Capítulo 5

1315 Palabras
—Deja eso —ordenó en un susurro que pareció más un gruñido—. No tienes ningún derecho a revisar mis cosas. Me aparté lo más que pude esperando que se tragara el cuento de que apenas iba a revisar y en realidad no vi nada. Percibí un retazo de culpa apareciendo en mi interior, pero lo deseché al instante, pues él no fue bueno conmigo. —Me dejaste encerrada —repuse mordaz—. No iba a quedarme sentada esperando a que vinieras por mí. —Basta de charla —dijo cortante—. Hora de irnos. ¿Irnos a dónde? Me pareció increíble que hablara tan fluido español, inglés y francés, bueno, este último era su lengua materna, así que debía hablarla bien. No quería menospreciar a los policías, pero la mayoría de los que había conocido, al menos en mi país, solo hablaban el idioma del lugar en el que vivían. Tal vez aquí tenían una educación diferente y como requisito para entrar a la academia les pedían mínimo saber tres idiomas. O sería que ese tipo escondía algo raro. No me moví, así que alzó las esposas en señal de que podía llevarme por las buenas o por las malas. Dado que ya me había cansado de pelear, dejé que me esposara. No solo se conformó con las manos, si no que también me encadenó los pies. Rezaba porque todo eso solo quedara como una horrible pesadilla. Salí con él delante de mí, guiándome lejos del montón de gente que se centraba únicamente en una pareja de oficiales que sostenía a una persona que tenía una bolsa de tela para cubrirle la cabeza ¿Qué carajo? Había periodistas, camionetas, transeúntes y oficiales, pero nadie tomaba fotografías, solo extendían grabadoras o micrófonos mientras gritaban preguntas que no recibían respuestas. Desde acá yo no escuchaba nada. De alguna forma lograron meter a la persona a la estación de forma que dejaron a todos afuera, durante un segundo hubo gritos, después estos fueron amortiguados cuando se cerró la puerta. La persona apresada logró deshacerse por un segundo de la bolsa de tela descubriendo su rostro, era una mujer de cabello corto, tez clara y ojos oscuros. Dijo algo en francés y luego le volvieron a cubrir la cabeza. Fue tan rápido y estaba de espaldas que nadie afuera seguramente lo notó. —¿Y esa quién es? —Acá las preguntas las hago yo. Volteé los ojos, no insistí. Lo seguí por varios pasillos hasta que llegamos a una pequeña puerta. Inmediatamente afuera había una camioneta blindada con dos soldados (sí, tenían uniforme militar) vigilando. Sus armas eran tan grandes y se veían tan poderosas, que un sentimiento de angustia escaló por mi interior. ¿Qué hacían con eso? ¿Qué era esa situación? Me metieron bruscamente a la camioneta, sin nadie como testigo. Yoav se subió junto a mí, cerraron la puerta y arrancamos como si el mismo diablo nos estuviera persiguiendo. Antes de salir del estacionamiento, vi una camioneta igual arrancar hacia el lado contrario del de nosotros. Después de una hora y media de viaje llegamos a una zona alejada en la que esperamos pacientemente. Yo me estaba quedando dormida, seguro eran como las dos de la mañana. Supe que algo andaba mal cuando un zumbido percibido por mi oído me alertó que no estábamos solos. A lo lejos vi una luz acercarse y reconocí la figura de un helicóptero. En poco tiempo ya había aterrizado frente a nosotros. Yoav Lablé me tomó del brazo y me jaló para ayudarme a subir al helicóptero. Se despidió en francés de ambos soldados quienes le regalaron una inclinación de cabeza. Una vez arriba, me pasaron una especie de audífonos que me alivianaron del terrible ruido que golpeaba mis oídos. Ya podía escuchar lo que decían, pero no entendía un carajo. No tardamos mucho en llegar al lugar, un edificio que reconozco demasiado bien: El edificio central del Ejército de Meza. Nunca había entrado, las únicas veces que tuve que ir fue para encontrarme con Román y todo era fuera de este. Pero la visión del edificio era tan imponente y había oído hablar tanto de él, que era como si casi hubiese nacido ahí. Oh, no. Eso era malo, muy malo. Con nula delicadeza me bajaron del helicóptero, tuve que entrecerrar los ojos porque una luz blanca y dura me pegó de lleno. Bueno, nos pegó de lleno, pues Yoav también se cubrió los ojos. Noté a lo lejos a tres personas que caminaban directo hacia a nosotros, pero no distinguí sus rostros. Por el rabillo del ojo noté los movimientos nerviosos de Yoav. Un movimiento repetitivo y rápido de su mano me indicó que no estaba ni de lejos tan tranquilo como quería hacer parecer. Al menos no era la única. Cuando las luces duras se apagaron y solo quedaba la iluminación básica, casi me desmayé al reconocer a la mujer que nos recibió: Sabina Lara. Casi tan alta como Yoav, me miró con desagrado desde arriba, sentí su mirada desaprobadora recorrerme de arriba abajo. Su melena color caoba serpenteaba debido al aire y eso solo la hacía ver mucho mejor. El traje que usaba tan ajustado no dejaba nada a la imaginación y vi al agente que estaba junto a ella mirarla de reojo. Mi único consuelo fue que Yoav la miraba directo al rostro, nunca a otro lado. —Agente especial Yoav Lablé, teniente coronel… —Sé quién es —interrumpió cortante Sabina—. No esperará que no haya investigado un poco. Me imaginé que con su “poca investigación”, se refería a que ya sabía hasta de qué se iba a morir Yoav. Lo que más me hizo ruido fue el título: Teniente coronel. ¿Qué mierda hacía un teniente coronel en una pocilga como la estación de policía? Eso explicaba las medallas e insignias, genial, ahora solo tengo más intriga. —Desde aquí nos encargamos, gracias por su servicio. —Fue detenida en Etiale, el delito probablemente se llevó a cabo en Etiale. —Ella es de Meza, Hermann tenía nacionalidad de Meza —ronroneó Sabina casi como un coqueteo, tuve que evitar vomitar—. Nos encargamos nosotros. —No me iré de aquí, también es mi caso. Imaginaba que la caída de pestañas, la sonrisa seductora y la voz apasionada le habían servido de mucho a Sabina, pero al parecer Yoav no era de los que caían tan fácil. Ambos se miraron durante varios segundos que parecieron horas, la tensión entre ambos fue palpable, incluso uno de los agentes que acompañaban a Sabina se removió incómodo. Tal vez yo también estaría incómoda de no ser por la realidad de que la mujer frente a mí, quien me acababa de mirar como si fuera escoria, se estuvo follando a mi prometido incontables veces. La ira hirviente solo incrementaba por momentos. Yoav Lablé ya me caía un poco mejor, cualquiera que le hiciera frente a Sabina me caería mucho mejor. —Avisen a Etiale que su agente está aquí, que ellos indiquen si se queda o no —exclamó Sabina al aire—. Y contacten inmediatamente al general Arreola, es de máxima urgencia. Al escuchar su apellido, un cubo de hielo apareció en mi estómago. No estaba preparada para verlo, nunca más podría. Su mirada dura, verlos interactuar juntos. No, simplemente no. Cuando avanzábamos, tomé en un acto reflejo el brazo de Yoav como si así pudiera evitarme el sufrimiento. Mi mirada era un ruego, él me miró sin odio o reproche durante un momento, como si entendiera mi sentir, pero entonces hizo una mueca, se soltó de mi agarre y me obligó a caminar rápido para no quedarnos atrás. Tuve la certeza de que lo que viniera, solo sería un tormento y que lejos de generarme respuestas, solo me crearía más dudas.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR