NERO
No duermo.
No es solo frustración s****l la que me mantiene despierto toda la noche, aunque Dios sabe que tengo mucho de eso. Es la maldita pelea que tuvimos. No quiero admitirme a mí mismo que Lia me ha sacado de quicio, pero la evidencia es clara.
Planeé una maldita cena a la luz de las velas. Alquilé un yate. Elegí una botella de champán de mil dólares, por el amor de Dios. ¿A qué demonios está jugando?
Me hago la pregunta una y otra vez, pero no tengo una buena respuesta. La verdad es que no sé qué estaba pensando, pero había algo en verla frente a ese lienzo, perdida en su pintura, que me hizo querer más de eso para ella. Mas normalidad. Mas buenos momentos. Mas de las cosas que se merece.
Pensé que tal vez por una noche, podríamos dejar de lado todas esas tonterías y volver a ser nosotros mismos. Como solían ser las cosas. Debería haber sabido que esos días habían terminado en el momento en que su familia traicionó el apellido Morelli. El minuto en que Lia me mintió en la cara y fingió que me amaba, cuando todo ese tiempo sabía exactamente lo que su padre estaba haciendo.
Mierda.
Me arrastro fuera de la cama a la mañana siguiente, maldiciendo el día que entré en ese club de striptease de Las Vegas. Todo sería mucho más fácil si no la hubiera vuelto a ver. O incluso si hubiera hecho la vista gorda, simplemente hubiera regresado a una habitación privada y hubiera dejado que Lia viviera su vida lejos de mí y de mi mundo oscuro y violento.
Entonces, tal vez las cosas serían sencillas. Tal vez no estaría arriesgándolo todo por la oportunidad de mantenerla con vida, sintiendo cosas que no debería sentir. Emociones que podrían darme por muerto o traer la destrucción del imperio Morelli, un imperio por cuya construcción he sacrificado toda mi vida.
Me dirijo al club para ponerme al día con los negocios. Mi oficina allí es un maldito santuario comparado con el loft, no hay riesgo de que Lia entre en ella en pantalones de yoga, lista para ponerme duro como una roca. Pero, aunque intento distraerme con el papeleo sigo demasiado tenso, listo para estallar. Y cuando Chase entra como si nada hubiera pasado, es la tormenta perfecta.
—Estoy ocupado— gruño.
—¿Quién se orinó en tus Cheerios? — pregunta Chase, con aspecto completamente despreocupado. Deja una bolsa de bagels en mi escritorio y se pone cómodo.
—¿Quieres decirme a qué diablos estás jugando? — le respondo con voz pétrea. —¿Qué demonios hiciste con Lia anoche? —
Chase se burla, poniendo los ojos en blanco.
—¿Qué dijo? —
Frunzo el ceño. ¿Por qué no me responde directamente?
—Dijo que la amenazaste—
—¿Y que si lo hice? — Chase se encoge de hombros. —Solo te cuido a ti, hombre. No puedes confiar en esa perra—
Le devuelvo la mirada. —Yo seré quien juzgue eso—
—¿Sí? Bueno, tu buen juicio no está funcionando muy bien estos días, no con tu polla a la cabeza— responde. —Vamos pensé que ya te habrías dado cuenta de su actuación de señorita inocente. Esa mujer tiene una agenda—
Me muevo inquieto. —Ella sabe el trato. McComark por su vida—
—¿Y si alguien le ofrece un mejor trato? — pregunta Chase. Su buen humor se desvanece y puedo ver el resentimiento ardiendo en sus ojos. —¿En qué diablos estás pensando? Si quieres un culo apretado, ve a buscarlo, nadie te detiene. ¿Pero mantenerla cerca? ¿corriendo por todas esas fiestas elegantes? Los chicos chicos estan hablando—
—¿Qué dicen? — pregunto, controlando mi temperamento.
—Que estás perdiendo de vista lo que realmente importa. El negocio. La familia— enfatiza. —Todo este patrimonio inmobiliario, castillos en el aire, cuando no necesitamos la responsabilidad. La máquina funciona, ya dirigimos esta ciudad, la parte que cuenta. No necesitas joder lo que no está roto—
Lo miro a los ojos, adivinándole. —¿Están diciendo eso los chicos? — pregunto con la voz fría. —¿O tú? —
Chase parece darse cuenta de su error. Puede que seamos amigos, pero sigo siendo el jefe aquí.
