Capítulo uno.
Lea Díaz.
¿Y si se quema? Aunque hasta ahora se ve con un buen color, quizás siento que se va a quemar porque estoy siendo muy negativa.
Retrocedo unos pasos, y lentamente extiendo el cucharón hacia el asalten para voltear el huevo.
En el momento que el cucharón y el aceite tienen contacto, pequeñas chispas de aceite caliente empiezan a salir del asalten.
Yo no me voy a quedar a ver como muero al igual que ese huevo que se ve más quemado que mi cuenta bancaria.
Las chispas cada vez son más frecuentes y provocan sonidos que me alarman.
¡Oh padre! .
Está chispeando mucho, así que mejor me voy antes de morir calcinada.
Salgo corriendo y choco con alguien —No puede ser, tienes diecinueve años y todavía no sabes freír un huevo— una carcajada burlona sale de sus labios. —¡Por el amor a Dios!, ¿Acaso soy la única que puede preparar el desayuno?.
—Tú cállate y quítate del medio, ¿Es que no ves que no quiero morir calcinada?— pregunto eufórica.
No sé cómo no logra ver el peligro en las cosas.
—¿Hueles eso? Ya dejaste quemar el huevo, ¡UN HUEVO!, es increíble lo miedosa que eres, crees que si fríes un huevo, te vas a quemar— suelta un bufido.
—Es que yo no busco la muerte, cuando veo peligro, corro hasta donde mis pies lleguen— no hay nada de malo en querer mantenerme viva y a salvo.
—¡Ay, Lea!— suelta un suspiro de cansancio mientras se masajea el entrecejo. —Yo también me canso, debes ayudarme, no puedo hacerlo todo yo sola— miro sus ojos que demuestran un cansancio profundo, y no puedo evitar sentirme afligida ante nuestra situación.
La abrazo. Sé que está cansada, y no sabe cuánto me gustaría ayudarla, aunque no lo note, me esfuerzo mucho para ayudarla.
—Lo sé, hermana— apoyo mi cabeza en su hombro. —Ya he enviado varias hojas de vida, todavía no me han llamado pero hoy voy a ir a una empresa bastante grande, lo más probable es que allí paguen un buen salario, ya verás que vamos a salir adelante.
—Ojalá... ojalá— sonríe aunque sé que ahora mismo debe estar muriendo del cansancio. —Todavía ese huevo sigue quemándose, voy a ir a resolver esa situación— asiento, y voy a mi habitación para alistarme.
Me quedo ensimismada viendo el pequeño reloj que se ve tan bonito sobre mi mesa de noche.
¿Soy la única que se queda ensimismada viendo algo y por más que quiero, no logro desviar la mirada hasta que poco a poco, empiezo a volver en sí?.
Cuando por fin logro concentrarme en lo que hago, me quedo viendo la hora que muestra el pequeño reloj rojo.
7:26.
Mierda, tengo clase a las ocho de la mañana. Termino de peinarme aunque me veo más despeinada que peinada, pero eso no me importa ahora, tomo mi mochila y salgo como loca de mi habitación.
—No pretendes irte sin desayunar, ¿Verdad?— ¿Cómo diablos me vio si estaba friendo un huevo y en ningún momento volteo a verme?.
Es tan idéntica a ella. A su corta edad, mi hermana tuvo que convertirse en mi madre y en mi padre... no sé qué haría sin ella.
—¿Qué? ¿Te vas a quedar ahí viéndome con una sonrisa de orgullo?— también es bastante egocéntrica.
—Tengo que irme, se me hace tarde— digo apurada, mientras le doy un beso y me volteo para irme, pero esta me agarra el brazo, me lleva al pequeño comedor, hace que me sienta y después me trae un plato de huevos con tocinos que hace que mi estómago ruja como un león.
—Gracias.
—Y bueno... ¿Qué vas a ser hoy?.
—Me iré a la universidad, y cuando terminen todas mis clases, me iré a llevar una hoja de vida en una empresa bastante grande— estuve viendo esa empresa en internet, y creo que no me costaría nada llevar una hoja de vida.
