Rocío retrocedió un poco en su cama al notar cómo Adebayo King se acercaba, pero sin dejar de observarlo detenidamente. Había algo en su porte, en la calma con la que se movía, que contradecía la amenaza implícita que los tres fantasmas habían percibido de inmediato. Emilio, Hans e Israel permanecían frente a ella, formando una barrera invisible, listos para intervenir si algo salía mal.
Adebayo alzó las manos en un gesto pacífico, con una sonrisa tranquila que no alcanzaba a borrar la tensión en el aire.
—Calma, ángeles guardianes —dijo, mirando hacia donde intuía la presencia de los fantasmas—. No vine a hacer daño a su protegida.
Rocío sintió cómo Hans dio un paso hacia adelante, instintivo. “No me gusta este tipo”, murmuró desconfiado. Pero Rocío levantó una mano leve, indicándoles que retrocedieran.
—Estoy bien —aseguró con firmeza, aunque el nudo en su garganta delataba su duda. Los fantasmas se miraron entre ellos y retrocedieron a regañadientes.
—¿Y cuáles son las bases para una afirmación así? —preguntó Rocío, cruzándose de brazos.
Adebayo se encogió de hombros, como si la respuesta fuera obvia.
—Hay cosas que saltan a la vista, mi nuera. Por ejemplo, el video del payaso Bananito Sudaca fue la primera pista. Su manera de exponer lo que ocurrió en la tele fue demasiado específico como para no causar sospechas. Luego vino el juicio público de aquella mujer desalojada —Adebayo hizo una pausa y sacó un periódico doblado de su bolsillo trasero—. Unos comentarios fuera de lugar hacia el juez por parte del padre de tu amigo el c***o come arroz, ¿sabes? Como hablarle del video, de lo que significaba realmente… Y, bueno, que la abogada le siguiera la corriente y luego solicitara sin chistar la suspensión fue bastante curioso. ¡Ah! Pero los titulares lo explicaron muy bien.
Adebayo le tendió el periódico. Rocío lo recibió, más para ganar tiempo que por verdadero interés. Mientras hojeaba, lo escuchaba con creciente inquietud.
—Y lo más interesante —continuó Adebayo, ahora mirándola directamente— fue que el mismo Ertorini vino a verme. Se atrevió a pedirme en persona que me encargara de… bueno, digamos que matar al padre de tu amigo, el c***o come arroz.
—¿Señor Wong? —preguntó Rocío, alzando la vista del periódico con los ojos bien abiertos—. ¿Ertorini quería que…? No… no puede ser. ¿Le dijiste que sí?
La sonrisa de Adebayo se desvaneció un poco, reemplazada por una expresión inescrutable.
—Digamos que eso ya no es asunto mío. Quien lidera ahora es mi hijo mayor. Yo estoy dedicado por completo a la gestión de la carrera de Jasón. Pero te diré algo, Rocío. Pase lo que pase, tú siempre estarás a salvo.
—¿Por qué me garantizarías algo así? —Rocío frunció el ceño, desconfiada.
Adebayo se tomó un momento antes de responder, como si lo que estaba a punto de decir fuese un secreto que había guardado durante demasiado tiempo.
—Porque le debo mi vida a tu padre. Abraham me salvó cuando nadie más lo hubiera hecho.
La confesión dejó a Rocío sin palabras, mientras el eco de aquellas palabras resonaba en su mente. Los fantasmas, ahora más atentos que nunca, compartían su desconcierto.
Rocío observó a Adebayo con una mezcla de desconfianza y curiosidad. Había algo en la forma en que hablaba, en su serenidad al exponer las cosas, que lograba desarmar cualquier barrera que ella intentara levantar. Sin embargo, aún tenía preguntas que necesitaban respuesta.
—Jasón me contó lo de tu “operación” —dijo Rocío con un tono que oscilaba entre la acusación y la intriga—. Y también me habló de esa analogía que hiciste sobre tus ingresos. ¿Por qué le pediste algo así?
Adebayo sonrió, como si ya hubiera anticipado esa pregunta.
—Porque sabes a lo que nos dedicamos, niña —contestó con una calma casi insolente—. Mira, la venta de boletos no siempre tiene que hacerse con tarjeta. El efectivo, Rocío, siempre será lo más irrastreable. Esto es un método experimental, y te aseguro que ni Hacienda se dará cuenta.
Rocío cruzó los brazos, tratando de mantener su compostura.
