2. Hacerte pasar por mi novia

2284 Palabras
Enzo. Escuchen, estoy borracho. Pero eso no significa que no sepa lo que estoy haciendo. Se exactamente lo que estoy haciendo. Estoy sentado en este bar, triste como la mierda porque murió mi abuela, y luchando contra la amargura con un bate mientras mi mente borracha se cierne en una cosa en la que realmente no quiero pensar, y es en que he sido un idiota durante los últimos seis meses. Por cierto, que yo sea un idiota no tiene nada que ver con mi abuela. Ella es encantadora. Era encantadora. Mierda, el tiempo pasado me va a afectar. Tener que evitar lidiar con eso durante un día entero significa que está burbujeando como uno de esos volcanes de bicarbonato de sodio de la preparatoria. Se está derramando por todas partes y haciendo un desastre. Claro, el ron no ayuda. Pero para eso están los mecanismos de afrontamiento: para ayudar de la peor manera posible. Ron + Abuela = Esta ridícula propuesta que hice. Ni siquiera se el nombre de esta chica. Solo sé que pasamos doce años de escuela bajo el mismo techo y ahora, por algún extraño golpe de suerte, trabajamos en la misma empresa, en el lado opuesto del país de donde crecimos. ¿Qué probabilidades hay? normalmente se su nombre, de verdad que lo se. Pero esta noche, el ron me lo ha quitado. —Escucha— le digo, cuando sus ojos se abren como platos. No estoy arrastrando las palabras, así que no sé por qué me mira como si no pudiera entenderme. —Es bueno volver a Bahía Azul de vez en cuando— Frunce más el ceño. —No tengo dinero para volver a casa ahora mismo, la verdad— Mi ridícula propuesta no es solo ridícula, si no también desesperada. Pero ella no tiene por qué saberlo. —Para que ¿vuelos? — Ella asiente. —Tengo un coche nuevo. Bueno, un coche usado. Un coche nuevo para mí. En realidad, no me queda nada para comprar un boleto de avión— Mi mirada la recorre mientras se muerde el labio y juguetea con las servilletas que hay debajo de su copa. Tiene el pelo rojizo brillante, como el de las revistas de surf. Esta recogido en una trenza excepcionalmente larga, tan larga que no puedo evitar coger la punta. La sostengo lejos de su cuerpo e inspecciono su longitud. —¿Qué es esto? ¿Tres pies de largo? — Ella se encoje un poco. —Medio metro en realidad— Muevo la punta de un lado a otro sobre mi pulgar y ella entierra la boca en la palma de la mano. Como si tal vez estuviera disfrutando de esto. Mi mente va a lugares estúpidos: Puntas de trenzas como zonas erógenas. Y resoplo. —¿Qué? — —Nada— dejo caer la trenza larga y la miro más de frente desde mi silla. Ella sigue mirando hacia la barra, pero el leve rubor de sus mejillas me indica que esta más que consciente de mi atención. Nunca la había mirado tanto. Nunca había hablado con ella ni la mitad. Es el tipo de chica que se mantiene en las sombras, ya sea porque la pasan por alto o porque ella misma decide quedarse allí. En una palabra, no es nada destacable. Pantalones de cintura alta, una blusa muy modesta. No puedo decir si tiene forma de A, de pera o de no tener forma debajo de la ropa. sus mocasines negros no son inspiradores. Ella deja todo a la imaginación, sin ni siquiera un pizca de inspiración. —Entonces, ¿no quieres volver a Bahía Azul conmigo? — No lo voy a olvidar. Ella aún no lo sabe, pero es la chica perfecta para un puesto que quedó vacante recientemente. Mi ex, a la que apenas se le puede llamar novia, estaba disponible originalmente para este tipo de cosas. Pero finalmente terminamos la relación la semana pasada, después de demasiados meses de idas y venidas que casi me marean. Pensé que éramos compatibles. Guapos veinteañeros y desesperados por el éxito. Incluso en apariencia. Pero, aparentemente, la compatibilidad implica algo más que eso. Como sea, mis hermanos también estarán en Bahía Azul. Mi mamá y m papá estarán esperando el informe en platino sobre mi viada en el oeste. Xander y River, en particular, estarán esperando oír cualquier tropiezo percibido para poder jactarse de lo mucho más exitosos que son. Bueno, no