~* Prefacio *~
— Bastian —
.
Abrí los ojos lentamente. Dejé que se adaptaran a la claridad luego de haber estado a oscuras lo que pareció demasiado tiempo. El lugar tenía un fuerte olor a antisépticos, y el color blanco parecía cubrir todo lo que había a mi alrededor. Sábanas, persianas, mueblería, incluso las paredes, todo era del mismo color. Entendí que el lugar estaba dispuesto de esa forma para transmitir paz, calma… Y eso era una mala señal.
Intenté poner mis pensamientos y recuerdos en orden, pero un sonido agudo e incesante a mi izquierda, amenazaba con hacerme explotar la cabeza de dolor. Me giré para ver la fuente de mi irritación, y me tomó cinco segundos comprender que se trataba de un monitor cardíaco.
Estaba en un maldito hospital. Pero hubo algo que me confirmó con mucha más certeza ese pensamiento... El dolor lacerante que invadió mi cuerpo.
Haber girado la cabeza hacia un lado desató una ola de dolor desde mi cuello hasta mis rodillas, dejándome paralizado por completo. Mis ojos se abrieron de par en par y un grito ahogado escapó de mi garganta mientras sentía que mis huesos se romperían de un momento a otro. No sabía qué estaba pasando, pero tuve la certeza de que no sobreviviría.
—Bastian, querido... No.
El sollozo de mamá llegó a mis oídos antes de que mis ojos nublados por las lágrimas lograran captar su imagen.
Sentí sus manos sobre mi brazo y mi pecho, pero estas no eran suaves y cálidas como yo las recordaba; ahora se sentían como brasas ardientes, siendo lanzadas contra mí sin piedad. Toda mi piel parecía estar ardiendo en llamas. Mis gritos empezaron a ser incontrolables. El ruido del monitor se hizo más intenso. Podía oír cómo aumentaba su velocidad al mismo tiempo que yo empezaba a sacudirme sin control… Era mi corazón. Estaba muriendo.
—¡Necesito una enfermera!
Los gritos de mamá se mezclaron con los míos, y su imagen se fue desvaneciendo mientras yo me perdía poco a poco en la inconsciencia una vez más.
Esa habitación blanca y pacífica se fue oscureciendo, pero antes de perder la conciencia por completo, logré ver manchas verdes moviéndose hacia mí. Enfermeras, supuse, pero ya era tarde… Todo se desvaneció.
—Se va a desmayar de dolor. —Fue lo último que escuché antes de que las punzadas de ardor se intensificaran desde mis brazos, y pidiera con mis últimas fuerzas la muerte que me liberara de ese sufrimiento. No le temía, la quería con desesperación.
Sobreviví... Por desgracia.
***
Desperté al día siguiente, igual de desorientado y adolorido que la vez anterior. Gracias a la enfermera, supe que aquello me había pasado en dos oportunidades previas, por lo que había entendido, cada que intentaba despertar... el dolor me hundía nuevamente en la oscuridad.
Me encontraba en el Hospital Universitario de Bonn, conectado a un sinfín de máquinas, con la piel ardiendo como el mismo infierno y vendado casi por completo. Por más que me esforcé, fue muy poco lo que recordé, pero también me habían explicado todo lo referente al accidente, y cómo había quedado inconsciente mientras el fuego me cubría. Por lo que entendí, papá había exigido un informe sobre el suceso a la base y estos se lo habían hecho llegar.
Oí atentamente el recuento de los hechos, y cómo, a criterio de todos, debía estar agradecido de seguir con vida... Mis otros tres compañeros del escuadrón no tuvieron la misma suerte. Pero yo empezaba a tener mis dudas.
Bajo ese insoportable dolor físico al que me encontraba sometido, la incertidumbre crecía en mi interior. No podía moverme libremente, y era muy consciente de la rigidez en mi espalda; incluso respirar era doloroso, sin mencionar que el vendaje cubriéndome la mitad del rostro estaba empezando a oler a que, más que un milagro, lo que estaba viviendo era una gran tragedia. Algo me decía que todo era mucho peor de lo que mamá quería decirme.
—¿No voy a poder moverme? —le pregunté de pronto, mientras repasaba, una a una, todas las malas situaciones que se me iban ocurriendo.
—Claro que podrás hacerlo, querido. Bueno, yo... —Empezó a titubear, encendiendo mis alarmas— No estoy segura. No han mencionado nada de eso. Ellos...
La puerta se abrió y un anciano moreno y sin cabello entró en la habitación.
—¡Qué bueno verte despierto, muchacho! No sabes todo lo que luchamos para mantenerte con nosotros —dijo el doctor mientras empezaba a colocar unas radiografías sobre la pantalla luminosa en la pared frente a mi camilla.
—Y jamás podré agradecerle lo suficiente, doctor —sollozó mamá, sonándose la nariz con un pañuelo.
