Capítulo 1

3544 Palabras
1 Natalie Montgomery, Centro de Procesamiento de Novias, Norteamérica —Mantén la esfera estimulante en tu coño, gara. La voz era profunda y dominante, y yo no sabía qué era una esfera estimulante ni qué significaba gara. Sin embargo, sí sabía que si dejaba de apretar mis paredes internas alrededor de aquel objeto pesado y sólido, caería a la suave alfombra que tenía bajo mis pies descalzos. El objeto redondo estaba dentro de mí, provocándome para lo que quería en realidad… el duro falo de mi compañero. Cerré mis ojos procurando mantener dentro el delicado objeto. Pero estaba demasiado mojada. Demasiado excitada. Demasiado lista para que mi compañero me reclamara. Sabía que la esfera se caería y que sería castigada. Otra vez. El pensamiento me hizo gemir de placer mientras una mano grande y cálida recorría la longitud de mi columna, desde la base de mi cuello, bajando a mis curvas, hasta terminar en mi trasero. Volví a sentir un ardor en el lugar donde me había dado una nalgada antes cuando dejé caer la esfera. La presión del estiramiento, de sentirme llena, era una presión carnal, y mi v****a deseaba liberarse, deseaba rodear su polla. El sudor cayó por mi ceja cuando sentí que la esfera se deslizaba, al percibirla en la entrada de mi núcleo. A punto de caer. ¡No otra vez! Moviendo mis caderas, intenté evitar lo inevitable mientras la profunda voz detrás de mí se rio al verme luchar. —Compañera traviesa, puedo ver la esfera estimulante. Mantenla dentro de ese coño húmedo o te voy a volver a nalguear. —Yo… no puedo. —Inclinada sobre una pequeña mesa acolchada, intenté mover mis brazos, pero me di cuenta de que estaba amarrada por los tobillos y las muñecas. Un cojín estaba debajo de mi estómago y aunque era cómodo, noté que me encontraba posicionada a la perfección para que él hiciera lo que quisiera conmigo. Mi trasero estaba al aire, mi coño desnudo perfectamente expuesto para que él lo viera. No podía esconderme de él. Mi compañero colocó dos manos enormes en mi trasero, una a cada lado, y luego me abrió para inspeccionarme. Nunca había estado tan expuesta. Tan vulnerable. Esperaba sentir vergüenza. Pero el cuerpo de esta mujer disfrutaba su inspección, sabía lo que vendría después. —Estás tan húmeda para mí. Ya comprendo por qué buscas problemas, gara. —Su profunda voz era áspera, llena con su propio deseo. Cómo él lo sabía, cómo sabía yo cómo sonaba mi compañero cuando estaba a punto de perder el control y darme lo que deseaba, no tenía idea. Él estaba cerca. Solo necesitaba presionarlo. Tentarlo. Sacudiéndome con necesidad, sentí que un metal frío rozaba uno de mis muslos, luego el otro, y supe que había una pesada cadena atada a la esfera estimulante, que tiraba de ella lentamente hacia abajo. Yo estaba demasiado húmeda, demasiado excitada, para mantener la esfera dentro. Mis músculos temblaban con el esfuerzo por retenerla, mi clítoris pulsaba con necesidad. Pero no quería la esfera estimulante, yo lo quería a él. Llenándome. Abriéndome. Haciéndome correr. Cuando me relajé, dejé de sostener la esfera y cayó desde mí hacia el suelo. Jadeé, sintiéndome vacía. —Por favor, necesito… más. Ni siquiera reconocía mi voz. Era profunda y rasposa como si hubiera estado gritando de placer. Por la forma en que me sentía, presa de la necesidad, probablemente no me había corrido todavía, pero gemía de desesperación. Este hombre, mi compañero, fuera quien fuera, sabía cómo presionarme. Y me encantaba. Él siseó y yo sentí su palma acariciar mi tierno trasero. —Esto es mejor, gara. Cualquier hombre podría follarte, pero yo soy tu compañero y sé lo que necesitas. Necesitas mis órdenes, mi autoridad sobre tu cuerpo. Solo entonces te dejarás ir. Su mano bajó a mi trasero desnudo con un duro golpe y gemí en shock. Sabía que esto no era real, que nunca me habían nalgueado, pero fuera lo que fuera, dolía, aunque el dolor se transformaba rápidamente en un placer feroz que se mezclaba con la creciente bola de necesidad caliente y frenética. —Primero me vas a rogar, gara. Perderás el control. Olvidarás todo, excepto a mí. —Su aliento caliente ventiló mi cuello antes de que me besara en mi lugar