gano tanto dinero como ellos. ni de lejos. Y la única carta de triunfo en mi mano en este momento es el hecho de que seré el único que tenga novia. Lo cual era cierto hasta hace muy poco. Solo quiero que esto vuelva a ser cierto durante el tiempo que este en Bahía Azul. Quiero decir, me gustaría volver a casa, claro… —Te compraré el boleto— digo y ella entrecierra los ojos con una mirada que dice “Si claro” —No comprarás mi boleto— —¿Por qué no? Tengo el dinero— —Pero tu…— Ella balbucea un poco. —Ni siquiera…— Me inclino hacia adelante y mis dedos rozan su muñeca. Ella cierra la boca y su mirada se posa en su mano. —Somos amigos de Bahía Azul— Le aprieto la muñeca con suavidad y ella se muerde el labio inferior. —Somos del mismo lugar. Eso significa algo. tenemos un vínculo que nadie más tiene gracias a eso— Estoy en ese nivel de borrachera en el que escupiré cualquier tontería necesaria para conseguir lo que necesito. Y puedo decir que esta pequeña muchacha sin gracia se lo tragará. Tiene los ojos de color azul cielo bordeado de gris, y hay algo agudo y ardiente en su mirada que hace que mis antebrazos se ericen. No sé si es una ingenua o una de esas vírgenes conscientes. —Un vínculo, ¿eh? — Su voz suena ronca por la incredulidad, y algo en su risa hace que mi memoria brille. Isabella. Ese es su nombre. Lo recuerdo porque Sabrina siempre se burlaba de ella por eso. La llamaba varonil. Sabrina, mi ex apenas. Sabrina, la jefa de Isabella. Sabrina tuvo un problema con Isabella desde el primer día, y yo solo escuché a medias sus quejas. Ya tengo suficientes problemas con mi propio trabajo como para no tener energías para involucrarme en los de los demás. pero esa es la otra dimensión perfecta de este arreglo. Sabrina se volverá loca si llevo a Isabella conmigo de vuelta a Bahía Azul. Y si hay una venganza jugosa que me apetece, es esa. —Isabella, ¿Cuándo fue la última vez que volviste? — pregunto, acercando mi silla. Se mordisquea el labio inferior de nuevo. —Han pasado algunos años…— —Demasiado tiempo. Demasiado tiempo. Déjame invitarte. Vamos. Me voy de todos modos y me vendría bien tener compañía en el avión— Ella está tirando de los trozos húmedos de la servilleta debajo de su vaso. —¿Cuándo te irás? — —En unos días. Aún no he mirado los vuelos— —¿Y por cuánto tiempo? — —Probablemente dos semanas— Ella niega con la cabeza. —No puedo tomarme unas vacaciones de dos semanas así. Eso requiere planificación. Yo…— —¿Tienes alguna mascota? — Ella frunce el ceño. —No— —¿Alguna planta? ¿Suculenta? ¿Enredaderas fuera de control? ¿Planta carnívora?— Una sonrisa se dibuja en sus labios. —No, nada de eso— —Entonces todo estará bien. nuestra empresa es permisiva con los días personales. Si puedes usar algunos de ellos y acumular días de vacaciones al final, todo irá bien— Suspira y tamborilea con los dedos contar la barra como si realmente estuviera pensando en ello. —Sería lindo volver a ver a mis padres— —Déjame hacerlo realidad para ti— Se frota la cara, suelta un pequeño chillido en las palmas de las manos y luego grita: —¡Está bien! Esto es una locura, pero lo haré— Aprieto su hombro, pero esta vez, noto las curvas femeninas debajo de su camisa sedosa. El estrecho ancho de su omoplato, que pide a gritos una camisa holgada o el tirante resbaladizo de la lencería. El calor me pica, pero sé que es el alcohol el que habla. isabella y yo no nos movemos en los mismos círculos. Es el tipo de verdad que hierve a fuego lento, siempre burbujeante y verdadera. Lo cual hace que mi siguiente propuesta sea aún más escandalosa, pero también más factible. —Es importante volver a casa de vez en cuando— le envió mi mejor sonrisa ganadora. Aún más importante que volver a casa es demostrarle a mi familia que estoy a la altura de sus absurdos estándares de logro. Especialmente a mi autoritario padre, que ha hecho de mi vida un infierno particular desde el día que cumplí 12 años y me uní oficialmente a la esfera de competencia. Ese ring de batalla endurecido donde mis dos hermanos mayores y yo entramos