—No maté a nadie, ya te lo dije.
El policía que estaba en la recepción rio socarronamente, me miró con cierta diversión, pero más que nada con enojo.
—Doit être une prostituée —dijo en un tono burlón—. Pourquoi parlez-vous en espagnol?
—Longue histoire.
Me crucé de brazos mientras pensaba en la forma de salir de esa. Ellos no hallarían nada porque no hice nada. Pero el tipo ese era tan inepto que ni siquiera parecía querer escucharme. De pronto me sentí muy cansada, sola, triste. Quería irme a casa, estar tranquila, despertar con el aroma a rocío fresco y pararme de la cómoda cama para preparar café. En un día normal, madrugaría un poco para que Román saliera de la habitación y el desayuno estuviera servido. Él tenía sirvienta y cocinera, pero por las mañanas me gustaba estar para él.
Me hacía sentir menos inútil ya que no aportaba gran cosa a los ingresos diarios. Siempre era cauta, recortaba gastos, aunque él no lo pedía. De haber sabido que iba a hacer su tontería, habría aprovechado todo y habría vivido un par de meses en puro lujo.
Tonta e ingenua que fui.
Algo debió haber cambiado en mi aspecto físico, pues de pronto el policía que me arrestó me miró con pena y tal vez una pizca de empatía. A simple vista no era alguien con apariencia peligrosa, siempre me dijeron que tenía pinta de ser una chica que no rompía un plato y dentro de lo que cabe, tenían razón. Sabía que muchos asesinos despiadados eran padres de familia, novios amorosos, amigos fieles, cualquiera podría confundirse con una persona inocente, pero en mi caso yo sí era una persona inocente.
Y necesitaba largarme de ahí.
—¿Qué no tengo derecho a una llamada? —cuestioné enfadada—. ¿Aquí cómo se manejan las leyes o ni leyes tienen? ¿Quiero que se hagan cumplir mis derechos?
—Comment vous appelez-vous?
El oficial que va a capturar mis datos me preguntó algo que no entendí un carajo, volteo para ver al tipo que me arrestó.
El tipo solo volteó los ojos y gruñó enfadado, apartó la mirada de mí mientras me indicó con un gesto que pusiera mis dedos sobre una máquina para escanear mis huellas digitales. Oh, no. Los criminales estaban en las bases de datos, no yo. Y menos si se trataba de una base internacional, eso no lo podía permitir.
—Quiero hacer mi llamada —insistí, segura—. No dejaré que me metan en una base de datos, me niego.
—¿Cómo te llamas?
—Tampoco diré mi nombre —así que eso fue lo que el otro me preguntó—. Esto es una injusticia.
Por un momento sentí que iba a triunfar, saboreé durante una milésima de segundo la victoria, pues el tipo suspiró, derrotado y se volteó a decirme algo, sin embargo, fue interrumpido por un anuncio que apareció de la nada en la televisión que tenían los oficiales detrás de la recepción, un anuncio que iba a provocar mi caída y mi agonía. Nunca odié tanto las noticias de última hora como en aquel momento.
La pantalla mostraba a alguien hablando en francés, no entendía lo que decían, pero lo que sí podía ver y era irreconocible fue una fotografía mía. Me veía sonriente y feliz, estaba con ropa de civil mientras detrás de mí se alzaba imponente un monumento del centro de la capital de Meza. Al principio me sentí salvada por pensar que se trataba de una alerta de búsqueda, algo así como un anuncio de que estaba en peligro y que Román se había arrepentido del daño que me hizo y ahora hacía todo lo que estaba en sus manos para recuperarme.
Era increíble que después de todo lo vivido siguiera siendo tan ingenua. O estúpida si bien iba a ser el caso. Por supuesto que cuando miré al oficial a mi lado cuya sorpresa pronto se transformó en ira, me di cuenta de que estaba muy equivocada.
El oficial uniformado, aquel que se suponía iba a capturar mis datos, abrió y cerró la boca como si quisiera decir algo, pero no supiera exactamente qué. Después miró al hijo de puta que me arrestó y le sonríe como si se hubieran sacado la lotería. Eso no podía ser bueno de ninguna manera. El uniformado dijo algo en otro idioma y el hijo de puta le respondió.