sensible, detrás de mi oreja—. Solo entonces te follaré. —Pero… —¿Esto es lo que quieres? —susurró mientras un dedo hacía círculos en mi entrada. Oh, sí, era exactamente lo que quería. Solo el mínimo roce de ese dedo enviaba calor hasta mis pies. Mi clítoris pulsaba. —Más —le rogué. Presionando su cuerpo contra el mío, sentí cada caliente y duro centímetro de él en mi espalda. —¿Esto? —Su dedo se deslizó dentro de mí. Se retiró—. Estás goteando por mí. —Por favor. —Cerré mis ojos; cada músculo de mi cuerpo estaba tenso, listo para que me corriera como nunca antes en mi vida. Yo solo necesitaba un… poco… un poco… más. Lo necesitaba, duro y áspero, tirando de mi cabello y penetrándome como si nunca fuera a detenerse. Un desenfreno que no reconocía creció dentro de mí. Un gemido desesperado salió de mi garganta como un gruñido animal, cuyo sonido tampoco reconocí. —¿Qué quieres, gara? —Él me llenó con dos dedos y me mordí el labio para evitar ordenarle que me follara más fuerte. Más rápido. Más profundo. Si yo intentaba acelerar su ritmo, él me dejaría goteando y vacía hasta que le rogara. Hasta que llorara. Hasta que le entregara todo. —A ti. Por favor. Su mano se retiró y quedé vacía otra vez. El viento rugió por encima de la estructura parecida a una tienda y sentí el aroma del aire seco y del cuero, del aceite de almendras y de la arena. Y el de mi compañero. Su aroma era salvaje y almizclado, su sabor era único en mi lengua, como si hubiera tenido su dura longitud en mi boca recientemente. Dios, el pensamiento me hizo calentar. Lo deseaba. Por completo. En todos lados. Sacudí la cabeza y sollocé, mi cabello era como una cascada que caía por mi rostro. Yo lo necesitaba. No había otra palabra adecuada para describir el estado de mi cuerpo. Yo estaba necesitada. En algún lugar profundo dentro de mí, sabía que esto ya llevaba un largo rato. Él me excitaba, me atormentaba con placer. Pero yo estaba más allá de sucumbir, estaba partiéndome en dos y lista para rogar, implorar, llorar… todo, todo para que me diera su duro… —¿Es esto lo que quieres? —dijo él y sentí la caliente y redonda cabeza de su polla alinearse en mi entrada. —Sí. —La palabra salió de mi boca. —¿Aceptas mi reclamo, gara? ¿Aceptas mi protección y devoción? ¿Qué demonios se suponía que tenía que contestar? Solo había una palabra recorriendo mi mente como un cántico y este cuerpo en el que me encontraba estaba demasiado ansioso por gritarla. —¡Sí! Pasos. Escuché pasos a la derecha. Giré mi cabeza para ver un segundo par de botas. No eran de mi compañero. Alguien más estaba aquí… —Para los registros oficiales, ¿ha estado usted casada o emparejada con otro hombre? La pregunta del segundo me hizo ralentizar mis pensamientos y calmó mi excitación levemente. ¿Qué sucedía aquí exactamente? —No. —¿Tiene usted descendencia biológica? «¿Biológica…?» —No. Me tensé e intenté salirme de las manos que me sostenían mientras el extraño con botas se acercaba. No podía verle la cara, pero sabía que estaba aquí. Sabía que pudo escucharme rogar, escuchar mi placer. Y por el lugar en donde se encontraba, estaba segura de que podía ver mi v****a abierta. Bajé mi frente hacia la mesa con un gruñido. Dios, ¿por qué me excitó eso? ¿Me acababa de convertir en una enferma? ¿Una pervertida? Antes de poder seguir pensándolo, una mano gentil se enredó en mi cabello en la base de mi cráneo y tiró de él gentilmente, levantando mi cabeza de la mesa. Mi espalda se arqueó y mi trasero se levantó hacia la enorme polla. —Bien. Te reclamo como mi compañera. —Él empujó hacia adelante, llenándome con una penetración lenta y firme. El extraño detrás de mí habló con voz áspera y profunda, pero diferente a la de mi compañero. —Anotaré los registros oficiales y alertaré al consejo. —Déjanos —le ordenó mi compañero, sin salir de mí. —Pero todavía no le has dado tu semilla. El protocolo estándar dicta que sea testigo… —Vete antes de que te corte el pene de tu cuerpo y te lo meta por la garganta. Temblé al escuchar la brusca orden de mi compañero. Las botas se fueron con prisa y yo sentí una sonrisa dibujándose en mi cara. Mi pareja era fuerte. Feroz. Temido. Él no me compartiría. Dios, me