LIA
Son las dos de la mañana de un miércoles cuando un hombre entra por la puerta y arruina mi vida.
Podrías pensar que no queda mucho en mi vida que arruinar, ya que estoy sirviendo a borrachos imbéciles whisky diluido en agua en un club de striptease en las afueras de Las Vegas, y tal vez tengas razón. No estoy curando el cáncer ni luchando por la paz mundial, y la única obra maestra que estoy pintando es la sonrisa pintada de lápiz labial en mi cara, invitando a los chicos a meter billetes en la cinturilla de mi minifalda de cuero. Las monjas de mi antigua y elegante escuela católica probablemente se desmayarían si pudieran verme ahora y luego rezarían por mi pobre alma.
No, esta vida no se parece en nada a la que soñé, pero es solo eso: una vida. Y es mucho mejor que la alternativa, que es yacer a dos metros bajo tierra en una tumba sin nombre en algún lugar como si nunca hubiera existido. La familia Morelli no te da el honor de una lápida, no cuando los has traicionado como yo. Por eso miro al tipo que acaba de entrar y la sangre se me hela. Sabía que este día llegaría.
Miro de nuevo, rezando para haberme equivocado, para estar viendo cosas en la penumbra, pero reconocería a ese hombre con los ojos vendados a cien pasos. Nero Morelli.
Entro en pánico. No me ha visto, está demasiado ocupado frunciendo el ceño a su teléfono celular, rodeado por un grupo de sus chicos. Incluso reconozco a algunos de ellos, mirando a las bailarinas en el escenario, moviendo el trasero al ritmo de Umbrella de Rihanna. El grupo le hace señas a una camarera, bromeando sobre algo; el gran fajo de billetes en sus manos dice que están aquí para jugar. Pero solo hay un hombre que me importa. Nero. Sigue mirando su teléfono, distraído. Y entonces, me doy cuenta: no han venido a buscarme. Todavía tengo una oportunidad.
Me agacho entre la multitud, borracha y alborotada como siempre. Mantengo la cabeza gacha, lejos de la amenaza, maldiciendo mi mala suerte. De todos los clubes de striptease de mierda en Las Vegas, él tenía que entrar en el mío.
—¡Amber! — una de las otras chicas me alcanza junto a la barra. —¿A dónde vas? Se supone que cierras a las cuatro—
Mierda.
—¿Puedes cubrirme? — pregunto, suplicante. Lanzo una mirada ansiosa al otro lado de la habitación, pero no lo veo. —No…me siento muy bien—
Ella suspira. —No se…—
—Puedes quedarte con mis propinas de esta noche— le digo, sacando billetes sueltos del escondite de mi sostén. —Cerraré el resto de la semana. Lo que quieras—
—Bien —asiente— y luego me observa. —Deberías irte a casa. No te ves muy bien—
Y tampoco me siento bien. —¡Te debo una! — le digo, agradecida, y me apresuro hacia la salida trasera, sabiendo ya que no volveré. Amber se desvanecerá tan fácilmente como la invente. Solo otro nombre falso para añadir a la lista de mujeres que solía ser.
Me dirijo por un pasillo oscuro y salgo por la puerta trasera hacia el callejón. Puedo ver las luces de neón parpadeando desde el strip y respiro profundamente aliviada. Libertad. Pero solo he dado unos pocos pasos cuando alguien me agarra por detrás.
Me congelo de miedo, me doy la vuelta, pero es uno de los clientes de adentro.
—Cariño, ¿adónde vas? — dice arrastrando las palabras, con la mirada perdida. Pero su mano está bien enfocada, justo en mi trasero.
—¡Lo siento! — suelto, intentando escabullirme entre sus manos agarradoras, pero el tipo me agarra fuerte. Me arrima contra la pared, junto a los contenedores de basura.
—¿Cuánto cuesta bailar? — me mira con lascivia, con el aliento rancio. Intento no vomitar.