Lo más frustrante de todo era que no entendía qué pasaba, veía mi foto en pantalla, en cadena nacional, pero no tenía idea de qué estaban hablando de mí. Debía ser malo, pero no sabía qué tan malo y me daba miedo averiguarlo. Mis ojos escocieron con las lágrimas que se arremolinaron peleando por salir. Todos hablaban claro y fuerte, sobre todo cuando el hijo de puta gritó órdenes, pero yo estaba en blanco.
Ahora que estaba viva lo agradecía, si morí todo era un n***o absoluto en paz, no era malo, pero tampoco era una idea muy tentadora. Una parte de mí se sentía bien al saberse viva, pero otra parte mucho más grande se quería convencer de que lo mejor y más sencillo habría sido morir y dejar todas las preocupaciones, humillaciones y dolor atrás.
Al recordarme como una niña de seis años de edad tan feliz porque había recibido de regalo su primer tutú y había sido aceptada en una buena escuela de ballet, algo se quiebra en mi interior. Era feliz y lo sabía, pero no supe valorarlo. Nunca logré ser una bailarina reconocida, no pude ni siquiera convertirme en una coreógrafa exitosas, ni siquiera pude abrir mi propia escuela de ballet. Y ahora todo se iba por la borda porque si terminaba en la cárcel por un malentendido, sería una mancha imposible de borrar.
Todos mis sueños e ilusiones se escurrían entre mis manos y mi dolor jamás se podría apagar.
—Escucha, no sé tu idioma, así que necesito traducción —contrario a lo que pensé, mi voz se oía segura.
El tipo me miró desde arriba con desdén, su barbilla fuerte se tensó al oírme hablar y sus labios se deformaron en una mueca que podría ser de desagrado o ira o ambas. Su manera tan pausada de respirar lo hizo parecer calmado. Yo, por el contrario, sentía tan duros los latidos de mi corazón que pude jurar que iba a morir de un paro cardíaco.
La actitud que tomó lo hizo verse bien, imponente, valiente, agresivo. Por alguna enferma razón me imaginé encerrada entre sus poderosos brazos y tuve que apartar la mirada para sumergirme en mi vergüenza. El calor subía por mi rostro mientras me centraba en pensar en todo lo desagradable que había en mi vida y así deshacerme de la imagen tan… Extravagante.
—Odele Conde, buscada en al menos cinco países, peligrosa criminal que podría estar armada, si se avista no intente acercarse a ella y avise a las autoridades. Se le acusa por el homicidio del sargento Hermann Meyer —sus ojos centellearon, una vena se remarcaba en su cuello e hice el intento de retroceder un paso; fue imposible—. Hermann Meyer. ¿Es su sangre?
Señaló mi ropa repleta de sangre. Di por hecho que la sangre era mía, pues es la misma ropa que traía cuando me dispararon, pensé que era residuo de la herida de bala que me mató. Yo no conocía a ningún Hermann, aunque lo conociera no le hice nada. Estaba muerta, los muertos no pueden matar. ¿De dónde sacaron que lo maté?
Lo último que recordaba era a Román yéndose tras Sabina mientras mi sangre se esparcía por el suelo y luego nada. Estaba tan impactada que no pude decir nada, así que acepté de buena gana cuando me arrastraron hacia un cuarto detrás de la sala de espera mientras los timbres de teléfono, gente hablando en otro idioma y las manos del hijo de puta me recordaban que nunca había estado más sola.
* Doit être une prostituée --> Ha de ser una prostituta.
* Pourquoi parlez-vous en espagnol? --> ¿Por qué hablas en español?
* Longue histoire. --> Cuento largo.
* Comment vous appelez-vous? --> ¿Cómo te llamas? O literal: ¿Cómo se llama usted?
* * Oigan perdón :( Dije que haría actualización diaria, pero no me han aceptado la historia en la plataforma, entonces no puedo actualizar diario. Pero sí les estaré subiendo unos dos capítulos por semana. Espero que ya para noviembre pueda actualizar diario. Discúlpenme, pero los prometo que esta historia tiene de todo y muchos giros, ha sido una de mis favoritas, aunque no tanto como Perversa obsesión. Saludos, AdeT * *