La luz dorada de las velas titilan sobre la mesa de madera oscura, proyectando sombras danzantes sobre nuestros rostros mientras cenamos en silencio. Para mí el ático aún huele a nuevo y a posibilidades. También huele a especias: tomillo, ajo asado, y el filete mignon que Eugenia ha preparado junto a la ensalada. Corto la carne con cuidado, disfrutando cada bocado, pero mis sentidos están más atentos a Azrael que al plato frente a mí. Nuestras miradas se encuentran una y otra vez. No es un simple cruce de ojos. No, el deseo contenido y la tensión se acumulan con cada segundo entre los dos. Es claro que ambos queremos estar con el otro. El silencio es incómodo y elocuente, como si dijera mucho más de lo que cualquiera de nosotros puede expresar con palabras en este momento. Me gusta lo que