hizo sentir caliente. Montándolo una vez más, moví mis caderas, aliviada cuando él se salió y volvió a penetrarme profundamente. Con dureza. Su mano en mi cabello tiró todo mi cuerpo hacia atrás, hacia su gruesa polla. Dentro. Fuera. Fuerte. Rápido. Rudo. Justo como lo deseaba. Los sonidos húmedos y carnales llenaron la tienda. Mi compañero liberó mi cabello y se inclinó para besarme en el hombro. Su voz estaba agitada, su aliento quebrado a medida que hablaba. —Y ahora, compañera, vas a saber lo que significa ser mía. Movió su mano y pude ver un anillo en su dedo meñique. Mi coño se apretó con anticipación. Me pregunté por qué durante medio segundo y él presionó una insignia en el anillo con su pulgar. Una vibración explotó en mis pezones y mi clítoris fue el siguiente en padecer un pequeño shock, como una corriente eléctrica. Un grito abandonó mi garganta mientras me arqueaba, pero mi compañero cogió mis caderas y me sostuvo hacia él, penetrándome profundamente una y otra vez hasta que lo único que escuché fue el sonido de su cuerpo golpeando el mío. Mierda, ¿era una especie de control remoto para… qué? Una especie de vibrador espacial… ¿Pero en mis pezones y mi clítoris? Una y otra vez. Mis pezones enviaron fuego a mi núcleo y exploté, corriéndome tan fuerte que temí que me desmayaría. Mi coño pulsó y se apretó alrededor de él y perdí el control de mi cuerpo, estremeciéndome y temblando como un animal salvaje, mientras sus enormes manos aguantaban mis caderas, forzándome a recibir más. Mi orgasmo continuó hasta que los mareos me ahogaron y ya no podía recordar dónde estaba. Mi boca se secó con mis gritos. Y luego todo se puso n***o. La sensación desapareció como si estuviera saliendo de un sueño, un sueño al que quería regresar. Ese había sido el mejor sexo de mi vida y quería más. En mi experiencia, despertar siempre apestaba. —¿Señorita Montgomery? —La voz dura de una mujer pronunció mi nombre. —Sacudí mi cabeza sin querer responder. Quería más de mi compañero, de su dura polla, de ese orgasmo increíble. Mierda—. ¡Natalie! —La voz aumentó el volumen y ahora sonaba preocupada. Si algo había aprendido durante mis largos años en el internado, era que no podía ser grosera. Los buenos modales habían sido inyectados en mi sistema por profesores estrictos y despiadados. —Lo siento. ¿Sí? —Mi voz sonó rasposa y débil, como si no la hubiera usado por días. —Abre tus ojos, cariño. Necesito saber que estás de regreso, en la Tierra, conmigo. A regañadientes, forcé mis ojos para que se abriesen, mis párpados parecían papel de lija. De repente recordé todo. Las paredes blancas y frías de la clínica. La extraña silla en la que estaba amarrada como una paciente demente. La extraña bata de hospital que llevaba con la insignia del Centro de Procesamiento de Novias Interestelares y la expresión solemne de la mujer morena que realizaba la prueba. Ella no parecía mucho mayor que yo, pero la oscuridad detrás de su mirada me decía que había vivido mucho más. Era momento para mí de continuar con eso llamado «vida». Estaba cansada de permanecer guardada como porcelana delicada en un estante. Fui dócil durante veinticuatro años y miren a dónde me llevó. Una educación en la Ivy League, padres que no veía más de dos veces al año y un prometido desesperado por sexo caliente que prefería pagar para tenerlo en vez de dormir conmigo. Ciertamente, él nunca me había sacado de mis casillas como el sueño que recién había tenido, pero tampoco lo intentaba mucho. Lograr que me comiera el coño era una osadía. Él era un tío a quien solo le importaba meterla y alejarse. Y yo lo había tolerado los últimos dieciocho meses para complacer a mis padres. ¿En serio? ¿Qué me sucedía? Y para empeorarlo todo, el mejor sexo que tuve fue un sueño. Aunque si iba a recibir más de eso si aceptaba el emparejamiento, entonces encantada. —¿Señorita Montgomery, está conmigo? —Oh, lo siento. —Parpadeé un par de veces y saqué de mi mente los pensamientos sobre Curtis Howard Hornsby III. Millonario, nacido en bandeja de oro, sin carácter, pene flácido y maldito engañador—. Sí, estoy aquí, guardiana. Lo siento. —Comprendo. Tómese un momento para recuperarse. Sé que