con frecuencia, animados por el líder del grupo: papá. Parpadea unas cuantas veces y sus vacilantes ojos azules se encuentran con los míos por una fracción de segundo. Allí se cuelan serios interrogantes, un caldero de brujas lleno de confusión. —¿Qué? — —Se que suena loco— insisto, y ahí es cuando me doy cuenta de mi insulto. Mierda. No ayuda en mi caso. —Eso realmente me ayudaría. Mi familia… ellos…— —¿Por qué no llevas a tu novia? — La miro sin decir palabra por un momento, perdiéndome en los delicados planos de su rostro. tiene pecas en las mejillas y tiene un aspecto que la hace parecer más joven de lo que probablemente es. Se que fuimos juntos a la escuela, así que no es imposible que tenga los dieciocho años que aparenta. Yo tengo veintisiete, así que es imposible que ella sea tan joven. —¿Sabrina? — me pregunta cuando he permanecido en silencio demasiado tiempo. —Oh— digo de golpe. —Bien. Bueno, no es mi novia. Por eso no la llevaré conmigo— Siento una ligera opresión en el pecho, pero no porque la extrañe. Sabrina y yo teníamos la definición del diccionario urbano de una relación toxica, llena de lenguaje grosero y términos callejeros para describir lo mal que nos llevábamos. Porque a veces, el diccionario no lo describe del todo. —Pero ¿no han estado juntos desde siempre? — pregunta Isabella. —Rompimos hace un tiempo— le digo. Y si cuento el momento en que me desvincule emocionalmente de ella, fue aún más largo. Sabía desde el principio que era una mala elección, pero eso es parte de lo que me convierte en idiota. Estaba esperando algo que ella había prometido entregar. Entonces, ¿de quién es la culpa cuando no cumplió? Una pista: mía. Isabella se ablanda. Vuelve a girar el vaso vacío de RumChata de atrás a adelante en sus manos. Cada célula de mi cuerpo esta tensa por la anticipación. >. Si ella acepta, le daré mucho más que un boleto de avión para ver a su familia. Construiré un santuario a su imagen y besaré sus pies todos los días. Porque ella me está ayudando a completar la trilogía. Vengarme de Sabrina, demostrarle a mi familia que soy mejor de lo que soy en realidad y, por último, pero no menos importante, cabrear a mi padre. Porque Isabella no es una amiga cualquiera de Bahía Azul. Oh, no. Ella es Isabella Blackstone. La hija de la ex mejor amiga de mi mamá y la enemiga más odiada de mi papá en el mundo. Claro, quiero verme bien en comparación con mis hermanos, pero ¿Qué es una competencia sin provocar polémica? Traer a Isabella a casa no solo los va a irritar, los va a dejar carbonizados. El ron me convirtió en un genio, y mañana me arrepentiría si al menos no lo intentara cuando se me presentó esta oportunidad inesperadamente perfecta. —Estás borracho— me acusa, pero puedo ver el brillo del alcohol en sus propios ojos. —Tú también— —No, estoy un poco achispada— dice mientras se baja del taburete. Se apoya en el borde de la barra y se ríe. —Ven conmigo— le insisto, volviendo a agarrar su muñeca. Y tal vez eso es lo que lo hace. El calor de su piel bajo mi mano hace que mis dedos se cierren alrededor de esa delicada muñeca, y mis pulgares acarician su pulso con un patrón perezoso. Escucho un jadeo apenas audible. —¿Ahora mismo? — pregunta, con su voz apenas por encima de un susurro. Su ingenuidad me hace sonreír. Dios, es linda, a pesar de lo despistada que es. —A Bahía Azul— aclaro. —Ah, claro— Se endereza y busca su bolso. —Dame tu número y lo consultaré con mi almohada— Le marco mi número en el móvil antes de que pueda decir lo contrario. Cuando llega la cuenta, pago todo, incluso sus rondas de RumChata de antes. —Nos divertiremos— Echo un último vistazo a esos bonitos ojos antes de salir del bar. Invitar a Isabella a que me acompañe de regreso a casa no estaba en mi agenda. Pero, aunque ella aún no lo haya decidido, ya puedo ver las sombras cambiantes de los próximos días con ella a mi lado. Hay algo en esa trenza francesa pelirroja que promete aventura. Solo me pregunto si estoy preparado para ello.
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