Tres

1595 Palabras
Esto solo le pasa al que le sucede. Quince minutos antes, el ver a semejante hombre de pie al lado de la mesa, sabiendo que él iba a ser mi cita, me hubiese hecho feliz. Porque no tengo tiempo para invertir en una relación y todo eso, pero pasar una velada con semejante monumento… Dios, es que estoy ocupada y enfocada en mi carrera, no muerta. Mis ojos funcionan perfectamente bien, y él, de vista… uff. El problema está cuando habla. Y sí, estoy hablando del idiota, el jodidamente calienta hombre vestido de pecado, el mismo que se cree el dueño del lugar, don ocupado, padre latoso, hombre misterioso, quien está agujereándome con la mirada desde su posición, prácticamente echando humo por boca y nariz dándose cuenta que tiene que compartir la cena conmigo, aunque no literalmente. Está divorciado, me digo a mí misma, perfecto, nada como un hombre que ya conoce los martirios del matrimonio para tener por cita. —¡Tony! —exclama Billy, encantado con que haya llegado por fin su amigo—. Te he estado marcando, te me perdiste de vista en un segundo. Anthony, o Tony, o cómo diablos sea que se llame, y de quien no puedo despegar los ojos, tiene a su mandíbula trabajando extra. Sus ojos arden de lo que estoy segura es ira reprimida, y carraspea antes de apartar su mirada de la mía, y dirigirse a Billy. —Bueno, ya estoy aquí. Dios… ¿en serio? Ruedo los ojos y, aprovechando que está viendo a Billy, le doy un recorrido más minucioso y cercano a su cuerpo, y Jesús… es en serio cuando dije que su traje lo abrazaba. Sus músculos están perfectamente cubiertos por la tela, y la camisa empata casi de manera perfecta con la cintura de sus pantalones, y sus pantalones se tensan pecaminosamente sexy en su entrepierna, dividiéndose en el lugar justo por sus muslos, que ayudan a sus pantalones a dibujar una línea recta hasta sus tobillos. Zapatos lustrados, brillantes. »¿Disfrutando de la vista? —pregunta sarcásticamente mientras se sienta a mi lado, al frente de Hanna y Billy que lo miran intrigados al no entender por qué la hostilidad en la pregunta. —Si hubiese una de la cual disfrutar —le respondo, sosteniéndole la mirada—. Por desgracia, Hanna acaparó todo lo bueno de ver en este lugar. Hanna suelta una risa, y Billy levanta las cejas, luciendo alagado. Yo me limito a sonreír con suficiencia, mientras los gruesos labios del señor Saint se mantienen apretados en una línea recta. —¿Algún problema? —pregunta Billy. —Ninguno —murmuro, mirando de Anthony a él—. ¿Por? —¿Se conocían de antes? —pregunta Hanna está vez. Niego con la cabeza, con la mayor indiferencia. —No tenía el… gusto —sarcasmo puro y duro. Estiro mi mano hacia él y me presento apropiadamente—: Elena Corelly. Toma mi mano; dedos largos, firmes y rústicos envuelven los míos. Calor se desprende de esa pequeña conexión, un estremecimiento que me fuerzo a interiorizar y disimular lo mejor que puedo. —Anthony Saint —dice firmemente—, y aunque no lo creas, es un placer conocerte. Sus palabras suenan sinceras, aunque eso no justifica su comportamiento. El silencio es absoluto al otro lado de la mesa mientras el señor Saint y yo estamos en un mano a mano, cara a cara, determinación absoluta. —Señor Saint. —La mesera se nos acerca, obligándonos a dejar de lado nuestro reto, por llamarlo de alguna manera. Levanto una ceja, preguntándome cómo, o porqué, es que la mesera lo llama por su nombre, o bueno, su apellido, con tanta familiaridad. »¿Listo para ordenar? Dios sí, todo esto me ha dado hambre. Mi mano sale disparada hacia el menú, pero se frena en seco cuando el idiota del Señor Saint habla. —Gracias Lily. Ya el chef tiene nuestra orden. Puedes retirarte. Y grito por dentro: ¡¿Qué?! Y no temo decirlo en voz alta. —¿Disculpa? El señor Saint me mira, sus ojos entornándose ante mi tono. —¿Y ahora qué? —pregunta malhumorado, al parecer su estado normal de ánimo, su ceño volviéndose a fruncir. Dios, dame paciencia. ¿Cómo que qué? —Que yo sepa —le respondo—. No he hablado con el chef sobre lo que quiero ordenar. —Señor… —murmura la mesera, pero se detiene cuando él le hace un gesto con la mano. —Está bien, Lily. Puedes retirarte —repite, y mi indignación llega a la luna. ¿Ven por qué no me gustan