el protocolo de procesamiento puede ser intenso. Me sonrojé. —No grité muy fuerte, ¿cierto? Ella sonrió y luego desvió la mirada. —No, no muy fuerte —contestó, pero no le creí. Por la forma en que me había corrido en el sueño, seguramente todos en el centro de procesamiento me habían escuchado. —Sí, sobre eso. Lo siento, pero es que fue… Dios. —Ni siquiera podía explicarlo. —Sí, lo comprendo. —El nombre de la guardiana era Egara. Ahora lo recordaba. ¿Pero ese era su nombre o su apellido? Era un nombre extraño para una mujer. Había escuchado rumores de las otras procesadas en el centro los últimos días que decían que la guardiana Egara había sido emparejada no a uno, sino a dos guerreros de un planeta llamado Prillon Prime. Y ambos habían muerto. Era una viuda doble. Triste. Sonaba muy triste. La guardiana Egara miró la tableta en su mano, una que parecía llevar siempre y asintió brevemente. —Excelente. Tienes un emparejamiento de noventa y nueve por ciento. —¿Lo tengo? —Sí, esa voz patéticamente esperanzada fue la mía. Mi madre frunciría el ceño por esa muestra innecesaria de emoción. Pero al diablo con ella, al diablo con mi millonario padre bancario y la decisión de ambos de haber tenido una hija simplemente para cumplir con las expectativas de la sociedad. Yo me crié con niñeras y amas de llaves en el internado. Aprendí a tener compostura a los tres años y ni siquiera era británica. Desde ahora, la opinión de mi madre no importaba más. Necesitaba recordarlo. Me iba a ir de este estúpido planeta. Iba a tener una vida real, con un hombre, un alienígena, un compañero, lo que sea, quien estaba noventa y nueve por ciento emparejado conmigo. No me importaba cómo lo llamaran, siempre y cuando yo le importara. Por primera vez en mi vida, quería a alguien que me pusiera primero. Esa simple característica no estaba en la naturaleza de mis padres o de mi exprometido. Demonios, la consistente falta de interés en su única hija probablemente significara que ni se darían cuenta de que me había ido hasta Navidad, es decir, en cuatro meses. —Sí, Natalie. Has sido emparejada en Trion. —Los ojos de la guardiana mostraron calidez y yo me relajé en mi silla de examinación. Me sentía como en el dentista, pero no iba a comentar eso. Y no iba a recibir una limpieza, sino a un hombre. Un compañero. Una vida. —De acuerdo. —No sabía nada del planeta, y no me importaba. Cualquier lugar tenía que ser mejor que la Tierra, porque cuando mis padres y Curtis me prestaban atención, notaban todo y me ordenaban lo que debía hacer, usar y con quién sociabilizar. Aunque me había rebelado algunas veces, nunca funcionó. Siempre resultaba en un nuevo internado o en un boleto de primera clase a casa desde el lugar al que había huido. Al igual que el año pasado, cuando fui a un crucero por Alaska y me encontré con un lacayo de los Montgomery en Juneau listo para llevarme de regreso. Solo fue un maldito crucero, pero eso no estaba permitido. La única forma de liberarme era abandonar el planeta, ir a un lugar del que no pudieran forzarme a regresar. Miré en mi mano izquierda el enorme diamante del anillo de compromiso en mi dedo. Cuando levanté la mirada, pude ver que la guardiana Egara me estaba observando. —¿Puedes quitártelo? Con mis muñecas atadas, no podía hacerlo. Pero no iba a ir emparejada con un alienígena de Trion portando el anillo de Curtis. Aunque era enorme y hermoso, no lo quería. Yo quería a mi compañero del espacio. —¿Me puedes ayudar? No lo alcanzo. Ella asintió y se acercó a mi lado. Colocó la tableta al lado de mi rodilla y sacó el anillo cuidadosamente de mi dedo. Cuando salió, sentí una sensación burbujeante de libertad. ¿De verdad iba a hacer esto, dejar a todos y todo? Sí. Sí, lo haría. Moví mis dedos y suspiré. —Gracias. La guardiana sostuvo el anillo y elevó una ceja. —¿Qué desea que haga con el anillo? —No me importa. Véndelo. Quédate con el dinero. Regálalo. Tíralo a la basura. Lo que quieras. —Está bien. —Deslizó el anillo en su bolsillo y me preocupó que fuera a botarlo de verdad. —Vale más de treinta mil dólares. No recibas menos por él. Asintiendo, cogió de nuevo la tableta. No parecía impresionada por el anillo y