Nunca pensé que un día pudiera sentirse tan largo y tan corto al mismo tiempo. Paso horas sentada frente a la computadora, con los ojos fijos en los documentos que se apilaron en mi bandeja de entrada, pero mi mente estaba muy lejos de la oficina. Azrael y Gedeón no han aparecido, así que, mi conversación con Azrael sería en el ático. El aire parecía más denso, más pesado, como si el eco de lo ocurrido en la mañana se resistiera a abandonarme. Seguí trabajando porque no me quedaba otra opción. El deber es un refugio seguro, una distracción que impide que mis pensamientos se desborden. Revisé contratos, firmé reportes, contesté correos que ni siquiera necesitaban respuestas tan elaboradas, pero me obligué a darles vueltas una y otra vez. Aun así, entre cada línea, y entre cada número, me p