—¿Y si algo sale mal? —inquirió con firmeza.
—Si algo sale mal, tu amigo el c***o come arroz estará ahí para defender a Jasón —dijo Adebayo, sin inmutarse.
—Se llama Jeremy —lo corrigió Rocío, tajante, con una chispa de molestia en la mirada.
La carcajada de Adebayo resonó en el cuarto, despreocupada y casi nostálgica.
—¡Ah, qué carácter! Nunca imaginé que en la siguiente generación de nuestro grupo aparecería una mujer tan moralista. Después de todo, los tres éramos un desmadre.
—¿Los tres? —preguntó Rocío, frunciendo el ceño.
—Sí, mija. Jianming, Abraham y yo. Nuestra relación era simple: el c***o le decía al n***o sus cosas de n***o, y el n***o le decía al c***o sus cosas de c***o.
Rocío no pudo evitar rodar los ojos ante la simplificación descarada, pero Adebayo continuó sin detenerse.
—Mi relación con ellos dos fue una de las razones por las que conoces a Jasón… y al c***o ése.
Rocío suspiró, decidiendo dejar el asunto del dinero por la paz. Había cosas más importantes que discutir.
—Si la protección es para mí —dijo, mirándolo directamente a los ojos—, la quiero también para Jeremy.
—Dalo por hecho —respondió Adebayo sin titubear, como si la decisión ya estuviera tomada desde antes de que ella lo pidiera.
La expresión de Adebayo se tornó más seria de repente. Se recargó en la silla, entrelazando los dedos.
—Hablando de protección, vine aquí por algo más. Quiero saber si en tu vida hay… fantasmas.
Rocío sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Por qué lo preguntas? —dijo, tratando de ocultar el temblor en su voz.
—La visita de Ertorini. Esto podría ser el principio de un aprieto serio. ¿Lo conoces?
Rocío negó con la cabeza, pero la alarma en su rostro era evidente.
—No, pero si es el caso… —Su voz se quebró un poco, y tragó saliva antes de continuar—. Hay una niña…
Adebayo alzó una ceja, curioso.
—¿Una niña?
—Sí —afirmó Rocío, con una expresión grave—. Si alguien se entera de que ella tiene la habilidad de ver fantasmas, su vida podría correr peligro. Y si no es eso… entonces podrían usarla de una manera vil e inhumana.
Los ojos de Adebayo se entrecerraron, como si estuviera evaluando la magnitud de lo que acababa de escuchar.
—Entendido —dijo al cabo de unos segundos—. Me aseguraré de que esa niña esté protegida también.
Rocío asintió, agradecida pero inquieta. Había demasiado en juego, y aunque Adebayo parecía dispuesto a ayudar, no podía evitar preguntarse cuáles serían las verdaderas intenciones detrás de sus palabras.
***
En el elegante despacho principal del Banco Benemir, Carlos Ertorini hojeaba un contrato con aire despreocupado. Desde su asiento, Enrique observaba cómo los dedos del hombre se movían con precisión casi mecánica al alinear las hojas. A su lado, Estela mantenía la mirada fija en el suelo, con las manos entrelazadas sobre el regazo.
—Aquí está todo —dijo Ertorini al fin, colocando el contrato frente a Enrique—. Es simple: Estela colaborará en ciertos proyectos de avistamiento de fantasmas.
Enrique frunció el ceño y movió el documento hacia él, pero no comenzó a leer.
—¿Va a hacer que firme una niña? —cuestionó, mirando con recelo al hombre detrás del escritorio—. Es menor de edad, no puede aceptar nada.
Carlos soltó una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Por supuesto que no. No soy tan imprudente —respondió con tono suave, pero cargado de autoridad—. Tú eres su tutor legal, ¿no? Entonces tú firmarás en su lugar.
El estómago de Enrique se revolvió. Miró a Estela, quien seguía en su silencio, demasiado joven para entender las implicaciones de lo que ocurría.
—No tendrás que preocuparte por dinero nunca más —continuó Ertorini, empujando una pluma estilográfica hacia él—. Esta decisión garantizará su bienestar... y el tuyo.
Enrique apretó los dientes. Sabía que no tenía elección. Si se negaba, corrían el riesgo de que Carlos los dejara sin opciones ni recursos. Con la mano temblorosa, tomó la pluma y firmó.
—Perfecto. —Ertorini tomó el contrato con la satisfacción de un hombre que acaba de cerrar un trato impecable. Luego miró a Estela, que alzó la cabeza al sonido de su estómago vacío—. Bueno, parece que alguien necesita comer.