—¿Y donde está tu hoja de vida? ¿La tienes en la mochila?— asiento, me bebo un sorbo del café y me levanto de la silla.
—Si, ya tengo todo bajo control— le doy un beso en la mejilla. —¡Adiós!— grito desde la sala para que me escuche.
—¡Cuídate mucho!— es lo último que logro escuchar antes de salir de la pequeña casa.
Veo un taxi pasar, y no lo dudo dos veces para subirme. Saco mi celular de la mochila para ver la hora.
7:46 a.m.
Justamente hoy se me hace tarde, el día que a él le toca darnos la primera clase del día.
Lo conozco, va a causar que haga el ridículo.
Por lo menos Joshua y Casandra no se van a burlar de mi.
—¿Señorita, dónde la dejo?— me pregunta la taxista.
La miro, y todos los recuerdos se reproducen en mi mente, y me recuerdan mi doloroso pasado, pero rápidamente sacudo la cabeza para dejar esos recursos atrás.
—Este... déjeme en la universidad que está aquí cerca— está demás decir que no soy buena dando direcciones.
La señora suelta una agradable y divertida carcajada, de esas que contagian a cualquiera. —Conozco muy bien esta zona, sé dónde quiere ir, es un alivio, ¿No?— asiento avergonzada.
¿Qué hubiese sido de mi, si esa señora no conociera esta zona? Me quedaría horas y horas tratando de dar a entender a dónde quiero ir.
***
—Muchas gracias— digo al ver que ya llegamos a la universidad, le pago el dinero a la señora y me bajo del taxi.
—¡Que pase buen día!— con mis manos hago un ademán de despedida, y la señora se marcha.
Empiezo a correr como loca, no quiero reprobar. Si este maestro fuese menos exigente, estaría más tranquila. Aunque, el que sea exigente nos prepara para las exigencias que en un futuro podemos encontrar en el mundo.
La adrenalina y el miedo me invaden al abrir la puerta del aula. Temerosa veo hacia todos lados, solo para encontrarme con muchas personas hablando de manera animada, mientras el escritorio donde debía encontrarse el maestro más exigente de la universidad, se encuentra totalmente vacío.
¿He tenido suerte? Pero si yo nunca estoy de buena suerte.
Aquí hay algo muy extraño, debe estar pasando algo. El profesor nunca llega tarde.
Escucho el sonido de fuertes pisadas, así que corro hacia un pupitre y me siento. Segundos después entra el profesor, pero no entra solo, atrás de él viene el director, el subdirector y un hombre el cual no reconozco pero que debo admitir es bastante guapo, aunque , la expresión neutra de su cara dice que es un hombre serio por no decir que se ve... antisocial.
Mejor no juzgo un libro por su portada.
—Buenos días— dice el director.
—¡Buenos días!— decimos todos al unísono.
—Hoy tenemos una visita muy importante. Hoy tenemos el honor de tener aquí con nosotros al dueño de todo esto, al creador de esta maravillosa universidad, el cual va a dar un discurso, por lo que, por favor, les pido que toda su atención se centre únicamente en él— dice el director.
—Gracias, señor Smith— expresa con educación. —Cuando creé esta universidad, pensé en una universidad que se dedique especialmente a crear los mejores contadores públicos y administradores empresariales del país, y hasta ahora, lo hemos logrado porque somos un equipo que los ayuda a prepararse y a que su futuro sea brillante— se queda callado por unos segundos, mientras lentamente nos mira a todos.
Todo en él es neutro, su voz, su forma de mirar, es más neutro que lo neutro.
¿Tendrá sentimientos?.
—Usted— me señala y hace un ademán para que me levante de mi pupitre.
—¿Y-Y-Yo?— mi tono nervioso no pasa desapercibido, y es normal cuando semejante hombre con semejante tono te señala sin decir ninguna razón.
—Si, usted, la de ojos azules y cabello n***o, ¿Acaso no es usted Lea Díaz?— asiento, mientras lentamente me levanto del pupitre.
Dios, que no sea nada malo.