BLAKE ASHFORD La ciudad parecía dormida desde mi altura, pero yo venía ardiendo por dentro. Abrí la puerta del penthouse y el eco de mis pasos fue un golpe seco que me recordó dónde estaba: en mi santuario, ese lugar donde nada entra si yo no lo dejo. Solté las llaves en la consola, aflojé el nudo del saco y crucé el salón sin encender más que una luz: un rayo tibio sobre la barra, suficiente para ver el brillo de los cristales. Me serví agua. Dos tragos largos que no apagaron nada. Al contrario, abrieron espacio para que regresara ella. Gigi. Su voz, su ritmo, esa calma venenosa que me domó el pulso como si tuviera acceso directo a mis circuitos. La vi sentarse en su trono, los hombros hacia atrás, el mentón alzado, como si la cámara fuera una correa en mi cuello. Y yo, obedeciendo… p

