieron amigas desde que empezaron el preescolar, iniciando muy al estilo de Selene, acercándose a Martina sin disimulo, atraída por los rizos de su cabello. Poco a poco Martina empezó a ofrecerle de probar de esos platillos típicos de su país natal preparados por su abuela, volviéndose una adicción para Selene, por ello, los devoraba como si tuviera semanas sin comer.
Por su lado, Matthew Adamson, era un chico muy pálido de cabello castaño claro y ojos ámbar, oriundo de Islandia. Matt apenas tenía una semana de haber empezado en ese colegio, ellas lo acogieron mientras se adaptaba a su nuevo ambiente escolar, también tenía poco tiempo de haber llegado a España después de que trasladaron a su padre por trabajo. Su español era bastante torpe, pero cuando tenía dificultades, optaba por utilizar el inglés, era una institución bilingüe y eso le favorecía.
***
Selene se hallaba en medio del campo de futbol, tirada sobre el césped, boca arriba con las manos de lado a lado mirando hacia el cielo, el brillante sol le daba directamente en el rostro, pero parecía que no le molestaba. Martina y Matthew le hicieron sombra cuando se interpusieron entre el sol y ella, mirándola desde arriba.
—Awww, me siento muy pesada —les dijo Selene con voz quejumbrosa.
—¿Quién rayos se come dos tacos en menos de 5 minutos, más una gaseosa antes de hacer ejercicios? —recriminó Martina.
Escasamente habían transcurrido 20 minutos desde que Selene se devoró los tacos que le llevó Martina y tenía esa sensación de llenura que solo le provocaba estar recostada.
—No me arrepiento de nada...
—¿Se enfermó? ¿Y, se va a murir por tacos? —interrogó Matthew inocentemente.
—¡Nah! No se va a MO-rir —hizo énfasis en “mo” para ayudarlo a perfeccionar su español—. No es de gravedad. Quizás vomite si hacemos ejercicios fuertes.
Matthew nuevamente hizo un gesto de desagrado que se le dibujó inconscientemente.
—Mi consejo número uno, Matt. No te rellenes como puerco antes de ejercitarte.
Martina no hacía más que reírse por las expresiones que adoptaba Matt, de momentos, ella era una especie de traductora de comportamientos extraños para él. Hasta ahora, Matthew no asimilaba la peculiaridad de Selene, sentía que trataba más con un chico regordete y de extrañas costumbres que con una niña de facciones estilizadas. En cambio, Martina, era todo lo opuesto y su personalidad delicada iba más con su apariencia exótica, desde su punto de vista.
—Comencemos, chicos... —dijo el instructor apareciendo de pronto y ajustando un cronómetro que llevaba colgando de su cuello.
Todos los niños que estaban dispersos por medio campo de fútbol se apresuraron y alinearon frente al instructor obedientemente, como si se tratase de un pelotón de soldados. Selene quedó justo al lado de Melania Montañez, una jovencita pelirroja con la que siempre se peleaba, ésta se esforzaba en ser el centro de atención y Selene la opacaba sin esfuerzo alguno.
Ellas se rozaron los hombros, cosa que les molestó, por lo que empezaron a empujarse con “disimulo”, una y otra vez, más constante, mientras el instructor les explicaba una actividad dándoles la espalda.
—No me toques, rara... apestas a comida —masculló Melania y Selene restregó más su hombro de ella.
—Toma un poquito de mi olor, envidiosa, mona aulladora —respondió bajo.
Melania le volvió a dar con el hombro a Selene aún más fuerte, haciendo que chocara con otro compañero, le irritaba que le llamara 'mona aulladora'. Esta vez el instructor se percató del alboroto, se dio vuelta y viró sus ojos con fastidio cuando supo que se trataba de ellas dos, no había una sola clase en la que no discutieran.
—Ustedes dos —las señaló con el índice—, sepárense. Meyer, vete al inicio de la fila y Melania, al final.
Melania iba zapateando, cuando obedecía a regañadientes al instructor, mientras que Selene caminaba en la otra dirección con expresión severa y de brazos cruzados. En ese momento, por costumbre, pasó su mirada hacia las gradas, recordando que casi siempre que tenía clases de Educación Física, Owen y sus amigos estaban allá, era en donde se reunían cada vez que tenían unos minutos libres. Fue entonces que vio a lo lejos a Reggie y no dudó abanicar todo su brazo y mano para saludar, cambiando su seriedad a una amplia sonrisa. Cuando se formó nuevamente al inicio de la fila, el instructor se había dado vuelta otra vez.
