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793 Palabras
Cata casi llegaba a su departamento y aún no podía olvidar esa escandalosa mirada que Matías le había arrojado. Su mente le estaba jugando una mala pasada. Ella no era así. Estaba claro que se trataba de un hombre atractivo, recordaba haberlo visto un par de veces en el edificio, siempre impecable e inalcanzable, pero nunca había imaginado que ella podría entrar en su campo visual con otra intención. Sacudió su cabeza intentando evadir el calor que afloraba en su cuerpo al recordar su entallada camisa y estacionó su auto en la cochera del subsuelo. Pablo, pensó, no se merecía aquello. Subió en el ascensor y antes de cruzar el umbral de su casa se deshizo de los zapatos de taco bajo que solía usar para ir a trabajar. Las luces apagadas, con la penumbra instalada en el exterior llamaron su atención, pero pensó que a lo mejor Pablo, aún no había llegado. Continuó caminando luego de apoyar las llaves sobre el recibidor y pudo ver un par de copas con algún resto de vino en la mesa baja del living. Agudizó un poco su oído y algo parecido a unas risas llegaron como una brisa helada para acelerar su corazón. Con la adrenalina que arrasa los cuerpos frente a una inminente amenaza aceleró su paso hasta la puerta de su habitación, que ajena a su alocado corazón, le ofreció la vista más escalofriante por una caprichosa grieta de unos pocos centímetros. Tardó unos largos minutos en reaccionar. Si ver a su marido bajo el cuerpo de una joven mujer de largos rizos oscuro y afiladas uñas color carmín no era suficiente, los gemidos que aumentaban su volumen con cada embestida terminaron de desmoronarla. Un grito ahogado se escapó de su garganta y los amantes la descubrieron al mismo tiempo que ella se llevaba ambas manos a la boca y las lágrimas saltaban enfurecidas de sus grandes ojos marrones. Llegó a escuchar su nombre y un pedido algo desesperado de que regresara, pero el mundo parecía haber comenzado a girar con demasiada velocidad y apenas podía sostenerse de las paredes para regresar por donde había llegado. Casi alcanzaba el living cuando el fuerte brazo de Pablo la tomó del codo, irónicamente rememoró aquel primer baile de la universidad, solo que esta vez no deseaba ser arrastrada. -¡Soltame! - gritó con un tono que jamás en su vida había utilizado y en el forcejeo ambas copas cayeron sobre la alfombra derramando su contenido, como si fuera la sangre de su propio corazón que había sido quebrado en mil pedazos. Enfrentó los ojos del hombre al que se había entregado desde que podía recordarlo y no pudo verlo. Apretó con determinación sus labios y con un nuevo esfuerzo liberó su brazo. -¡No vuelvas a tocarme nunca más! - le dijo como pudo con los dientes aún apretados y atravesó la puerta del que creía su hogar con una creciente dificultad para respirar. Pablo intentó seguirla, pero la poca ropa que llevaba puesta le recordó lo que estaba haciendo minutos antes y se dio por vencido, creyendo que a lo mejor si esperaba a que se calmara podría perdonarlo. Llevó sus manos a su cabeza y gritó enfurecido, se suponía que ella no debía regresar hasta después de cenar. Volvió al cuarto donde Patricia lo esperaba aún desnuda. -Será mejor que te vayas.- le dijo ofreciéndole el vestido que horas antes él mismo había arrojado al piso. La mujer lo tomó a desgano y se dirigió al baño para alistarse. Cuando salió lo encontró sentado en el borde la cama con la cabeza entre sus manos. -A lo mejor ya era hora de que pase, así podemos estar más tranquilos. -le dijo terminando de arreglar su cabello frente al espejo, que tantas veces había utilizado Cata. Pablo prefirió no mirarla. . -No entendes nada, Patricia. - le dijo con amargura y cuando ella se le acercó para abrazarlo él se retiró con vehemencia. -¡Te pedí que te vayas! - le dijo poniéndose de pie. -¡Quién te crees que sos para tratarme así! Si mal no recuerdo el que me buscó fuiste vos.- le recriminó ella mientras lo seguía hasta la salida. Pablo abrió la puerta sin mirarla y como ella no avanzaba le señaló la salida con su mano. Patricia exasperada lo empujó a drede a su paso. -¡Ni se te ocurra volver a llamarme!- le gritó mientras abandonaba el departamento. Una vez que estuvo solo, Pablo suspiró con resignación. Se acercó al living y levantó lentamente de a una las copas del suelo y en su intento por limpiar la mancha de vino de la alfombra, la empeoró, tal como había hecho con su matrimonio.
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