Me acomodo en la silla mullida de terciopelo color marfil mientras observo los cristales relucientes de la boutique, tan impecables que parece que fueran espejos dispuestos para reflejar la ansiedad de cada novia que cruza sus puertas. El aire aquí huele a flores blancas y a la delicada fragancia del café que alguna de nosotras pidió hace unos minutos. Mis dedos juguetean con la tela de mi falda, un gesto inconsciente que me ayuda a disimular la marea de pensamientos que me golpea con fuerza. Vivian está en el probador, probándose otro vestido más. He perdido la cuenta, aunque creo que todas lo hemos hecho. Taylor, mi madre, Ella y yo estamos sentadas como en un pequeño tribunal amoroso, esperando que la novia de turno abra la puerta y salga a exponerse al juicio más benévolo y a la vez m