Selene pasó su vista una vez más hacia las gradas, esperando ver que Owen ya se estuviera instalando, pero presenció el momento justo en que un chico tomaba Reggie por el cuello de la sudadera y lo tiraba, además, éste estaba acompañado. Ella adoptó una posición de incertidumbre y duda, tratando de pensar rápido en qué hacer; sin embargo, su decisión no fue informar al instructor, sino actuar impulsivamente y pegar una carrera en dirección a las gradas sin decir una sola palabra.
—¡Hey, Meyer! ¿A dónde vas? —gritó el instructor cuando se percató de que se alejaba a toda prisa.
—Es que creo que fue a vomitar... —le dijo Martina acercándose a él de inmediato, como un secreto.
El instructor dejó caer sus brazos, malhumorado y resoplando.
***
Selene estaba frente a Lucio levantando sus puños como si fuera un chico que le doblara la estatura o tuviera la complexión de Eros, cuando apenas medía aproximadamente 1,31 metros. La tibia de Lucio molestaba por el par de puntapié que le dio, pero evitó demostrar que era así, eso antes que dar a entender que una niña lo había lastimado. César peló sus ojos cuando se dio cuenta de quién era la osada jovencita.
Reggie se quiso zafar con más razón, desesperado, temiendo que Lucio reaccionara de la peor forma. César liberó sus brazos y elevó sus manos como si lo estuvieran apuntando con un arma.
—Selene, ven detrás de mí —le ordenó Reggie, titubeante, a la vez que intentaba recuperar la compostura.
—Escuché lo que te dijo, no es justo —recriminó molesta.
—Vámonos, Lucio, nos vamos a meter en problemas por esta niña. ¿Sabes quién es su mamá?
—Selene, ven... —murmuró Reggie, severo, dando la misma orden.
Ella bajó sus brazos e iba a obedecer.
—No seas ridículo, César. Sujétalo de nuevo —exigió dando un paso hacia adelante.
Lucio puso su mano en el rostro entero de Selene y la empujó hacia un lado con el mismo movimiento para abrirse paso, parecía que quitaba del medio un objeto cualquiera.
Selene no había terminado de llegar al piso cuando en milésimas de segundo, Reggie le estaba volando encima a Lucio, como un leopardo saliendo de la nada para atacar a una presa. Se escuchó un sonido seco cuando ambos cuerpos colisionaron. Con ese mismo impulso, Reggie lo derribó enfurecido, quedando sobre él y empezando a golpearlo tan fuerte como pudiera. Lucio trataba de quitárselo de encima, golpeando su rostro o donde sus manos llegaran, pero parecía que Reggie no sentía sus puños. Su amigo solo se quedó congelado viendo la escena, al igual que Selene.
César vio que se acercaban a toda prisa Eros y Owen, por lo que pegó una carrera, huyendo. Lo que menos quería era recibir un golpe del moreno fortachón.
Lo primero que hizo Owen fue dirigirse a Selene para examinarla con preocupación, mientras que Eros levantó a Reggie por la cintura como si fuera un pequeño costal de harina para quitárselo a Lucio de encima, pero él sacudía sus brazos y piernas en dirección a Lucio queriendo seguir. Verlo tan iracundo era algo desconcertante para Owen y Eros, pues, nunca, durante esos 4 años que tenían conociéndolo, lo habían visto tan enojado.
—Mierda, hombre, cálmate —pidió Eros.
—¡Él la empujó! —gritó con rabia.
Al escuchar aquello, Owen se giró buscando a Lucio con la mirada, como si estuviera poseído, luego, fue él quien se abalanzó de nuevo sobre Lucio salvajemente cuando éste se estaba incorporando para emprender su huida.
Aunque su hermano se estuviera peleando con Lucio en ese momento y Eros pegara gritos pidiendo parar mientras sujetaba a Reggie para que no se le uniera a Owen, Selene no salía de su impresión. Tenía sus ojos puestos en Reggie cuando alrededor era un alboroto. No porque estuviera atemorizada por esa faceta que acababa de presenciar del chico tímido y asustadizo, sino porque resultaba impactante que alguien más la defendiera de esa manera tan feroz, solo era normal en Owen.
La mirada furiosa de Reggie se encontró con la asombrada de Selene, fue lo que hizo el 'click' que le calmó instantáneamente.
—¡Alto! ¡Alto! —gritó exaltado el instructor de Selene, interfiriendo.