La cena del viernes por la noche es un capítulo que con gusto digo quedó en el pasado. Hanna y Billy se divirtieron y charlaron bastante, y para mi sorpresa, la elección del idiota del señor Saint fue condenadamente deliciosa. Aunque no se lo admitiría nunca.
Me lo pasé de maravilla, a pesar de la compañía, y aquí me refiero única y exclusivamente al señor Saint, porque Billy y Hanna fueron extraordinarios. Nos reímos a montones.
El señor Saint fue el único que no se divirtió el resto de la noche. Lanzó dos o tres comentarios que estaba segura estaban destinados a sacar lo peor de mí, pero que, contrario a lo que él y cualquiera de ustedes estaba pensando, solo obtuvieron una mirada completamente llena de indiferencia por mi parte.
La ignorada más grande del planeta. La pleitesía que esperaba obtener de mí la convertí rápidamente en desinterés, y eso fue reconfortante.
Después del tercer infructuoso intento de molestarme sin conseguir su objetivo, asintió, frustrado creo yo, y dedicó su atención y charla a su amigo.
Y yo sonreí. Mucho.
Pero bueno, tiempo pasado. La noche terminó maravillosamente bien para Hanna, quien llegó a su apartamento al otro día a las ocho de la mañana, y extremadamente bien para mí, que regresé sana, salva, cansada y sola a mi casa.
Y aquí estoy, esperando que cambie el semáforo un lunes en la mañana para seguir mi camino al trabajo, algo de lo más interesante.
—Buenos días, Clau Clau. —Saludo alegremente a una de mis compañeras de trabajo cuando paso frente a su escritorio—. ¿Qué tal tu fin de semana?
Claudia levanta la mirada hacia mí, sus ojos un poco irritados, al parecer por llorar, haciendo que me detenga en seco.
»¿Qué pasó? —le pregunto al instante, acercándomele.
—¡Ahí estás! —exclama Vivian, nuestra directora, acercándosenos a paso apresurado—. Elena… —Me toma del brazo, empezando a arrastrarme hacia la puerta, angustiada—. Vuelve a casa. Voy a reportar que estás enferma y que…
—¡Corelly! —gritan mi apellido desde el corredor, haciendo que Vivian se detenga de seguir dando su inexplicable indicación de que volviera a casa, y que se tense más allá de lo humanamente posible.
Y yo no hago más que parpadear mirando de un lado a otro y preguntarme: ¿qué demonios está sucediendo aquí?
—Lo siento, Elena —murmura Vivian mientras se da la vuelta para ver hacia el final del corredor—. El señor O’Brian está furioso, y nadie sabe por qué. Ha llamado a cinco personas esta mañana, y todas salen corriendo de su oficina. Es él el que gritó tu nombre.
Biiiien… frunzo el ceño.
El señor O’Brian siempre se ha caracterizado por ser un hombre tranquilo y taciturno. Tiene casi sesenta años, por el amor de Dios. Creo que no ha levantado la voz en décadas; aunque pensándolo bien, ese grito no sonó a él.
Mi directora quería librarme de ir a recibir lo que todos los otros cinco que ya habían sido convocados recibieron, que supongo, es un regaño. Pero, aunque no digo que ellos sí, yo no he hecho nada. Si acabo de llegar.
Camino tranquilamente por el corredor pasando las oficinas una tras otra, y de todas recibo la misma cara de pánico y ansiedad.
Llego a la oficina del señor O’Brian, y me detengo en seco al verlo, o mejor, al no verlo; porque el hombre que está de pie al lado del escritorio no tiene casi sesenta años, ni por asomo.
Paso mi asombro rápidamente, y carraspeo para hablar. La tranquilidad una vez más invadiéndome, porque al Señor O’Brian Junior sí que no le he hecho nada.
—Buenos días —saludo cordialmente.
—¿Elizabeth Corelly? —pregunta mirándome de arriba abajo, su mirada deteniéndose en mis pechos más de lo necesario.
—Elena —lo corrijo, mi tono endureciéndose.
Asiente, sonriendo maliciosamente.
—Entre —ordena—. Y cierre la puerta.
Sí… eso no va a pasar.
—Disculpe, señor O’Brian, pero no entiendo por qué soy necesaria aquí.
Una característica propia de mí, voy directo al grano; no me gusta perder el tiempo, ni hacérselo perder a nadie. Además, me conozco y sé que, si este intenta siquiera insinuárseme de mala manera, lo voy a golpear y me hice la jodida manicure anoche.
—Dije que entre y cierre la puerta —contesta bruscamente, dando un paso hacia mí, según él intimidante, si la altivez en sus anchos hombros y su fuerte pisada son una pista.
—Y yo le dije que no entiendo por qué me necesita aquí —respondo con indiferencia a su tono y postura.
Puedo sentir los ojos de todos los de este piso en mi espalda, por lo que no hay poder humano que me haga moverme de esta puerta. Si entro y cierro, cualquier cosa que pase será su palabra contra la mía; permaneciendo de pie en la puerta, tengo testigos.
—Yo soy su jefe y le di una orden —levanta la voz, el imbécil.
