Capítulo 2

2895 Palabras
2 Concejal Roark, Puesto Avanzado Dos, continente sureño, planeta Trion —¡Concejal! Giré al escuchar la voz y miré entre las dos tiendas, esperando que apareciera el dueño de esa voz profunda. Los dos soles trajeron un día cálido y brillante y yo no tenía una cobertura apropiada para estar afuera. El hombre joven que corría hacia mí en la arena era una nueva asignación para mi guardia personal. Era el hijo de mi primo, ansioso y leal, a pesar de tener apenas veinte veranos. —¿Qué sucede, Byran? Cierto, era joven, y su cuerpo temblaba con una mezcla de ansiedad y emoción. —¡Ella está aquí! Cuando fruncí el ceño, continuó: —Tu mujer. La alienígena de la Tierra. Mi espalda se enderezó y el aliento abandonó mi cuerpo como si me hubieran golpeado en el estómago. —¿Mi compañera está aquí? —pregunté—. El transporte debía ocurrir cuando se ocultara el primer sol. —Escaneé el cielo en menos de un segundo—. No la esperaba tan pronto. Aunque él estaba parado firme delante de mí, como era apropiado por mi rango, se encogió de hombros. —No sé los detalles, concejal, pero ella está aquí. Yo la vi. —Algo parecido al deseo atravesó su cara. —¿Es hermosa? —No debería habérselo preguntado. ¿Qué podría decir? «No, señor, es horrible». Por supuesto que no. Aunque esa fuera la verdad. —Ella es increíble, concejal. Nunca vi a una mujer como ella. Caminé con prisa hacia la pequeña estación de transporte, la cual era temporal y rústica como todo el puesto avanzado. Yo estaba aquí solo por unos días para encontrarme con los líderes tribales del área y me sorprendí mucho cuando el Programa de Novias Interestelares me notificó la llegada inminente de mi compañera. Incluso mis padres me habían presionado desde su cómodo y lujoso hogar en la ciudad capital de Xalia para conocerla, como el futuro de nuestra familia, la mujer que llevaría a mis hijos. Empujando hacia atrás la entrada de la tienda, me agaché para entrar y vi a un pequeño grupo de hombres. Parados en un semicírculo, miraban el suelo, hacia algo, y asumí que era mi compañera. Había pasado más de un mes desde que me rendí ante los protocolos de emparejamiento del Programa de Novias Interestelares. Ya no recordaba mucho de la prueba. Me había dormido y despertado con el corazón acelerado, un pene erecto y una sensación de satisfacción completa. No tenía idea de qué tipo de mujer me asignarían ni me importaba. Simplemente quería que llegara. Gobernar era un trabajo solitario y a pesar de lo mucho que admiraba y respetaba a mis padres, ellos no me daban alivio cuando me acostaba en la cama en las noches. Solo. Sí, había muchas mujeres de Trion ansiosas por montar mi polla, pero todas querían algo a cambio. Fortuna. Estatus. Poder. La mujer que acababa de llegar no querría nada más que mi mano dominante en su cuerpo y mi polla enterrada profundamente… Aclarándome la garganta, todos los hombres se dieron vuelta e hicieron una reverencia. Los centros de transporte en Trion eran, por necesidad, movibles, y su ubicación era secreta. La facción rebelde de los Drovers en el continente del sur era agresiva y decidida. Los Drovers querían que Trion abandonara el juramento a la Coalición Interestelar para no enviar más soldados y más novias. Los Drovers creían que nuestra tecnología y nuestra terca sangre tribal serían suficientes para protegernos de la escoria de la Colmena. Se equivocaban. Yo vi lo que había ahí afuera, en el espacio. Yo estuve en las líneas del frente de la guerra. Serví cuatro años como se les requería a todos los voluntarios de Trion. Y sabía, sin duda alguna, que las facciones Drover estaban equivocadas. La Colmena nos conquistaría en semanas sin la protección de la Coalición Interestelar. Aun así, algunos se rehusaban a creer la verdad. Por esto, los puestos de transporte se movían a menudo, su ubicación era secreta y solo algunos la conocían. Como resultado, vine al medio del desierto en el Puesto Avanzado Dos, la estación de transporte más cercana disponible aquí en el área salvaje del continente del sur. Yo vivía contento en la capital, rodeado de guardias leales y consejeros, lejos de las complicaciones y maniobras que siempre se requerían al visitar estos puestos avanzados. En mi hogar, podía estar con mi gente, liderarlos y gobernarlos