Cinco

3324 Palabras
—Hola, mi Elena María de los ángeles torcidos. Rio a carcajadas ante el saludo de Hanna al teléfono. No me había dicho así en años, desde la secundaria, cuando en clase de filosofía nos inventamos los extremadamente largos e imprácticos sobrenombres. —Buenos días, Hanna María de la asunción. —Ya sé, ya sé. Medio tontos, pero en su momento nos parecieron divertidos—. ¿Cómo es que te acordaste de esto? La escucho reír en respuesta. —No lo sé. Solo estoy de buen humor, supongo. Ya. Se le nota bastante. Su voz risueña es suficiente para saberlo. —¿Ya saliste para el restaurante? —le pregunto. Dejo de escucharla por dos segundos, mientras el sonido de una puerta cerrándose resuena al otro lado de la línea. —Lo siento, no escuché tu pregunta, voy saliendo para el restaurante —me dice, y de paso responde a la pregunta que no escuchó. —Está bien, eso fue lo que pregunté. —Oh, bueno. —Se ríe—. ¿A qué debo esta maravillosa llamada a esta hora de la mañana? —Suena la puerta de un auto—. Espera… ¿No deberías estar trabajando ya? La preocupación se filtra en su voz en esa última pregunta, porque ya está cayendo en cuenta que no es propio de mí llamarla en este horario. —Sí, pero no —le respondo, incorporándome al tráfico después de llevar diez minutos sentada en mi auto esperando que me contestara la llamada—. Pero no te preocupes, estoy bien. Simplemente renuncié. Soy experta en dar noticias así. Tranquila, directa y sin anestesia; restándole importancia a las cosas. No es la mejor forma, pero es la que conozco. Y me funciona. —¡¿Qué?! —medio grita, haciéndome encoger. Menos mal está en el altavoz del auto, porque ese sonido directo en mi oído me hubiese dejado sorda, mínimo—. ¿Me estás hablando en serio? Mi oficina, o la que era mi oficina, y su restaurante, están relativamente cerca, por lo que rápidamente aparco en la bahía de estacionamiento fuera del restaurante a esperar a que llegue. —Totalmente —le contesto casualmente—. Hace diez minutos. Tengo que contártelo todo. Te espero en el restaurante para que desayunemos juntas. —Lena, ¿Es en serio? —pregunta incrédula. Sabe que amo mi trabajo. Los números, los datos, las cifras, la exactitud en la información, es lo que hago. Me tranquiliza y me enfoca. Estudié finanzas por eso—. Llevabas cinco años trabajando en O’Brian Company y según yo estabas contenta ahí. ¿Qué pasó? Suspiro, es claro que no va a aguantar los quince minutos que le toma llegar hasta aquí para escuchar la historia en vivo y en directo. —Son una serie de eventos desafortunados… —murmuro la frase, divertida por la referencia—. El resumen gerencial es —digo—; El señor O’Brian padre sufrió un infarto anoche, por lo que esta mañana estaba el despreciable de su hijo dándoselas de jefe en la oficina. Me llamó y no me gustó ni poquito su actitud, ni la forma tan desagradable como veía mis pechos, y… Tomo aire profundamente, haciendo una pausa para que ella lo asimile todo, y preparándome porque no le había contado lo de la oferta de trabajo, a pesar de que es mi mejor amiga; y es porque era un gran paso en mi carrera, y Hanna me iba a convencer de darlo sin miramientos, y realmente me sentía en conflicto dejando O’Brian Company, así que se lo oculté. »Hace un tiempo —continuo—, recibí una oferta para trabajar en Theory Security. Hanna se queda muda al otro lado de la línea por más de un minuto. —¿La competencia? Me rio, sacudiendo la cabeza, a pesar de que ella no puede verme. Aún O’Brian Company no puede considerarse, ni de lejos, la competencia de Theory Security. Podrán estar en el mismo mercado, pero el primero es un gato, y el segundo es un jodido león. Es más, es el jodido rey de la selva si a eso vamos. Con una penetración de mercado mundial de casi el ochenta y cinco por ciento, los contratos de Theory Security no bajan de los seis condenados dígitos. —No son la competencia —le respondo riéndome—. Son el Google de la seguridad mundial; y no conozco el navegador que pueda competir con Google. —Perdonarán mi ignorancia si lo hay. Hanna resopla, pasando por mi lado en su auto y tocando la bocina para llamar mi atención. Me hace señas y cuelga la llamada. Salgo del auto, dirigiéndome a la parte trasera para entrar por la puerta de servicio, ya que aún es muy temprano para que esté abierto el restaurante, y Hanna ha ido a guardar su auto en el estacionamiento de empleados. —¿Cómo es que no me habías dicho de esta oferta? —me recrimina mientras sostiene la puerta abierta para que entre—. Estoy más allá de lo dolida. Me encojo un poco por dentro. Creí, vagamente, que iba a dejar pasar el hecho de que no le había contado, para ir directo a la emoción, o algo así. Fui un poco ingenua. Esto me lo va a estar recordando por los próximos seis meses, o seis años. Difícil saberlo. Dejo caer mi bolso en un asiento, mientras saludo al personal de cocina que ya se está preparando para empezar su día. —Hola, chicos. Buenos días. Todos me miran, sonriendo y asintiendo en respuesta a mi saludo. —¿Lena? —pregunta Alexis al verme, el jefe de cocina—. Chica, llevo un buen tiempo sin verte. Le sonrió, dejándome abrazar por él. —Sí, más de un año si mal no recuerdo. Hago memoria, y más o menos es eso. Alexis es el mejor amigo de Héctor, por lo que, cuando terminamos, nos distanciamos por completo. —No creas que vas a ponerte a hacer vida social. —Hanna toma mi mano conduciéndome hacia la puerta que da a la oficina de administración—. Buenos días para todos —saluda—. Elena y yo tenemos un par de cosas de las que hablar —informa, como si a alguno aquí le importara—. Alex, empieza con todo, porfa. Alexis asiente, viéndonos sin entender qué pasa, pero no dice nada. Entramos a la oficina, y me siento en la primera silla que veo. Ella toma el asiento detrás del escritorio. »¿Por qué no me habías contado lo de la oferta? —pregunta nuevamente, indignada. Hago una mueca. —Lo siento —me estiro para tomar sus manos, las cuales había puesto encima del escritorio—. No es que no haya querido contarte. —Ah, ¿no? —pronuncia sarcástica. —¡Claro que no! —exclamo rápidamente—. Es solo que quería pensármelo bien. Es un gran paso en mi carrera, y una gran oportunidad para mí, y sé que me hubieras convencido de renunciar el mismo día que me hicieron la oferta. —No estoy entendiendo. Exhalo. Sí, ni yo me entiendo. —No quería renunciar a O’Brian Company —admito—. Me gustaba mi trabajo ahí, y el equipo. Ahí empecé desde que salí de la universidad… —Un poco sentimental de mi parte, pero había hecho grandes cosas en ese lugar—. Creo que mi mente entró en conflicto con mi corazón, o algo así. Hanna levanta las cejas, asombrada por mis palabras. —Espera —dice, sacudiendo la cabeza—. ¿Tienes corazón? Ambas soltamos una carcajada después de eso. Y así de simple sé que Hanna ya no está tan enojada como hace un segundo. —Muchos pensarían que no, pero sorpresa, sorpresa. Sesenta latidos por minuto. Se ríe de nuevo, apretando mis manos. —¿Entonces…? —Entorna los ojos hacía mí—. Vamos a olvidarnos del imbécil de O’Brian Junior, que tendré que agradecerle por hacerte renunciar, aunque sea horrible admitirlo, y… —sonríe radiante—. ¿Cuándo empiezas en Theory Security? Bueno, bueno. —Ahí está la cosa —explico—. Realmente no sé si siga en pie la oferta. Hanna me mira boquiabierta. Incredulidad bordeando todo su rostro. —¡Dios mío! —exclama, para reírse a continuación—. Estás loca. ¿Cómo no sabes si todavía te quieren con ellos? Arrugo la nariz. —Sí… bueno. —Tomo aire profundamente, preparándome para confesar—. La oferta me la hicieron hace dos meses. Estupefacta y atónita serían las palabras con las que la describiría. —¿Dos meses? Asiento, apretando sus manos, las cuales aún no suelto, para que no vuelva al lado enojado de las cosas. »¿Sabes la cantidad de cosas que pueden cambiar en dos meses? Asiento nuevamente, aun sin pronunciar palabra. Porque tiene un punto excelente. »¡Elena! —profiere, su tono yendo peligrosamente al de una madre reprendiendo a su descarriado hijo—. ¿Cómo dejaste pasar tanto tiempo? Dios… yo habría llamado al otro día. Por eso no te dije, pienso. En fin, no se puede llorar sobre la leche derramada. »¿Quieres que llame a Billy? ¿Eh? Frunzo el ceño. —¿Para qué diablos querría yo que lo llamaras? —pregunto confundida. Parpadea. —Él trabaja allá. Es el Director Jurídico. —Me cuenta, y ya volteamos la torta y soy yo la que empieza a verla con incredulidad. —¿Y por qué no me dijiste eso el viernes? Se encoje de hombros, luciendo un poco divertida. —Se supone que no estábamos hablando de trabajo —medita—. Además, no creí que fuera importante… ya sabes, Google y todo eso. Me rio. Dios, el mundo es un pañuelo. Pero da igual, no es como si alguna vez pretendiera tomar partido de los contactos para ayudarme a entrar en una empresa. Esa oferta me la gané a pulso yo solita, y si todavía está en la mesa, voy a estar agradecida solo con mi talento por ello. Niego con la cabeza, restándole importancia al tema de Billy; y entonces, una idea, un mero destello, viene a mi mente haciéndome abrir los ojos de par en par. —¿El señor Saint también trabaja allá? Dios no me podría castigar de esa manera. Una cosa fue ser indiferente a sus comentarios en una cena por una o dos horas; ¿Pero en el trabajo? ¿Todos los santos días? ¿Seis horas al día? ¿Cinco días a la semana? Jamás. Si me toca que escucharlo tratar de incitarme con sus comentarios, ya no voy a aguantar mi temperamento o guardarme mis opiniones. Hanna niega con la cabeza, haciendo una mueca. —Sinceramente —responde—. No lo sé. No estaba muy interesa en su vida como para averiguarlo. Y Billy no lo mencionó para nada, apegándose a dejar por fuera el trabajo de los temas de conversación. Asiento, exhalando. La verdad nos dedicamos más a hablar de comida y de viajes que de cualquier otra cosa. Un golpe en la puerta llama nuestra atención. »Adelante —pronuncia Hanna. Alexis asoma la cabeza, pero nada más. Luce como si esperara ver objetos siendo lanzados de un lado a otro. —¿Todo bien por aquí? —pregunta. Ambas asentimos divertidas. »Bien, porque pensé que tendría que hacer muchas llamadas incomodas cuando las vi entrar y encerrarse. Ambas soltamos una carcajada. Sí, Hanna se veía ligeramente disgustada, aunque yo sé que en realidad estaba más bien afligida, y sabe usar los cuchillos. Se podía prestar para múltiples interpretaciones. »Jefa, ya todo está listo para el servicio de hoy —le informa, recordándonos que aunque yo estoy desempleada por el día de hoy, espero y no sea más, Hanna tiene un restaurante que manejar—. ¿Quieres que empiece a cocinar? Hanna suspira, soltando mis manos y recostándose en el asiento. Asintiendo, responde. —Sí, Alex. Salgo en cinco. Alexis asiente, y vuelve a cerrar la puerta. »¿Entonces qué vas a hacer? —Volvemos al tema que nos trajo aquí. —Tengo el contacto de la Directora Comercial que me… —Vacilo con las palabras, porque no sé muy bien cómo definir lo que sucedió ese día que hablamos—. Bueno, se podría decir que me entrevistó, aunque al mismo tiempo no. ¿Me hago entender? Hanna sacude la cabeza, aunque no se ve muy convencida. »Al final de la conversación, las preguntas sobre mi currículo y la oferta para trabajar con ella, me dio su tarjeta y me dijo que si me interesaba, la llamara. —¿Y entonces qué estamos esperando? Nada. Terminar de contarle toda la historia para poder hacer la llamada que me sacaría de la duda de si tomé una buena o no tan buena decisión. Marco el número de Marie O’Neale, Directora Comercial de Theory Security, como dice en su tarjeta. »Ponlo en altavoz —insta Hanna, sus manos retorciéndose juntas. Se apoya de nuevo en el escritorio, su cuerpo inclinándose hacia mi teléfono. Imito su posición, esperando mientras el timbre del celular suena una y otra vez en señal de marcación. —Señorita Corelly —saluda apenas contesta—. Es toda una sorpresa. A estas alturas no creí llegar a recibir su llamada. Me impresiona saber que me tiene agendada en su lista de contactos, y que me contestó sabiendo que era yo. Esas son buenas señales. —Buenos días —saludo—, Señorita O’Neale. —No tengo idea si es casada. —Es señora —me corrige de inmediato, haciéndome golpearme en la frente con la palma de la mano por descuidada, era muy fácil averiguar esa información antes de llamarla. —Perdóneme, señora O’Neale. No fue… Se ríe, haciéndome detener. —No te preocupes, la vez que nos vimos no llevaba mi argolla de matrimonio —me justifica ella misma—. La confusión es perfectamente razonable. Bueno, ese día estaba tan asombrada por su llamada y su invitación que fui totalmente negligente y no me fijé en los detalles. Gracias a Dios por esa salvedad. —Bien. Señora O’Neale —repito su nombre, solo para confirmar que entendí—. El motivo de mi llamada… —¿Tiene algo que ver con el infarto que sufrió el Señor O’Brian anoche? —interrumpe. Su tono no es cortante o irrespetuoso, pero en definitiva es una mujer de carácter y determinación, y por lo visto, tampoco se anda con rodeos. Las noticias vuelan por lo que veo. —Sí y no —respondo firmemente. —¿Por qué no? Hanna mira del teléfono a mí ansiosamente. —Porque estoy realmente interesada en su oferta —contesto sin complicarme a explicar más de la cuenta. —¿Después de dos meses? —pregunta un tanto desconfiada. Hanna me hace unas señas que realmente no entiendo, pero se mantiene en silencio. Tomo aire. Sabía que eso sería un punto a debatir. —Desde el momento en que me hizo la oferta estuve interesada. —¿Qué le tomó tanto tiempo para decidirse, entonces? —pregunta con curiosidad evidente. —Si tengo que ponerlo en palabras, fue la lealtad —digo con sinceridad—. O’Brian Company me dio una gran oportunidad cuando inicié mi carrera. Su silencio es desconcertante por el tiempo que dura. —¿Por qué sí? —pregunta esta vez, y sé que se refiere a por qué sí tiene esta llamada que ver con lo sucedido con el señor O’Brian padre. Me tomo un segundo para pensar muy bien mis palabras. Directa no quiere decir estúpida, y realmente no tengo pruebas, más que el molesto intercambio con el hijo del Señor O’Brian como para acusarlo de acoso o algo por el estilo. —Como ya le dije, la lealtad es importante para mí —repito—. Pero funciona en ambos sentidos. El señor O’Brian padre —especifico—, Es un hombre intachable que deposita su confianza en sus empleados. Sin embargo, es evidente que, con su estado de salud actual, el control de la compañía pasará temporalmente, o indefinidamente, aún no se sabe, a su hijo. Y… Vuelvo a vacilar, no porque no sepa qué voy a decir, sino que no quiero que suene que soy prejuiciosa o estoy predispuesta. »Él no inspira ese mismo sentimiento. La señora O’Neale suspira en la línea, haciendo que me impaciente y a Hanna que luzca preocupada. —No tengo forma de discrepar contigo —comenta, y al escuchar esas palabras Hanna se tranquiliza visiblemente, y yo sonrío—. Jhon O’Brian Junior es… ¿cómo decirlo para que no suene grosero? Sonrío aún más. —Así que lo conoce. La señora O’Neale bufa. —He tenido la desagradable oportunidad de cruzarme con él un par de veces, por decirlo de alguna manera. Bien, es un hombre que sabe cómo dar una muy mala impresión, eso seguro. —Entonces… —Encauso nuevamente la conversación al tema que realmente nos interesa, o bueno, a Hanna y a mí—. ¿Puedo preguntar si la oferta sigue en pie? —Dame un momento —responde, dejando la línea en silencio. Oh, oh. No me voy a apresurar a sacar conjeturas al respecto. »Señorita Corelly. —Vuelve a la llamada un par de segundos después, cuando la ansiedad ya nos estaba comiendo vivas a Hanna y a mí—. Confesaré que había perdido la esperanza de recibir una respuesta positiva de su parte. Mierda, esta oportunidad se me fue de las manos. El pensamiento pasa por mi cabeza instantáneamente, y los ojos de Hanna al abrirse alarmados me hacen pensar que tuvo la misma impresión que yo. »Sin embargo —continua la señora O’Neal cortando mis pesimistas pensamientos y haciendo que mis ojos miren fijamente el teléfono como si pudiera verla a ella ahí—. Llama usted en el momento preciso. La vacante que le mencioné no ha podido ser cubierta. Encontrar personas con su perfil es una tarea ardua; adicionalmente, la próxima semana vamos a empezar negociaciones con un gobierno extranjero, y una perspectiva nueva le vendrá de maravilla al equipo. No soy la persona más creyente del mundo; pero no puedo pensar en un mejor dicho que el que repetía constantemente mi abuela, arriba hay un Dios que todo lo ve, y hoy está viéndome con indulgencia. Mi sonrisa es grande y sincera a más no poder. Y quiero saltar de la felicidad. Pero, mientras escucho a la señora O’Neale, me obligo a guardar la compostura, lo que parece estar haciendo Hanna también. »Las condiciones que le comenté no han cambiado, ni cambiarán —me aclara—. Así que, dígame, ¿Está segura de venir a formar parte de este equipo? Aprieto mis manos para concentrarme y canalizar la alegría. —Sí, señora O´Neal, estoy segura. ¿Cuándo empiezo? —respondo a su pregunta en un tono neutro, profesional. —Me temo que, como le comenté, solo queda una semana para la licitación, así que si puede acercarse mañana a primera hora para empezar inmediatamente… —deja el comentario en el aire. —Estaré ahí a primera hora —le informo, porque cuando me levanté hoy para empezar mi semana, solo tenía en mente trabajar. ¡Obsesionada! —Alguien estará esperándola en recepción —me confirma—. Bienvenida a Theory Security, y bienvenida al equipo. —Muchas gracias. Chicos, por favor, no hagan esto en casa. Tomar decisiones impulsivas es un riesgo para la salud física y mental. Hanna se levanta gritando de emoción una vez cuelgo la llamada, y yo no me quedo atrás. Jugué a todo o nada, y la suerte definitivamente estuvo de mi lado. 
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