—No soy bailarina, solo sirvo las bebidas— digo, poniendo mis manos en su pecho y tratando de apartarlo. Pero el tipo está construido como un linebacker.
—Así que tal vez no bailamos… —Mal aliento me empuja contra la pared. Mi hombro golpea el ladrillo dolorosamente y grito, pero él no parece darse cuenta. O no le importa.
Se inclina para acariciar mi cabello, apretándose más cerca, sujetándome en mi lugar para que no pueda moverme. Su mano tantea mi pecho y lucho con repulsión mirando por encima de su hombro para ver si la seguridad está cerca para echar a este tipo como de costumbre. Pero no es una cara amigable la que sale por la puerta trasera. Es él.
Nero está haciendo una llamada en su teléfono celular, su voz firme y letal. La luz captura su rostro correctamente por primera vez y reprimo un jadeo. En los diez años transcurridos desde la última vez que lo vi, he pensado en él un millón de veces. Pero me he estado imaginando al chico que solía ser a los dieciocho. Flaco, todavía en desarrollo: una mata de rizos oscuros y su sonrisa infantil que podría tentarte a romper todas las reglas.
Pero el hombre que mira fijamente desde la puerta está hecho de acero crudo. Duro e inquebrantable. Se alza allí, con los músculos tensos contra la tela de su camisa negra y sus jeans; tatuajes moteados que se extienden por su cuello. Está sin afeitar, con el pelo despeinado y los ojos llenos de desprecio mientras da una orden por teléfono.
Siento un dolor; los recuerdos regresan como maremoto. Pero los obligo a regresar. No puedo tomar ese camino, ahora no, empujando contra la pared con este borracho imbécil a punto de delatarme. A punto de acabar con mi vida de mierda para siempre.
—Sí, nena… —la mano del borracho se mueve entre nosotros y oigo el sonido de su cremallera. Lucho contra la bilis que sube por mi garganta. Nero sigue allí de pie, ajeno a todo, a apenas seis metros de nosotros. No nos ha visto aquí, a la sombra del contenedor de basura, pero si me resisto… Si grito… Me oirá. Y entonces todo terminará.
En una fracción de segundo, sopeso la decisión imposible. O dejo que este borracho me viole aquí en el callejón… O Nero Morelli descubrirá exactamente dónde desaparecí. Y no solo yo. También encontrará a mi hermano pequeño. Dios, ayúdame.
Cierro los ojos, con lágrimas calientes en las mejillas mientras me hundo contra la pared. Que sea rápido. Rezo. Acaba con esto de una vez.
El borracho me está manoseando, respirando más rápido por la anticipación. —Cariño, sí… —gime, subiendo mi falda. —Se que lo quieres—
Lo que quiero es recuperar los últimos diez años de mi vida. estar en un lugar lejos de este callejón mugriento y de estas manos sucias, tomando decisiones imposibles solo para seguir con vida.
—Mierda— gime, manoseando su polla flácida por el whisky. —Solo dame un segundo, me estoy poniendo más duro, me estoy poniendo…—
Así como así, se ha ido. Mis ojos se abren de golpe a tiempo para ver a Nero tirar al tipo al suelo y golpearle la cabeza con el talón con un crujido repugnante.
—Quita las manos de la mercancía —Nero dice con frialdad. —Esta está tomada—
Me lanza una mirada evaluadora, como si no hubiera una década de historia entre nosotros. —Lía Nichols— dice con frialdad, con los ojos fijos en mi blusa rota y mi falda subida. —Nunca pensé que vería este día—
Me estoy recuperando del gélido desprecio en su mirada, pero el tipo borracho no está fuera de juego aún. Se pone de pie de un salto, rugiendo furioso, y se abalanza sobre Nero. Pillado por sospesa, Nero se tambalea hacia atrás y los hombres se precipitan hacia los contenedores de basura.