con efectividad. Aquí, estaba en guardia constantemente, cada palabra de mi boca tenía el potencial de comenzar una guerra entre tribus, una batalla por recursos, agua o mujeres. Una pequeña debilidad era todo lo que se necesitaba para desestabilizar la región. Yo nunca era débil. Aquí, concejales de todo Trion se reunían, y esas reuniones a menudo tenían días de rituales, zalamería y negociaciones. Había venido a este lugar por una reunión así, pero apenas supe que mi compañera llegaría, hice todo lo que pude para mantener un perfil bajo, para esperar a mi compañera. Esperar e imaginar cómo luciría. Cómo se sentiría su coño alrededor de mi polla. Casi podía escuchar sus gemidos de placer mientras la tomaba por detrás en la banca de reclamación, una y otra vez. Tres días de espera. Ahora, la espera terminó. Ella estaba aquí y yo podría hacerla mía y llevarla a casa. Finalmente. No dije nada, solo crucé el espacio y los hombres se separaron, permitiéndome, al fin, ver a mi compañera. Mis ojos se abrieron de par en par al verla dormida. Dormida y desnuda. Su cuerpo estaba lleno de curvas y sus pechos exuberantes se destacaban sobre una estrecha cintura. Su piel pálida, sin duda, no había sido tocada por los fuertes soles del desierto. Su cabello brillaba un poco bajo la luz de la docena de lámparas que rodeaban la plataforma de transporte. Ninguno se había atrevido a tocarla, y yo estudié su suavidad sobre la superficie gris oscura del transporte y me preocupé por saber si el viaje la había lastimado. ¿Por qué no estaba despierta? Me acerqué, me agaché enfrente de ella y observé sus rasgos delicados. Sus labios eran gruesos y rosados. Su cara tenía una barbilla ligeramente puntiaguda que deseaba besar. Su cabello dorado parecía como si hubiera sido tejido con oro puro de las minas de Trion. Ella era increíble y yo luché con la forma en que mi cuerpo reaccionaba a su belleza. Con razón Byran tenía lujuria en sus ojos. Sin duda, todos los hombres que me rodeaban la tenían. De repente, me di cuenta de la persistente presencia de ellos. Fark! Mirando alrededor, le di un tirón a una larga bata que estaba en los brazos de uno de los hombres y la coloqué alrededor de mi compañera, asegurándome de que su hermoso cuerpo quedara cubierto. Solo su cabeza y cuello quedaron a la vista. Girándome, miré a los hombres que ahora parecían nerviosos. —Es mi compañera a quien habéis estado mirando —dije con voz fría y filosa—. Ya que observabais su cuerpo desnudo, supongo que habéis visto los discos que indican que tiene un maestro. —Los ojos de todos cayeron al piso—. ¿Ninguno pensó en cubrirla? ¿Ninguno pensó en su modestia y que ella es mía? ¿Qué su cuerpo es solo para mi placer y no el vuestro? Mi voz se elevó con cada palabra y la última pregunta fue un grito. Todos en el campamento debieron de haberme escuchado. Me enderecé por completo y me crucé de brazos. —¡Byran! El joven dio un paso adelante, espalda erguida y barbilla levantada. —¿Sí, concejal? —Encuentra a la doctora y tráela aquí. De inmediato. —¿Y sus padres? Fark. Los había olvidado con la sorpresa. Ellos habían viajado para conocer a mi compañera. Ansiosos de que continuara la línea de líderes de Trion con la siguiente generación, me presionaron para que tomase una novia, una pareja política. Como hijo obediente, permití que me presentaran mujeres por meses. Mi posición como concejal me aseguraba que pudiera escoger a casi cualquier novia de la capital, pero encontré que no disfrutaba sus miradas calculadoras ni la falsa humildad. Cuando mi madre insistió en que escogiera alguna, me rehusé y mi padre, por primera vez, se puso de mi lado y en contra de su compañera. Él comprendía mi deseo de una mujer propia. Quería que yo disfrutara lo que él había disfrutado estos últimos años, una compañera verdadera, una que estuviera emparejada a la perfección conmigo, como mi madre lo estaba con él. Y así fue como intenté complacer a mis padres, acepté tomar a una compañera, pero una de mi elección. Una emparejada conmigo. Una pareja perfecta. Miré a Byran, quien esperaba pacientemente con sus manos juntas en frente de su cintura. —Sí, alértalos de su llegada. —A pesar de lo mucho que quería conocer a mi novia a solas, sabía que no era posible. No aquí, no en el Puesto