me gustaba más por eso. Parecía que prefería el amor a los objetos, al igual que yo. El anillo no significaba nada porque yo no significaba nada para Curtis. Me acomodé en la silla. —Para el registro, señorita Montgomery, ¿está actualmente casada o ha estado casada? —No. —Estas eran las mismas preguntas que me habían hecho antes, pero sabía que esta era la última vez. Ahora tenía un compañero. Un hombre que se suponía que estaba emparejado a la perfección con mi perfil psicológico. Saber que mi compañero me esperaba solo hizo que las preguntas parecieran más reales. —¿Ha engendrado alguna descendencia biológica? —Joder, claro que no. —Y antes de hoy, nunca lo quise. Curtis nunca me había inspirado para tener un hijo y mi crianza me había secado. Si yo llegara a tener un bebé, tendría que tomar clases o algo. Tendría que hacer todas las cosas que mi madre nunca hizo, como aprender todas las canciones y juegos que jugaban los niños. Los ABC. Yo sabía los ABC. ¿Acaso tenían un alfabeto en Trion? De repente, me sentí con ansias por descubrirlo. Apostaba a que tendrían sus propias canciones para niños. Y las aprendería de inmediato y se las cantaría a mi bebé. Quizás incluso antes de que naciera. Los bebés pueden escuchar ahí dentro, ¿cierto? Quizás cantaría canciones en mi idioma y en el de Trion. Guau. Yo quería un bebé. Eso era nuevo. ¿Me habían dado algo durante las pruebas para despertar mis ovarios? —¿Natalie? Le parpadeé a la guardiana Egara. —Sí. —Sé que es difícil, pero intenta concentrarte. Ya casi terminamos. ¿Aceptas los resultados del protocolo de emparejamiento? —Sí. —Oh, joder, claro que sí, gara aceptaba. Me reí. No pude evitarlo. El júbilo me embargó, caliente y pesado. Me sentía… feliz. Por primera vez, tenía algo por lo que estar emocionada, y lo había hecho por mí misma, para mí—. Lo siento, estoy algo emocionada. La guardiana me dio una palmada en el hombro y caminó hacia el lado opuesto de la sala; su uniforme gris ajustado me recordaba a ese personaje sexy y alienígena, Siete de Nueve, en Star Trek. Curtis siempre señalaba lo sexy que se veía esa estúpida actriz rubia en su traje plateado súper apretado y brillante. Y era una ciborg en un programa de televisión. ¿Cómo era sexy una mujer robot? No lo comprendía, pero Curtis babeaba siempre que aparecía en la pantalla del televisor, incluso conmigo sentada a su lado en el sofá. Bueno, yo reía última. Curtis estaría atrapado aquí, en la Tierra, pagando a sus acompañantes para que le chuparan el pene y viviendo dentro de ese banco ochenta horas a la semana como un robot. Yo era quien estaba yendo a una aventura sexy en el espacio. Dios, esperaba que mi compañero en Trion fuera ardiente. Muy ardiente. Lo suficiente ardiente para mojar mis bragas, como en el sueño. Una luz azul brillante apareció en la pared a mi izquierda y la silla se tambaleó a un lado. Sorprendida, levanté la mirada para ver a la guardiana Egara sonriéndome. —Intenta relajarte. Todos los planetas tienen especificaciones para sus compañeras. Todas las modificaciones para Trion serán realizadas como parte de tu procesamiento. Cuando te despiertes, estarás en Trion. Ya no serás una ciudadana de la Tierra. Tu nuevo compañero te estará esperando. Me recosté, lista para la locura que estaba por suceder. En realidad, simplemente intentaba no vomitar. Estaba abandonando mi hogar. Para siempre. Yo había leído el folleto. Yo sabía en lo que me estaba metiendo y sabía que no podría regresar. Pero pensarlo y hacerlo eran dos cosas distintas. Cuando una aguja gigante vino hacia mí, parpadeé. Cuando se clavó detrás de mi oreja, cerca de la sien, intenté olvidar el dolor mientras la guardiana me explicaba que se estaban implantando procesadores neurales para ayudarme a aprender el idioma de Trion. Genial. La silla me llevó a un baño azul y cálido, y una sensación de calma me embargó. Aunque supuse que me estaban drogando, no me importó. Al menos no iba a enloquecer con esa glamorosa bata de hospital. —Su procesamiento comenzará en tres… dos… uno. —La guardiana Egara se despidió mientras la pared se cerraba detrás de mí. Y luego… nada.
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