11. ENFRENTANDO UN RECUERDO

1651 Palabras
MARGARETH Su mirada no abandonaba la mía. Era tan intensa que sentí que podía desnudar mis pensamientos, arrancar uno a uno mis secretos más profundos. Pero no retrocedí. ¿Cómo hacerlo, si había esperado tanto tiempo este encuentro? La yema de mis dedos rozó la palma de su mano. Era áspera, curtida por el entrenamiento o quizá por la guerra, pero al mismo tiempo transmitía una calidez que me gustó. Cuando mi mano reposó del todo sobre la suya, una corriente me recorrió entera. Y entonces ocurrió. Riven se movió con la velocidad de una fiera: me atrajo contra su pecho, rodeándome con sus brazos. En un segundo, una barrera de energía nos cubrió y el estallido sacudió los muros. Los cristales se hicieron polvo contra la magia invisible, y el rugido del impacto se mezcló con mi respiración entrecortada. Mi cabeza quedó hundida en su pecho, su corazón golpeando con fuerza bajo la tela. Instintivamente, mis brazos respondieron al abrazo. El aire olía a polvo y a peligro, pero en ese instante lo único real era él. El estruendo se apagó, reemplazado por los gritos que venían del salón, pasos apresurados, el eco del pánico. —¿Qué fue eso? —pregunté sin aliento, levantando apenas el rostro para buscar sus ojos. Riven no respondió. Su mirada estaba fija en las ventanas destrozadas; los labios se movían, pero no emitían sonido alguno. Luego me miró... y, por primera vez, sonrió. Esa sonrisa me robó el aire. Era un gesto pequeño, casi imperceptible, pero contenía algo feroz, un secreto que solo él entendía. Se apartó con suavidad, y el calor de su cuerpo se disipó de inmediato. —¿Estás bien? —preguntó, recorriéndome con la mirada, atento a cada rasguño invisible. Asentí, aun sin fiarme de mi voz. —Me alegro —dijo, y esa simple frase tuvo el peso de una despedida. Antes de que pudiera decir algo más, giró hacia la ventana rota. La brisa agitó su capa mientras saltaba con una naturalidad que parecía imposible. Corrí tras él, pero cuando me asomé... ya no estaba. Solo el silencio del jardín herido me respondió. —¡Margareth! —La voz de Liam rompió el momento, firme, alarmada, demasiado cercana. Me volví, el corazón aún desbocado, y me obligué a respirar antes de enfrentar al hombre que, oficialmente, debía ser mi futuro. PRÍNCIPE RIVEN Aunque me repetí una y otra vez que venir era una tontería... aquí estoy. Ignorando una guerra solo para verla. He vivido demasiado en poco tiempo. He conocido la pasión, el peligro, la gloria y el miedo. Y sí, he aprendido a socializar con mujeres: a hacerlas reír, suspirar, temblar. He escuchado mi nombre escaparse entre sus labios entre suspiros entrecortados. Pero ninguna de ellas ha logrado borrar su recuerdo. Por eso estoy aquí. Para demostrarme que lo de ella fue un capricho juvenil. Que la prometida de mi hermano es solo eso: un lazo político, un recuerdo que debía haber quedado en el pasado. Pero mi maldita suerte me juega en contra. El recuerdo infantil que guardaba de ella fue reemplazado por algo mucho más peligroso. Margareth ya no es la niña que corría feliz hacia la fuente ni la que quejaba por no poder mirar a las aves. Ahora es una joven con la mirada firme, una belleza que no pide permiso para imponerse. Y esas curvas... son una trampa que ningún soldado entrenado podría anticipar. Esperaba que la edad la hiciera poner distancia, mostrar frialdad o temor. Pero no. Cuando me acerqué, sostuvo mi mirada sin pestañear. No había miedo. Había fascinación. Y eso, por todos los dioses, fue peor que cualquier amenaza, nuevamente. No tuve tiempo para más. Apenas una breve presentación antes de quedar atrapado por la diplomacia, por los saludos formales y por la vigilancia de la reina. Esa mujer aún me mira como si fuera un veneno a punto de derramarse. Quizá no se equivoca. Observé a Lady Margareth con la discreción que la corte exige, aunque no fui el único. Varios la descubrieron esta noche. Ella brillaba como una joya recién desenterrada. Mi padre me habló de ella, de cómo fue apartada del mundo para ser moldeada en silencio, como si la perfección solo pudiera nacer del aislamiento. La reina misma la alaba, la presume, la guarda como si fuera un tesoro... o un trofeo destinado a otro. ¿Una mujer inalcanzable para mí? Así la vendió la reina. Sonreí ante la idea. Volví a mirarla. A la distancia, la escena entre ella y mi hermano parecía correcta, pulcra, predecible. Pero no había fuego. No había deseo. No había nada. Liam no la mira como un hombre mira a una mujer que le pertenece. Y ella no lo mira como quien entrega el alma. Mi pobre hermano no lo entiende. Esa clase de mujer no se conquista con títulos ni sonrisas. Si ella fuera mía... hace tiempo que