Avanzado Dos. Nosotros estaríamos cubiertos de ojos curiosos, con los de mi madre liderándolos. Byran no sabía nada de mi confusión interna. Mantuve mi cara firme mientras él hacía una reverencia y se iba. —Y el resto de vosotros… ¡Fuera! —grité. El resto de los curiosos salió por la abertura de la tienda y aunque los oí murmurar mientras se marchaban, no escuché qué decían, pues mi atención estaba totalmente enfocada en mi compañera. Ella estaba dormida. No estaba muerta, ya que podía ver cómo la bata subía y bajaba levemente. No la dejaría en la dura plataforma de transporte, así que la levanté en mis brazos y la llevé a una silla. No sentí ningún peso al levantarla; las mujeres de la Tierra parecían ser bastante pequeñas. Recordaba a la compañera del Alto Concejal, Eva, quien también era una mujer pequeña en comparación con su maestro, Tark. Sentándome con mi compañera apoyada en mi regazo, suspiré, permitiendo que mi frustración e ira me abandonaran ahora que finalmente la tenía en mis brazos. Mi compañera era cálida y suave y me incliné para posar mi cara sobre su suave cabello, sedoso y del color más bello. Oliendo su aroma, cerré los ojos. ¡Esta era mi compañera! De todo el universo, ella era mi pareja perfecta. Confiaba en ella, aunque todavía no había abierto los ojos. Ella era mía. Y aunque tenía a mis padres y una hermana a quienes dedicarme, tener a una compañera que me llamara «maestro» era algo totalmente diferente. Ya sentía la posesividad recorrer mis venas. Una mujer mayor que yo por una década sobre mis treinta veranos atravesó la entrada y luego hizo una reverencia. Llevaba el uniforme de doctora de Trion y una pequeña mochila. Dentro estaría todo lo que necesitaba para diagnosticar, tratar y curar la mayoría de las enfermedades y heridas. —Concejal, escuché que su compañera fue transportada. Enhorabuena. ¿Desea que la examine completamente para la reproducción? —No. Deseo que me informe de su salud general, doctora. —La moví para poder pasar mi mano por su cabello. Quería sentirlo bajo mi palma, tocarla—. Las pruebas de reproducción las haré yo mismo. Acabo de descubrir que soy un poco… protector cuando se trata de mi compañera. —Sí, escuché sobre su insatisfacción con respecto a las demás. —Pude percibir su propio disgusto en su tono—. ¿Entonces no desea que este examen sea visto por alguien más que yo para los registros oficiales? —Fark, no. —La respuesta fue instantánea y casi salvaje. Ya demasiadas personas del puesto la habían visto desnuda. —Ya sabe que el protocolo estándar indica que la reclame ante un testigo oficial y que el suceso sea registrado para los monitores del sistema del programa de novias. Apreté la sujeción en mi compañera. El pensar en que uno de esos imbéciles me viera llenar a esta pequeña mujer con mi semilla no me atraía. Nadie escucharía sus chillidos de rendición, de placer, solo yo. —Soy consciente de la tradición. Simplemente escojo no honrarla. Le aseguro, doctora, que follaré a mi compañera más de una vez. Habrá muchas oportunidades para que los monitores del programa de novias registren la actividad. Noté que la esquina de su boca se elevó, pero no volvió a comentar el tema. Yo era el concejal del maldito continente del sur. Si alguien quería asegurarse de que mi compañera estaría bien y verdaderamente emparejada, entonces tendría que verle la cara mañana, pues tendría el brillo de una mujer bien follada. Y eso sería todo lo que obtendrían los bastardos en este puesto. Eran un grupo de malditos excitados y yo no permitiría que dieran rienda suelta a su curiosidad o que calmaran su hambre de carne femenina con mi compañera. —¿La puedo ver? —Sí, doctora —respondí soltándola. Aunque una doctora mujer no era lo común, estaba agradecido de que ella estuviera en ese puesto, ya que no podía tolerar que otro hombre la viera, ni siquiera con intenciones médicas. —¿Preferiría sostenerla mientras la reviso o colocarla en la mesa? Me sentí agradecido por su respeto, y la ayudaría en lo que fuera para fortalecer su posición entre la élite médica. Ella se solidarizaba conmigo y con mis necesidades respecto a mi compañera. Yo podría apoyarla. —Hazlo aquí. La doctora asintió y se arrodilló ante mí. Mirándome por un momento, encontró el borde de la bata y la abrió. Tuve un