El camino de regreso hacia la oficina lo hago con una calma forzada después de dejar a Vivian y al resto, una parte de mí siente aliviada al saber que está tranquila con lo del vestido; bastan solo unos toques y será perfecto para la boda. Una cosa menos en la interminable lista de pendientes. Desde la ventana del SUV observo las calles. Todo parece un desfile sin orden. Autos que se apresuraban, peatones que caminan con premura. Y yo ahí, atrapada entre vidrios oscuros, intentando concentrarme en los mensajes que se acumulan en la pantalla de mi móvil. El sonido constante de las notificaciones es casi un latido extraño e insistente, como si el mundo quisiera reclamarme al mismo tiempo. No levanto la mirada cuando el vehículo se detiene. Es el conductor quien abre la puerta con su acostu