No espero ni un segundo más. Salgo corriendo, mis tacones resonando en el asfalto mientras cruzo el estacionamiento a toda velocidad hacia mi viejo Jetta. Saco mis llaves de la bolsa que tengo alrededor de la cintura y las meto en el encendido, con las manos temblando tanto que me toma tres intentos meterlas.
El motor chirría.
—Por favor, arranca, por favor, arranca—canto, sollozando, hasta que finalmente cobra vida. Me alejo, los neumáticos chirriando, casi rompiendo el límite de velocidad conduciendo por la ciudad hasta que me detengo frente a mi destartalado complejo de apartamentos y corro dentro. Subo rápidamente las escaleras hasta mi piso y cierro la puerta de golpe, poniendo el cerrojo.
Me hundo en el suelo, con el corazón latiendo con fuerza. ¿Qué hago ahora?
Miro a mi alrededor. El lugar está escasamente amueblado, pero he hecho todo lo posible para que se sienta como un hogar: muebles de segunda mano, libros y mantas. Pinté la cocina de amarillo rayo de sol e hice un mural en las paredes del dormitorio; enredaderas de la jungla que se enroscan hasta un techo azul, tropical y brillante. Pero una parte de mí siempre supo que sería temporal. Una parte de mí siempre supo que llegaría el día en que tendría que dejarlo todo atrás. Una vez habría sido por él. Con él. Ahora, Nero es quién lo está quemando todo hasta los cimientos.
Lentamente, mi pulso vuelve a la normalidad. Me seco las lágrimas y me aliso la ropa, dándole vueltas a cada posibilidad en mi mente. Podría huir. Empacar una maleta y ponerme en camino. Encontrar otra ciudad en la que perderme, otro trabajo de mierda para pagar la matrícula universitaria de mi hermano. Pasar cada minuto del día mirando por encima del hombro, buscando entre la multitud una cara familiar. Pero ya lo sé, no es una opción. Ya no.
Ahora que Nero Morelli sabe que estoy aquí, no se detendrá ante nada para encontrarme de nuevo. Me cazará, pase lo que pase, y no le importará a quien tenga que lastimar para llegar a mí.
Jack
Mi hermano está a salvo en la universidad en Chicago, asistiendo a clases y conociendo a otros estudiantes de primer año en las fiestas de pizza el viernes por la noche. Ajeno. Feliz. He pasado los últimos diez años criándolo, haciendo su vida lo más normal posible en medio de los escombros de todo lo que pasó. Él es mi razón de todo y no hay nada que no haga para protegerlo.
Un golpe resuena por el apartamento. Me estremezco. Vuelve a sonar, decidido.
Me ha encontrado.
Me pongo de pie y respiro hondo. Abro el cerrojo y abro la puerta de par en par. Pero no es Nero el que está al otro lado. Es su matón, Chase, de pie allí, con tres de sus hombres, amenazantes en la penumbra. Intento no fijarme en las manchas de sangre de su camisa, probablemente el último rastro de ese borracho que alguien verá jamás.
—Chase—, lo saludo fingiendo que no siento miedo. —Pasa—
Parece sorprendido, como si esperara tener que derribar la puerta para llegar a mí.
—¿Dónde está? — pregunto. —¿Dónde está Nero? —
—Voló de regreso a Nueva York. Negocios— responde Chase. —Me dejo para que me ocupara de ti—
El terror golpea fuerte, pero oculto, el escalofrió. Sé cómo Chase trata a la gente.
En cambio, me pongo erguida en toda mi altura y le dirijo mi mirada más imperiosa. La que usé en mi vida anterior, cuando era mimada y privilegiada, y el mundo entero se abalanzaba sobre mí para darme lo que mi corazón deseara.
Cuando Nero Morelli era el chico que amaba, y no el hombre que me quiere muerta.
—Llévame con él —digo, ofreciendo una última oración. Porque solo hay una persona que puede salvarme ahora y no hay manera de huir de él. Ya no. —Lévame con el jefe.