vistazo brevísimo de mi compañera antes de volver a cubrirla. Como estaba de lado, con sus piernas dobladas, no pude evitar ver la curva de su cadera, su piel pálida, sus grandes pechos, la delgada cadena de oro que colgaba entre sus pezones, anclada a las perforaciones en cada una de sus puntas rosadas. El centro de procesamiento en la Tierra hizo un trabajo excelente con las modificaciones requeridas para Trion. Con ella en mi regazo, pude tomarme mi tiempo y apreciar todo. Sus pechos enormes, los pezones de un color pálido. Con los anillos dorados atravesándolos, las puntas estaban un poco enrolladas. Reconocí mi sello grabado en los medallones dorados adjuntos a la cadena. La vista me complació tanto que mi necesidad más primitiva de anunciarle al planeta a quién pertenecía esta mujer estaba resuelta. Nadie cuestionaría su identidad o mi reclamo. Su abdomen estaba ligeramente curvado y tenía rasurada la parte de arriba de su vulva, aunque, con sus piernas juntas y dobladas, no pude ver nada más. Me puse duro al imaginar lo que me esperaba entre esos muslos suaves y cremosos. La doctora tomó una varita ReGen de su mochila y la pasó lentamente sobre el cuerpo de mi compañera, de pies a cabeza y luego al revés. Los ojos de la doctora permanecieron en los sensores y en las luces de colores mientras lo hacía. —Roark, escuchamos que tu compañera llegó. —La voz de mi padre llenó la pequeña área dentro de la tienda y levanté la mirada para ver a mis padres entrar sin mi permiso. Hasta este momento, su arrogancia nunca me había molestado, pero ahora encontré una ira profunda lista para salir a la superficie por la intrusión. —Sí, padre. La doctora debió de haber visto la tensión de mi quijada, ya que se estiró rápidamente y colocó la bata por encima del cuerpo de mi compañera. Mi padre se acercó y sacudí mi cabeza, mi mamá se estiró para detenerlo con una pequeña mano en su brazo. —Enhorabuena, hijo. —Mis gracias, madre. —A mí siempre me habían dicho que me parecía a mi padre. Alto, de hombros amplios, cabello n***o, ojos igual de negros. Pero su cabello tenía algunos pinceladas plateadas. Mientras que yo usaba una barba corta, él estaba afeitado por completo. Aun así, me parecía a él. Pero era la lógica despiadada de mi madre, fría y mercenaria para situaciones políticas, la que me unía a ella. Mi madre era una compañera constante y amorosa, y había sido la consejera más confiable de mi padre durante muchas décadas. Él había servido como concejal del continente del sur por veinte años antes de darme la posición. Como había sucedido por generaciones, yo fui votado de inmediato como su reemplazo. Rechazar la posición, el deber y las duras responsabilidades que venían con el cargo nunca fue una opción. Yo fui criado desde el nacimiento para servir a mi pueblo. Respetaba mi posición y el honor de mi familia. La tradición. El compañero de mi hermana servía como segundo para el Alto Concejal de Trion. Nuestra familia estaba dedicada al servicio. Nunca quise nada para mí. Nunca se me permitió. Pero la mujer en mis brazos era mía y encontré, por primera vez en mi vida, que rechazaba la intrusión de mis padres en lo que debería haber sido algo privado y sagrado. Mi compañera. Ella no sabía nada de la política en Trion, del estatus de élite de mi familia en el planeta, de nuestra fortuna y masivo poder militar. Los protocolos de emparejamiento del Programa de Novias Interestelares nos habían emparejado porque éramos perfectos el uno para el otro, como mujer y hombre. Finalmente me acostaría con una mujer que sabía que me quería sin ningún motivo oculto o alguna aspiración política. Ella era mía. Y el pensamiento hizo que mi pene se endureciera y mi corazón doliera. El dolor irradió desde mi pecho hasta mi garganta cuando miré la cara gentil de mi compañera. Aun así, ella dormía. Sus largas y pálidas pestañas descansaban con una perfección elegante sobre sus altos pómulos. Su nariz era derecha y suave, sus cejas se arqueaban delicadamente por encima de unos ojos que no podía esperar a ver. ¿Serían dorados? ¿Castaño oscuros? ¿O extraños como su hermosa piel y cabello dorado? Mi madre había entrado primero y se acercó para verla. —Es bastante pequeña. ¿Por qué está cubierta?
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