ANTES DE

1085 Palabras
¿Les ha pasado que durante toda la vida han escuchado historias de cuándo se conocieron sus padres? ¿De cómo se separaron? E incluso, ¿qué pasó el día en que nacieron? Bueno, yo sí, y en este capítulo empezaré a contárselas… Después de todo, para conocer la vida de alguien, hay que empezar por el principio, y el principio de cada persona no es cuando nace, sino cuando sus padres se encuentran. *** Y allí estaba ella, sonriente y feliz. «Parece un ángel de cabello corto y piel morena», pensó apenas la vio aquel hombre de apellido Álvarez, que patrullaba el pueblo en compañía del pelotón al que fue asignado. Apenas empezaba su carrera militar cuando ya había sido enviado lejos de su casa; sin embargo, eso no le importaba, pues su mayor sueño era servir a su patria. Fue educado para ello, y su aspecto lo demostraba: alto, fornido, de expresión dura, aunque su rostro no lo ayudaba, pues sus ojos color verde intenso lo hacían por momentos parecer un poco tierno. Tenía el don de la palabra, así que no fue difícil para él envolver a esa muchacha de apenas 18 años, que cursaba noveno de bachillerato y se ganaba la vida recolectando arroz y vendiendo, junto a sus hermanos, la yuca que cultivaba su padre. Para ella era inevitable no sentirse atraída por aquel hombre bien parecido, proveniente de otra ciudad y perteneciente a la milicia. En un pueblo tan pequeño, ese prototipo de hombre era como hallar oro en una mina, lo que confirmaban las otras muchachas que pasaban tras de él en busca de un romance, pero él las evitaba porque solo tenía ojos para ella: Magdalena. No era su belleza lo que más lo encantaba, aunque fue lo primero que llamó su atención, sino su carácter, que lo hacía sentirse enamorado. A pesar de su corta edad, la muchacha no le tenía miedo a nada. Era luchadora y trabajaba por ella y por su familia. —¡Te amo! —dijo, confesándole su amor a la joven que justamente se estaba convirtiendo en mujer en sus brazos. —¡Yo también! —respondió ella, inocente de lo que en un futuro estaba por venir. Un par de semanas bastaron para darse cuenta de que algo en su cuerpo había cambiado, lo que la asustaba, pues aún no terminaba la escuela y su hermana mayor ya había salido embarazada, y su sobrina apenas tenía dos meses. ¿Cómo podría decirles a sus padres? Quizás, si le contaba a su hermano mayor, él podría ayudarla. Después de todo, era el único varón y, por ese simple hecho, siempre fue el favorito. Tendría que esperar a que regresara para las vacaciones, pues estaba en la universidad. Aunque la situación no era muy buena en su casa económicamente, sus padres habían hecho hasta lo imposible por enviarlo a estudiar, incluso vender las pocas vacas que con tanto esfuerzo se habían conseguido. Pero aún faltaban tres meses para su regreso; seguramente ya se le notaría. —No, primero lo primero: una prueba —se decía frente al único espejo que había en la casa, mientras observaba su abdomen. —¡Toc, toc! Magdalena… —le gritó Ícela, su hermana menor, que esperaba buscar una toalla para bañarse. —Ya voy… —¿Qué tanto haces? —Solo me cambiaba. —¿Y por eso tenías que trancar la puerta? ¡Como si antes no te hubiera visto! —Lo siento, es que creí escuchar a Sánchez andar por la casa. —Sánchez era el apellido del novio de su hermana Marina, el padre de su sobrina, quien también era militar, por lo que tendían a llamarlo por su apellido y no por su nombre. —No te equivocas, está hablando con mi mamá. Parece que lo trasladaron de ciudad. —¿Y Marina y la bebé? —preguntó asustada. —Quiere llevarlas con él. —¿Entonces se irán? —Pues Marina parece emocionada, aunque supongo que tendrán que esperar a que llegue mi papá —comentó Ícela, que apenas tenía 14 años y era la más engreída de los cuatro hermanos. No podía fingir que sentía alguna pena por la partida de su hermana, pues de todas era la que más mal se portaba con todos. —Pareces tranquila con la noticia… —¿Y qué esperabas, Magdalena? No olvido que, por su culpa, mi papá siempre termina pegándonos. Nunca quería vender la yuca, y simplemente nos esperaba afuera de la casa a que nosotras la vendiéramos para asustarnos y quitarnos el dinero, para luego decir que ella la vendió y que nosotras no. Y con la pena que me da vender… —Sí, es cierto, pero a mí sí me da un poco de nostalgia. Después de todo, siempre hemos estado juntas y ella jamás ha salido de este pueblo. Pensar en que estará sola en otro lugar que no conoce me entristece un poco. —Tampoco seas tan exagerada, es su marido. Él la preñó, lo correcto es que se haga cargo de ellas. —Sí, en eso tienes razón. —Por cierto, Álvarez pasó muy temprano, cuando estabas en la finca. Te dejó dicho que el próximo martes sale de permiso, que lamenta no haberte visto una última vez antes de irse. También te dejó esto —le entregó una pequeña hoja de papel bien doblada. —¿Qué? ¿Dónde se fue? —No sé bien, supongo que te lo dirá en la carta —dijo Ícela antes de salir. Magdalena no dudó en abrir la carta. En ella, el cabo primero Álvarez, su pretendiente, como se le decía en esa época, le informaba que la noche anterior le habían ordenado salir a apoyar con su escuadrón a otro que luchaba en zona roja contra un grupo al margen de la ley que tenía recluidos a varios civiles. En cinco días se verían, según sus indicaciones, y agregaba como nota que lo único que le pedía a Dios era regresar sano y salvo para verla. —Tienes que regresar… —susurró preocupada, pidiéndole a Dios, más ahora que sospechaba que estaba embarazada. *** Obvio que no ocurrió ninguna tragedia, de lo contrario yo no estaría aquí contándoles la historia. Así que no se queden expectantes: en mi vida las tragedias empiezan de menor a mayor. O quizá, todas son mayores… Creo que eso termina dependiendo de cómo nos afecta cada cosa que nos pasa en la vida.
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