—Hey, pensé que deberías saberlo— dice, colocando las manos arriba. —Te cubro las espaldas, pero esa perra…Se está convirtiendo en un problema—
—Esa perra es la clave para que toda esta organización sea legitima— digo entre dientes.
—Cerramos este trato, y es un juego completamente nuevo. Se acabaron las guerras territoriales que dejan cadáveres en la calle. Se acabaron las tonterías de los federales, o los tipos que arriesgan el cuello cada vez que van a recibir un envío. ¿Quieres hablar conmigo sobre esta organización? — añado, poniéndome de pie.
—¿Sobre la familia? Todo lo que hago es por esa razón. Todo—
Chase aparta la mirada. —Si, bueno…no confío en ella, eso es todo—
—No te corresponde cuestionar mis prioridades. Haz lo que te digo, y eso significa dejar a Lia en paz, a menos que te diga lo contrario—
—Si, jefe—
Chase se va sin decir una palabra más, y yo me siento, pensando en lo que acaba de decir. No en la parte sobre Lia, porque demonios si yo también se si puedo confiar en ella, sino en los rumores que circulan.
Porque por mucho que odie admitirlo, tiene razón. Mi lugar en la cima de este imperio depende de dos cosas: miedo y recompensa. He estado tan concentrado en asegurar la cantidad de dinero que haría que nuestros tratos sucios palidecieran en comparación, que he descuidado la otra parte de mi papel. Gobernar las actividades de Morelli con puño de hierro, para que nadie piense siquiera en joder con nosotros. Bandas rivales, policías locales, funcionarios, socios comerciales, mi propia maldita tripulación… La lista continúa.
Si alguno de ellos me cuestiona o percibe alguna debilidad… No dudarán en apuñalarme por la espalda o meterme una bala en la cabeza. Puede que mi nombre me haya conseguido la corona cuando mi padre fue a la cárcel, pero no me ha mantenido en el trono tanto tiempo. No, todo eso es obra mía. Lo que significa que un movimiento en falso de mi parte también puede provocar mi ruina.
—Te ves fatal—
Levanto la vista. Amina está en la puerta, vestida de manera informal como siempre, con jeans oscuros y botas gruesas, con una sonrisa burlona de “que te jodan” en la cara. —Es uno de eso días— suspiro, aliviado de encontrar una cara amigable y no más tipos buscando pelea. —¿Qué pasa? —
—¿Dijiste que tenías algunos papeles para que firmara? —
—Ah, cierto—
Le hago un gesto para que entre y encuentro el archivo. —La renovación de la licencia de licor aquí, y ese nuevo lugar que estamos abriendo en la Décima Avenida—
—¿Otro lugar en mi floreciente imperio de vida nocturna? — pregunta Amina, bromeando. —Qué suerte la mía. A este ritmo pronto estaré en la lista de Forbes—
Se sienta y ni siquiera mira los documentos antes de firmar en las páginas con pestañas. Todo es solo una fachada. Claro, los bares ganan un dinero decente, pero tambien son negocios en efectivo: La manera perfecta para blanquear nuestro dinero no tan limpio y que salga reluciente.
—Hecho y hecho— Amina me devuelve las páginas. —¿Significa esto que me van a aumentar el sueldo? —
Resoplo. —No presiones—
Guardo los papeles cuidadosamente. Aprendí del encarcelamiento de mi padre lo importante que era mantener registros financieros precisos para esos negocios. Así fue como el FBI terminó metiéndolo tras las rejas. Igual que Al Capone. Evasión de impuestos, y testimonio sobre sus turbios tratos financiero cortesía del padre de Lia.
Así que, después de que enviaran a Román lejos de casa, lo reorganice todo. Nuevos abogados, nuevos contables, en quienes pudiera confiar. Y nuevos nombres para la junta de bebidas alcohólicas también. Técnicamente, Amina es dueña de los clubs y bares que realmente pertenecen a la organización, gracias a su impecable historial. En el pasado, su madre hizo lo mismo con Román.