—Hubiese hecho mucho más de ser necesario. Bastian es un joven con una larga vida por delante. Mucho que disfrutar aún. —Sonrió—. Y gracias al trabajo de nuestro equipo, podrá tener una vida dinámica.
—¿Pero...? —agregué al ver cómo su voz se iba haciendo más baja y lenta. El hombre me miró con pesar antes de suspirar y señalar la imagen de mi columna en la pantalla.
Yo no era ningún experto, pero no había que serlo... Aquello era una mierda, y supe que no vendrían noticias buenas, pero tampoco me imaginé que fuesen tan malas.
—Bueno... Bastian, para comenzar, tienes una fisura longitudinal bastante delicada en la diáfisis femoral; si no corregimos eso ahora, puede llegar a ser grave en el futuro. La operación está programada para el viernes.
Miré mi pierna inmovilizada y entendí por qué sentía como si me presionaran bajo una aplanadora.
—¿Viernes? —Arrugué la nariz, ignorando la punzada de dolor—. ¿Por qué esperar tanto?
—Porque tu columna me preocupa mucho más —anunció, y aquella frase me erizó la piel—. Sufriste fracturas de compresión en tres vértebras, y eso disminuye drásticamente tu capacidad para alzar peso, y reducirá en un veinte por ciento tu habilidad motora, al menos durante un tiempo. Es algo que podemos ir trabajando con el pasar de las semanas, pero no podemos pasarlo por alto ahora.
—¿Podré seguir en el ejército? —pregunté en tono grave. Cada uno de sus diagnósticos me sonaba igual que el anterior... una maldita sentencia.
—La verdad es que no creo que sea prudente. Tan solo el peso del equipamiento te haría daño. Pero yo solo te pongo al tanto de tu situación. Lo que procede después es decisión tuya, muchacho. —El tono condescendiente que usó solo sirvió para incrementar mi furia.
Formar parte del ejército había sido mi sueño desde la infancia. Me había preparado toda la vida para ello y ahora él me decía que no iba a ser posible; pero entonces, la punzada de dolor que sentí cuando tuve el reflejo de voltearme en la cama me demostró que el doctor no era culpable de nada. Que yo estuviese ahí, postrado en esa cama, no era culpa suya. Él solo intentaba ayudar, y parecía tener toda la razón.
—Calma, cariño. —Mamá se acercó y acarició mi frente con ternura—. De eso nos preocuparemos llegado el momento, por ahora lo importante es que salgas bien de aquí.
Apreté los labios, tratando de contener todas las emociones que me dominaban en ese momento, y solo asentí, tan débilmente que me pregunté si alguien lo habría notado.
—De acuerdo, doctor. Continúe. —Podía notar que ella estaba ansiosa, por lo visto tan preocupada como yo, aunque quizás por motivos diferentes.
—Bueno, lo otro es que... ya es hora de quitarte el vendaje. Es necesario que las heridas sanen en libertad.
—¿Cuáles? —preguntó mamá ansiosa.
—Todas.
Algo en el tono del doctor me inquietaba, principalmente porque tenía vendas cubriéndome todo el torso y parte del rostro.
—¿Qué tan grave es? —hablé en tono firme y sin rodeos, esperando una respuesta similar.
—Grave ya no es. Saliste de peligro de infecciones, y la piel muerta ha sido retirada. Ya con eso no debe haber problemas, más que cuidar las suturas.
—¿Pero...?
—Pero tememos que pueda ser un golpe emocional fuerte —respondió con cautela.
—Háganlo.
—Cariño, ¿por qué mejor no...?
—¡Quiero que me quiten el vendaje! —exigí.
—Llamaré a la enfermera —susurró mamá con voz temblorosa.
***
Unos minutos después, la enfermera alzaba un espejo frente a mí y esto terminó de derrumbar mi mundo. Ese que había empezado a sacudirse desde que aquel maldito motor explotó.
Miré mi reflejo y, horrorizado, vi la maraña de bultos enrojecidos que cubrían mi pecho y mi abdomen. Las heridas aún eran muy recientes, pero saber que con el tiempo se aplacarían no hacía menos impactante observar mi cuerpo lleno de suturas negras. No podía contar cuántos puntos habían sido necesarios para que yo pudiera volver a tener una forma humana; pensarlo me revolvió el estómago.
Pero nada de eso se comparó con la desolación que sentí al ver mi rostro y comprender que nunca más volvería a ser el mismo.
Todo el lado derecho: mejilla, pómulo y cien, hasta el nacimiento de mi cabello, era atravesado por una gruesa línea hinchada y llena de puntos que me estaba transformando desde ese momento en alguien completamente diferente al que fui un día.
Comprendí, mientras veía mi piel deformada por la hinchazón, y sentía las dolorosas punzadas al moverme, que mi vida había cambiado para siempre.