—Disculpe... —balbuceó Enrique.
—No te disculpes, hombre. —Carlos hizo un ademán condescendiente—. Tienen suficiente dinero en tu cuenta ahora. Llévala a comer algo bueno. Se lo merece.
Enrique asintió sin entusiasmo.
—Gracias.
—De nada. —Carlos se levantó de su asiento y les ofreció una sonrisa calculada—. Cuídense.
Sin más palabras, Enrique tomó a Estela de la mano y la guió fuera del edificio. La brisa fresca de la tarde golpeó sus rostros cuando finalmente cruzaron las puertas principales. Enrique levantó una mano para detener un taxi, ayudó a Estela a subir y luego entró detrás de ella.
***
En el hospital, Rocío escuchaba atentamente mientras Adebayo relataba las anécdotas de juventud junto a su padre y Jianming. La habitación parecía iluminarse con la energía de las historias, y Rocío, por primera vez en mucho tiempo, reía a carcajadas, una risa tan genuina que incluso Catalina, sentada cerca, no pudo evitar sonreír al verla.
—¡Y entonces tu padre, con su brillante idea de impresionar a una chica, decidió que era una buena idea desafiar al pato del estanque! —exclamó Adebayo con una mezcla de seriedad y humor teatral—. Ese pato, Rocío, tenía más carácter que la mitad de los chicos que conocí en mi vida.
Rocío se cubrió la boca mientras reía, con los ojos brillando de incredulidad.
—¡No puede ser! ¿Mi papá peleando con un pato?
—Oh, no solo peleó, ¡perdió! —Adebayo se reclinó en la silla con aire triunfal—. Jianming y yo estábamos al borde del colapso de tanto reírnos. Pero tu padre, todo orgulloso, terminó diciendo: “Ese pato me debe respeto”.
La carcajada de Rocío resonó en la habitación.
—¡No me imagino eso!
—Pues sucedió, niña. Tu padre era un personaje.
De repente, Adebayo se detuvo y chasqueó los dedos.
—¡Casi lo olvido! —dijo, sacando su teléfono del bolsillo. Marcó rápidamente un número mientras la habitación quedaba en silencio. Después de unos segundos, bajó el teléfono con el ceño fruncido—. Qué raro... Orange siempre contesta.
Catalina levantó la mirada del libro que hojeaba.
—Señor King, recuerde que Orange cambió su número cuando lo nombraron líder de la banda.
—¡Ah, claro! —Adebayo soltó una carcajada fuerte y exagerada, típica de él—. ¡Es que ya estoy demasiado viejo para estas cosas!
Rocío negó con la cabeza, aún divertida por la escena.
—Deberías apuntar esos cambios.
—Lo sé, lo sé. —Adebayo se puso de pie y se estiró con energía renovada—. Bueno, Rocío, tengo que irme, pero Catalina se queda a tu cuidado. Es eficiente y sabe qué hacer.
—Gracias, Adebayo. —Rocío le dedicó una sonrisa agradecida—. En cuanto a lo de la niña, hablaré con Jasón para que te pase el recado. Él también la conoce.
—Perfecto. —Adebayo asintió con aprobación—. Y no te preocupes, me pondré manos a la obra con eso cuanto antes.
Sin más, se acercó a Rocío, le dio una palmada amistosa en el hombro y, tras despedirse con un gesto hacia Catalina, salió de la habitación con su andar característico, dejando detrás suyo una carga de energía vibrante.
Catalina miró a Rocío con una leve sonrisa.
—Tiene una forma curiosa de animar el ambiente, ¿no?
Rocío asintió, aún recuperándose de la risa.
—Definitivamente...
***
El vehículo que yace avanzando, Enrique sacó el teléfono del bolsillo. Buscó un contacto en su lista y, con el corazón latiéndole con fuerza, marcó.
—Jeremy —dijo seriamente en cuanto el abogado contestó—. Necesito verte cuanto antes.
La voz de Jeremy respondió desde el otro lado de la línea con tono preocupado, pero Enrique cortó antes de explicarle más.
Apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y cerró los ojos un instante. El sonido del tráfico llenaba el aire mientras el taxi continuaba su recorrido. Estela, ajena al torbellino de emociones de su hermano, miraba con curiosidad las luces de la ciudad desde la ventanilla.
CONTINUARÁ ------->