La puerta de madera chirría suavemente y Renato, su padre, entra con su andar pausado pero firme, a sus setenta y tantos años, aún conserva una mirada penetrante y una calidez en la sonrisa que siempre ha tranquilizado a su hijo; impecablemente vestido con un traje oscuro, sostiene en sus manos un pequeño estuche de terciopelo. —¿Listo, hijo?— pregunta el anciano, con voz ligeramente ronca pero llena de cariño. Rodrigo se gira, con una sonrisa nerviosa iluminando su rostro —Casi, papá, sólo— hace una pausa —estoy asimilando que este día por fin llegó. El anciano se acerca y le da una palmada en el hombro, un gesto sencillo pero cargado de significado. —Hay cosas que valen la pena esperar, y Violeta es una de ellas, y eso lo veo en tus ojos desde la primera vez que los ví juntos— asegur