su mundo giraría solo a mi alrededor. La observaré un poco más, y cuando la conozca mejor, cuando entienda qué es lo que la hace tan distinta... entonces, quizá, deje de parecerme tan especial. Tan fascinante. ☻ La vi huir de aquel salón, con el vestido ondeando como una sombra azul entre la luz de los candelabros... era imposible no hacerlo. La seguí en silencio. Sus movimientos eran cuidadosos, pero cargados de ansiedad. Necesitaba escapar, lo entendí. La encontré en la biblioteca, iluminada apenas por una lámpara encantada. Entonces usó magia. Un simple gesto, apenas un movimiento de sus dedos, y una brisa se deslizó por la habitación, haciendo que las cortinas danzaran y un mechón rebelde se soltara de su peinado. No era un hechizo peligroso, pero bastó para que mi curiosidad se encendiera como chispa sobre aceite. Una maga... la prometida del príncipe heredero es una maga. Son pocas, raras como joyas antiguas, y todos los reyes sueñan con tener una en su linaje: una esposa capaz de dar más poder a sus herederos. Aunque para mí, ese detalle es secundario. Poder tengo de sobra. Y aun así... verla conjurar algo tan simple y tan hermoso fue fascinante. —Así que la prometida de mi hermano es una maga. No había escuchado al respecto. Ella se tensó. Cerró su abanico, y por un segundo pareció contener el aire mismo. El miedo brilló en sus ojos, pero no hacia mí... sino hacia lo que podía significar que alguien más lo supiera. Ahora compartimos un secreto que ni Liam conoce. De pronto se recompuso y me miró con una fuerza que no esperaba. —Sigues teniendo unos ojos hermosos —susurró. No respondí. No podía. Nuevamente, esas palabras me hacen sentir... extraño. Aunque los años han pasado y he escuchado a otras mujeres decir eso, pero solo en labios de mujeres que habían compartido conmigo el calor de una cama. Nunca antes. Nunca después. Su mirada valida lo que sus labios dicen. Y no hay forma en que eso no me desestabilice. Ella se recompuso pronto, agradeció mi presencia, el que no olvidara mi promesa. Y yo fingí que era solo cortesía. Mentira. Cada palabra suya me hundía un poco más. Y me reprendí por eso. Soy un hombre. No debo caer en las provocaciones de una joven sin experiencia. El ritmo del juego debería estar en mis manos, así que lo tomaré. Me acerqué a ella y aunque fue breve, percibí como sus músculos se tensaban ante mi cercanía. No sé qué pasa por su mente, pero sé que no le soy indiferente. A ninguna mujer le soy indiferente y por muy peculiar que sea ella, no tiene por qué ser resistente a mis encantos y provocaciones. Dije tonterías sobre romper cadenas y ella respondió que quería que cumpliera. No pude evitar que la curva de satisfacción se dibujara en mis labios. Realmente ella nunca olvidó la promesa, incluso parece que...me esperaba. Su respuesta fue tan ingenua como letal. Dijo que siempre había querido bailar conmigo, que era su deseo desde los diez años. Y entonces lo comprendí: aquella niña que alguna vez me miró con admiración... nunca dejó de hacerlo. Eso me convence de que puedo dar otro paso. Saqué la pequeña caja de mi bolsillo y se la entregué. —No podía llegar sin un presente. Espero que le guste. Sus labios se curvaron en una sonrisa. Nunca fue mi intención comprarle nada, pero el destino trajo a mí esa joya y su color siempre me hizo pensar en sus ojos violeta. Su belleza aumenta cuando sonríe. Y esa sonrisa fue solo para mí. Estúpido pensamiento. No es digno de un demonio, no es digno de alguien que solo puede observar a la luz desde lejos. Cuando la vi sostener los pendientes a la luz, supe que había cometido un error. Porque en ese momento la quise. No como un recuerdo, sino como un deseo inmediato, real. —Son hermosos —dijo ella. —No saben que tienes magia, ¿verdad? —pregunté. El pendiente tembló entre sus dedos. Y entonces aproveché el momento. Me incliné sobre ella y aspiré su tentador olor, aquel que he tratado de ignorar desde que se acercó hoy a mí. Traté de contenerme, juro que sí. Mis labios rozaron su nuca. Midiendo sus reacciones y entonces su olor se intensificó, haciendo que aquella parte que escondo al mundo quisiera emerger. Entonces volvió a sorprenderme. Giró con ademán brusco clavando su mirada en mí mientras ponía la punta de su abanico contra mi pecho. —No se confunda, príncipe. Soy una mujer que respeta su compromiso y que se hace respetar de los hombres. Liam es un maldito niño afortunado. Si tan solo no hubiera una guerra tras esos muros, tendría tiempo para otros planes. Así que no tengo más opción que dejarla pasar. —Entonces le pagaré ese baile. —dije, extendiéndole mi mano. Pero entonces... la guerra nos alcanzó.
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