—Míranos— dice Amina con una sonrisa burlona, a punto de servirnos un par de vasos de whisky de mi bar en la esquina. —Siguiendo los pasos de nuestros padres—
—Estarían orgullosos— acepto secamente, tomando un vaso.
—¿Qué te dice el viejo Román? — pregunta, sentándose y apoyando sus botas en la esquina de mi escritorio. —¿Ya has ido a verlo este mes? —
Niego con la cabeza. —Ocupado— respondo brevemente.
Amina me mira. —Apuesto a que no le haría mucha gracia saber que hay una Nichols por aquí…Todavía respirando—
Suspiro. Esa es exactamente la maldita razón por la que no he ido a presentar mis respetos habituales. Porque se exactamente lo que dirá mi padre sobre Lia. Y sería una orden de ejecución.
Sin mencionar que si descubriera la razón por la que la he mantenido cerca, todo este asunto de los bienes raíces…
—¿Crees que estoy siendo idiota? — le pregunto a Amina. La conozco lo suficiente como para saberlo, me lo dirá sin rodeos.
Ella da un sorbo a su bebida. —¿Sobre qué? tienes que ser más específico—
—Ja, ja— pongo los ojos en blanco. —Sobre Lia—
Amina hace una pausa. —Eso depende…No, si solo es una herramienta para conseguirte lo que quieres—
Hago girar el whisky en mi vaso. —¿Y si no lo es? ¿Si es más complicado que eso? —
La sonrisa de Amina se vuelve triste. —Siempre lo es—
Me pregunto, no por primera vez, que estará pasando Amina que yo no sepa. Se guarda sus cartas sobre su propia vida amorosa, pero tengo la sensación de que algo está pasando.
—Esa no es una respuesta—
—Es lo mejor que tengo— se levanta y apura su vaso. —Pero, sea lo que sea entre ustedes dos, más vale que valga la pena el riesgo—
Las palabras de Amina me acompañan mientras termino mis asuntos y finalmente me dirijo a casa. Es tarde, y espero que Lia se haya acostado para cuando regrese, pero no tengo suerte. Las luces están encendidas y puedo oír música que sale de su nuevo estudio de arte improvisado.
Sigo el sonido por el pasillo, hasta la puerta abierta. Sé que debería continuar y dirigirme directamente a la cama para beber hasta perder el conocimiento, pero no puedo evitar detenerme a mirar. Lia está pintando, descalza con un vestido de verano suelto, su cabello oscuro derramándose de una trenza como la seda.
Mierda.
Sigue siendo la cosa más hermosa que he visto en mi vida, y verla así, tan absorta en su trabajo…
Cada parte de mi anhela reclamarla. Poseerla. Darle todo lo que ha estado deseando, y más. Porque sé que también ella lo desea. Esta ahí, en la forma en que su cuerpo se balancea contra mí, en la forma entrecortada en que gime cuando la beso. El fuego salvaje en sus ojos esa noche, cuando cayó de rodillas y me chupo como si su boca estuviera hecha para darme placer.
Mierda.
La determinación echa raíces, y también la frustración. Me he estado conteniendo desde el día que la volví a ver, manteniéndola a distancia en caso de que encuentre una manera de burlar mis defensas. Permitiéndome solo una breve muestra de su dulzura, su pasión. Pero todo lo que he hecho es apretarme más. Hacer que la necesite más. Ella es como el oxígeno, y me muero de hambre por una sola respiración.
Este no soy yo. Ella me está dando vueltas, haciéndome menos hombre con cada minuto que pasa. Cada segundo que no estoy enterrado hasta la empuñadura en su coño resbaladizo, tomando lo que es mío. Lo que siempre ha sido mío.
Entro en la habitación. Lia se gira. —¿Qué estás…? — empieza a preguntar, pero luego su voz se desvanece. Puede ver en mis ojos cuanto la deseo. Y maldita sea, si la llamarada de deseo que veo allí no me calienta la sangre ni me pone la polla dura. Ella también me desea.
—Ya basta de juegos— le digo con un gruñido, avanzando. Listo para mostrarle exactamente en qué tipo de hombre me ha convertido. Las formas en que puedo hacerla gritar. Soy el maldito Nero Morelli, y ya no espero más.
—Quítate la ropa—