las citas? Los hombres no conocen de límites. La camarera da un asentimiento con la cabeza y sin decir palabra se va. —Tony —trata de mediar Billy—. Las señoritas podrían tener un apetito algo diferente al que muy amablemente consideraste para nosotros. Él no lo dice de mala manera. Realmente creo que piensa que lo que hizo este idiota fue por “amabilidad”; pero no me crean tan… ¡Ah! Voy a contar hasta diez, porque estoy a un latido de terminar la noche en una estación de policía; y los hombres en uniforme solo son lindos en los calendarios. El señor Saint deja de mirarme para dirigirse a su amigo. —La selección que realicé les va a gustar. —¿Lo dices en base a los cinco segundos que llevas conociéndonos? —le reprocho. Vuelve a mirarme, su expresión contrariada. —¿Podrías darle una oportunidad a mi elección gastronómica antes de juzgarla? —¿Así como usted le dio una oportunidad a nuestra elección gastronómica antes de decidir ordenar por nosotras? —lo desafío. De nuevo estamos de duelo de miradas, y Dios, el hombre sabe cómo atravesarte con los jodidos ojos. Y esas lagunas negras son hipnotizantes, pero mi indignación es más grande. —Siempre es interesante conocer una mujer que no se deja intimidar —comenta, manteniendo su postura. —Siempre es interesante poner a los idiotas egocéntricos en su lugar —le respondo en el mismo tono. Sus labios se estiran, esbozando por primera vez una sonrisa. Pero no es nada divertida. Es depredadora, calculadora. Es como si con mi comentario hubiera dicho “que comience el juego”. Lo que no sabe el señor Saint, es que me gusta jugar. —Caballeros —masculla Hanna poniéndose de pie, y haciéndome, sin querer, apartar la mirada de él—. ¿Nos disculpan un minuto? —Camina hasta mí, tomando la mano que tenía sobre la mesa—. Necesito ir al baño —informa—. ¿Me acompañas? Su pregunta no es que sea necesaria, ni que espere una respuesta, porque al tomarme de la mano sus intenciones eran más que claras. —Por supuesto —murmuro, poniéndome de pie y yendo junto a ella. —¿Quieres que nos vayamos? —pregunta apenas llegamos al servicio—. Puedo decirle a Billy que surgió algo o… —Su irritación rivaliza con la mía—. De verdad no conocía a su amigo. Es la primera vez que lo veo y ya lo quiero patear. Resopla, negando con la cabeza, haciéndome sonreír. Hanna tampoco va con el comportamiento machista, y sé que no dijo nada en la mesa porque sabía que yo lo tenía bajo control. Suspiro. Me da pesar por ella y Billy. —No es necesario —le digo—. No deberíamos dejar que él nos arruine la noche. Te estabas divirtiendo con Billy. Ella asiente, sus ojos brillando. —Me estaba contando que el restaurante es de él —me informa. —¿De Billy? —No. —Niega con la cabeza también, riéndose, pero con poco humor—. Del excelentísimo señor Saint —gruñe su nombre. La miro boquiabierta. Así que es el jodido dueño del lugar. Ja, la ironía. —Con razón cuando me lo encontré a la salida del baño hace un rato estaba obstaculizando el paso como si estuviera en su casa —le cuento—. El intercambio no fue exactamente amistoso. —¿Qué? —pregunta alarmada—. ¿Por qué? ¿Qué pasó? Niego con la cabeza. —Dos, tres palabras… Nada realmente importante. Hanna me mira asintiendo en entendimiento. —Ahora entiendo por qué reaccionaste así cuando lo viste en la mesa. —Se detiene, volteándose hacia el espejo, repasando su labial—. ¿De verdad no te importa quedarte un rato? No tenemos por qué hacerlo, puedo salir con Billy otro día. Niego con la cabeza. Ya estamos aquí, tengo hambre, Billy no tiene la culpa de que su amigo sea así, y Hanna tampoco. Además, no pienso darle el gusto. Voy a hacer mi propósito de la noche el ponerlo en su lugar. —No te preocupes. No vamos a darle el gusto —le digo, mirándome al espejo. Hanna se ríe. Me imagino que ya está sospechando mi plan. »Tu dedícate a Billy y déjame a mí al señor Saint.    Suelta una carcajada que me hace reír. A ella le importa un comino Anthony Saint, por lo que le da igual lo que yo haga, y está tan a gusto con Billy, que el saber que me quiero quedar la hace feliz. Salimos del baño riéndonos. Al acercarnos a la mesa esbozo una sonrisa de suficiencia. ¡Me voy a divertir!
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR