capítulo 3

1328 Palabras
Tamara estaba en el baño cuando escuchó la voz suave de Margarita llamándola. La mujer había sido un ancla en su tormenta, una luz tenue en medio de la oscuridad que se había apoderado de su existencia. --- Yo lo siento---, murmuró Tamara, sin saber si se refería a su sufrimiento o al hecho de necesitar ayuda. Las palabras se sentían vacías, un eco de sus vulnerabilidades. ---Tranquila, mi niña, te traje ropa,--- respondió Margarita, con una maternalidad que tocaba las fibras más sensibles de Tamara. Ella suspiró al salir del baño, sintiendo la tela fresca que ahora cubría su piel, un pequeño consuelo en medio del caos de su mente. --- Ven a comer,--- invitó Margarita, con un tono que dejaba entrever su preocupación. Tamara, sentada a la mesa, apenas probó bocado. --- Margarita, yo, yo…---, comenzó, pero las palabras se ahogaron en su garganta. --- Tranquila, cuando te sientas preparada, me cuentas,--- indicó Margarita con ternura. Tamara asintió, aunque su corazón estaba lleno de cosas que no podía expresar. Al caer la noche, la joven se acomodó en la habitación que le había ofrecido Margarita. A pesar del cansancio que la abrumaba, el miedo no la dejaba dormir; cada sombra parecía cobrar vida, cada ruido era un recordatorio del horror que había dejado atrás. A la mañana siguiente, Margarita notó la inusual actividad fuera de la casa de los padres de Tamara. Hombres entraban y salían, algunos permanecían vigilando. Su corazón se hundió, sabiendo que aquellos eran los hombres que habían traído desdicha a la vida de su amiga. La semana transcurrió en silencio, en vigilias somnolientas. Finalmente, Tamara encontró el valor para abrir su corazón. Se sentó frente a Margarita, temblando mientras relataba su historia. Con cada palabra que pronunciaba, el horror se tejía en el aire, y Margarita, horrorizada, la abrazó, deseándole fuerza en medio de su quebranto. Los días siguientes fueron un torrente de emociones intensas para Tamara. Los síntomas de la abstinencia se aferraron a ella como sombras persistentes: falta de placer, ansiedad, irritabilidad. En algunas ocasiones, la paranoia se apoderaba de su mente, la agitación y el temor apretaban su pecho. Margarita, consciente de la fragilidad de su situación, hizo todo lo posible por ayudarla, sabiendo que la policía no era una opción; muchos estaban comprados por el mismo diablo que había devorado la vida de Tamara. Para mantener a salvo a su protegida, Margarita continuó con su vida habitual, hablando con vecinos sobre la venta de su restaurante para jubilarse y mudarse con una sobrina lejana. Nadie sospechaba de esa mujer de edad avanzada que había dedicado su vida al trabajo duro. Pasaron unos meses, y Margarita tuvo el valor de llamar a la abuela de Tamara. La conversación fue desgarradora. La anciana lloraba del otro lado del teléfono, ignorando la oscura vida que su hijo había llevado en la ciudad. Margarita le pidió que guardara el secreto, dándole tranquilidad a ambas mujeres. Un día, Margarita cargó algunas pertenencias en su camioneta y se dirigió a un pequeño pueblo. Tras ocho horas de viaje, llegaron a una casa alejada. Baja del vehículo y un rostro arrugado la miró con pena. --- Mi niña hermosa, --- dijo Loren, abrazando a su nieta. Tamara sintió la incomodidad de la cercanía, pero se obligó a aguantarlo. El hogar de su abuela olía a un rico almuerzo que la esperaría. Tamara se refugió en una habitación pintada de rosa, su color favorito. No pronunció palabra alguna, simplemente se dejó caer en la cama. Al día siguiente, el primo de Tamara, Javier, llegó corriendo. Había oído que su prima había vuelto, pero al verla, se sorprendió. Ya no era la niña alegre que había conocido; su mirada era un océano perdido en la tristeza. Usaba camperas con capucha, y la aversión al contacto físico era evidente. --- Tamara, ¿te acuerdas de mí?‐--, preguntó Javier, buscando un rayo de conexión en aquella versión desolada de su prima. --- Sí---, respondió Tamara con voz apagada. Javier se volvió hacia su amigo César, quien observaba a Tamara con atención, frunciendo el ceño inquieto ante la transformación de la joven. --- Está rara ---, murmuró Javier al salir de la casa, preocupado por el estado de su prima. Tamara pasaba sus tardes sola en el bosque, sentada junto al lago que reflejaba el cielo gris. Un perro se acercó, observándola desde cierta distancia. --- ¿Me vas a morder?---, preguntó, distrayéndose momentáneamente de su tristeza. El perro la miró, como si estuviera esperando que ella hablara. --- Mi vida es una mierda ---, confesó Tamara. --- Podría tirarme al lago y dejarme ir al fondo---. La desesperanza le nublaba el alma. Un ruido repentino, el crujir de una rama, rompió su trance y salió corriendo hacia la casa, buscando refugio en su habitación. Margarita la vio entrar, pálida y asustada. Suspirando, decidió acercarse. --- Abre, pequeña---, pidió con suavidad. Cuando Tamara finalmente cedió, Margarita la envolvió en sus brazos, sintiendo cómo los temores de la joven la invadían. --- Tranquila, mi niña,--- susurró Margarita. Tamara temblaba, lágrimas fluyendo de sus ojos; la compasión y el amor que recibía eran un bálsamo para su herida. Mientras Margarita acariciaba su cabello y cantaba una canción de cuna, los ojos de Tamara se cerraron lentamente, encontrando un pequeño rincón de paz en esa tormenta personal. La abuela Loren había visto a Tamara correr y se acercó a la casa, encontrando la conmovedora escena entre Margarita y su nieta. Javier, que había seguido a Tamara al bosque, se detuvo al escuchar las palabras de la joven y se sintió impotente ante su dolor. Miró a su amigo César, compartiendo un silencio que decía más que mil palabras. Las sombras eran profundas, pero en medio de eso, había una chispa de esperanza. Con el apoyo de Margarita, la abuela y quizás la familia, Tamara podría encontrar la forma de renacer entre las sombras de su pasado. La vida podría ofrecerle un futuro, uno que merecía profundamente. Era solo cuestión de tiempo y paciencia. — Algo extraño pasa. Desde que se fue del pueblo jamás volvimos a saber de ella, hasta que volvió con esa señora —dice Javier, frunciendo el ceño mientras mira hacia el horizonte. — ¿Has notado sus temblores? —responde César, con una expresión seria en su rostro. — ¿Qué? —pregunta Javier, intrigado. — ¿Te acuerdas cuando tuvimos clases sobre drogas y sus síntomas? —César lo mira fijamente, como si intentara darle la clave que le falta. — Tú, crees que mi prima... —Javier siente un nudo en el estómago y se queda mirando a la nada, perdido en pensamientos. — Algo le pasa, pero observa y verás —responde César, con un tono de advertencia que hace eco en la mente de Javier. Recordando los días de su infancia, Javier siente un golpe de nostalgia. Él adora a su prima; siempre habían estado juntos, compartiendo risas y secretos en el parque detrás de sus casas. La idea de que ella pudiera estar lidiando con algo tan oscuro y devastador como la adicción le resulta insoportable. No podía creer que fuera capaz de caer en esa trampa. Mientras César continúa hablando, describiendo señales y comportamientos que han ido notando en su prima, Javier se siente cada vez más abrumado. Las imágenes de ella, corriendo libre y feliz, contrastan drásticamente con la figura tambaleante que él ha visto últimamente, acompañada de esa mujer extraña. — No quiero creerlo —murmura Javier, llevándose las manos a la cabeza. — Pues quizás deberías —responde César, suavizando su tono. — A veces, los que más amamos son los que más necesitan ayuda. --- Mi prima, ella era la más inteligente, con muchos sueños, siempre decía en la escuela lo que quería ser de grande y ahora no va a la secundaria, no, no Tamara sería incapaz, --- Javier se pierde en sus recuerdos de niñez.
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