—La última vez que lo comprobé, mi jefe era Vivian, y su jefe era el señor O’Brian. —Le contesto—. Y usted no es ninguno de los dos.
Me cruzo de brazos en un intento de relajar mis músculos, porque la tensión por las ganas que tengo de golpearlo me está matando.
Si cinco personas han salido llorando y corriendo de aquí, se puede olvidar de que voy a ser la sexta.
Su sonrisa de suficiencia me exacerba más.
—Mi padre —comenta orgulloso—. Tuvo un infarto anoche.
Abro los ojos asombrada, y realmente perturbada por la forma en que lo dijo. Es su padre, y es como si no significara nada para él.
»Así que volvamos al punto donde definitivamente soy su jefe y si no entra ahora mismo y cierra esa maldita puerta…
—¿Qué? —lo interrumpo, bajando los brazos a mis costados—. ¿Empiezo a temblar y rogar por mi vida?
Su cara se desdibuja, la ira invadiéndolo.
—Voy a despedirla —advierte—. Aunque le daré una última oportunidad… —me mira de arriba a abajo de nuevo, sus labios abriéndose desagradablemente.
Levanto una mano cuando vuelve a mirarme a la cara, interrumpiendo la que sea iba a ser su grandiosa idea de última oportunidad.
—¿Sabe qué, señor O’Brian? —le digo cansada de esto, cinco minutos de conocer al tipo y ya sé que no va a terminar bien si sigo aquí perdiendo el tiempo—. Realmente lo siento por su padre, aunque entiendo que, con un imbécil como usted por hijo, cualquier corazón falla. —Su boca cae abierta, pero esta vez creo que por la indignación que le genera mis palabras, aunque no es que me importe—. Así que le voy a ahorrar lo de su última oportunidad y toda esa mierda. Renuncio.
Sin dejarlo pronunciar media palabra en réplica, me doy la vuelta y camino tranquilamente hacia el elevador.
Ni siquiera había descargado mi bolso al llegar, y no soy de las que llenan su escritorio de cosas personales, así que, así como llegué, bien puedo irme. Enviaré un correo solicitando el pago de mis comisiones y oficializando mi renuncia.
Vivian está de pie en la puerta de su oficina mirándome.
—Dime que tu no… —No es capaz de terminar la frase.
Hago una mueca.
Me da tristeza irme por ella y por Claudia, bueno, por todos los miembros de nuestro equipo; pero él no me iba a hablar así, y segura que no iba a ser una estadística más de acoso s****l y laboral.
Además… ya llevaba prolongando mucho mi estancia aquí. Hace tiempo que siento que mi ciclo terminó, y hace dos meses tuve una conversación de lo más interesante con la Directora Comercial de Theory Security, la multinacional de seguridad más importante de este lado del planeta. Así que... esto solo fue el impulso, negativo, pero efectivo, que necesitaba para no sentir que estaba traicionando a mi equipo al dejarlos.
—Lo siento —le digo a Vivian, abrazándola para despedirme—. El señor O’Brian padre tuvo un infarto anoche. ¿Lo sabias?
Vivian asiente apesadumbrada, sin embargo, para estar trabajando con él hace más de diez años, no se le ve tan triste como esperaba.
—Sí —confirma—. Está en el hospital, la señora O’Brian me informó esta mañana. El doctor dice que se quedará en observación por un par de días, pero gracias a Dios alcanzaron a llegar a tiempo.
Ay, Dios. Su hijo lo hizo sonar como si hubiese muerto. ¿Si ven? Así empiezan los chismes. Yo ya lo estaba enterrando.
—Que bien por él, creí lo peor cuando me enteré —manifiesto, con la tranquilidad de que no me voy dejándolos con don imbécil al mando permanentemente—. Aun así, ya tomé mi decisión. Este suceso solo fue un motivo, pero la verdad es…
Vivian sonríe pesarosa, pero divertida.
—No te preocupes —me interrumpe, abrazándome de nuevo—. Eres la mejor del equipo. La verdad sea dicha, he esperado este momento por más de un año.
Sonrío. Qué bueno que no sea una sorpresa completa el que me vaya.
—¿La cena de celebración de final de mes sigue en pie? —me atrevo a preguntar, porque es una tradición de equipo para celebrar el cierre de mes y los nuevos contratos que logremos firmar, así que ya no sé si aplicaré para la invitación.
Vivian se ríe.
—Por supuesto, al igual que tu comisión.
Oye, que la comisión si no pensaba perdérmela por nada del mundo. Trabajé duro por ella, y si por alguna razón la conversación con la directora de Theory no se da, ese hermoso cheque de cinco grandes correspondientes al diez por ciento del contrato inicial va a mantenerme en pie y tranquila por un par de meses.
—Entonces no me voy a despedir de todos —le digo—. Diles por favor que los veré en la cena.
Volteo ligeramente hacia Claudia, quien me mira aterrada desde su escritorio, y ondeo mi mano hacia ella, despidiéndome y gesticulando que la llamaré luego.
Sé que empezar la semana renunciando a un empleo que te puede dar de comisión esa cifra es sorprendente e inaudito a un mismo tiempo, pero no me arrepiento.
Tengo todo fríamente calculado.