Capítulo 1: Tacón roto
—¡Mamá, ya no soy un bebé! —Nicolás se limpia la mejilla con la manga de su sudadera de su banda de rock favorita. ¿En qué momento ha crecido tanto?
—Ya, perdón. —Levanto las manos en señal de rendición y doy unos pasos hacia atrás del pórtico de la casa de los Collins—. Sabes que siempre serás mi bebé.
Ambos volteamos cuando la puerta se abre, mostrando a una Sara en su piyama lila de panditas, con una sonrisa radiante.
—¡Aquí está el bebé de mamá! —grita Sara a risa suelta, saltando sobre Nicolás.
—¡Sarita, me asfixias! —Mi hijo la sostiene de la cintura, y veo ese brillo particular en sus ojos.
—¡No empieces con “Sarita” de nuevo! Julia, ¡estás hermosa! —Me saluda con un beso en la mejilla, aún sin soltarse de Nico.
Ella es su mejor amiga, y de quien estuvo toda su vida enamorado. Sé que ella también lo adora en secreto, una mujer sabe cuando otra está enamorada de alguien especial. Y Sara ya se está convirtiendo en una chica más despierta, a pesar de seguir siendo adorable.
—Gracias, princesa. ¿Tu madre está lista para salir?
—¡Aquí estoy! —Camila sale con un bolso y su abrigo agitándolos en el aire, y les da a los chicos un beso rápido en la mejilla antes de saludarme—. Ya nos vamos. ¡Háganle caso a Cassie y no coman tanta comida chatarra!
Me jala del brazo para irnos a mi coche, y les tiro un beso rápido a los chicos agitando la mano.
—¡Y mantengan la puerta de la habitación abierta! —les grito, y tanto Nico como Sara se sonrojan como dos tomates.
—¡Mamá, cállate! ¡Adiós!
—¡Que se diviertan! —nos grita Sara y cierra la puerta de la casa.
—¡Al fin sin niños! —suspira Camila cayendo en el asiento del copiloto—. No tienes una idea de lo insoportable que está Sara con la nueva moda de las medias cancán con dibujitos de gato. ¡El año pasado fueron los pandas!
—Ya sabes cómo son los chicos —riéndome, enciendo la radio antes de doblar en la esquina para tomar la calle que desemboca al boulevard—. Nico no para de hablar sobre conseguir un trabajo a medio tiempo para ahorrar, quiere ir a ver su banda favorita, esta del grupo de rock alternativo nuevo que es tendencia en Tik Tok.
—¡Sí! Sara me comentó de ellos. Dijo que darán un recital en el viejo autocine cuando comiencen las vacaciones de verano.
—¿Crees que por fin oficializarán su relación en el recital?
Camila me voltea a ver con los ojos muy abiertos, pero se gira nuevamente al frente, pensativa. El mes pasado que fuimos todos a pasar el fin de semana a unas cabañas para disfrutar de las últimas nevadas los pillé muy abrazados y mirándose, y si no hubiese entrado en ese momento seguramente se hubiesen besado. Toda la semana siguiente estuvieron raros, no querían verse y Nicolás terminó haciendo un trabajo práctico con Patrick, su mejor amigo desde la preparatoria, pero Sara terminó haciendo el trabajo con Holly, una chica que desde comienzos de preparatoria intentó salir con Nicolás y –por ese motivo, o por eso y otras cosas más– siempre le ha caído mal a Sara.
—Apuesto un pote de helado a que lo harán en la graduación —Camila me sonríe con picardía, y me rio aún más.
—Acepto la apuesta —nos reímos y estrechamos las manos.
Camila tiene treinta y cinco años, dos años más que yo. Tuvo a Sara a los dieciocho, y tuvo que terminar la preparatoria estudiando en casa por la vergüenza de un embarazo adolescente. No pudo asistir a su baile de graduación, ni pudo ir a la universidad hasta años después; igual que yo.
—¡Abi y Kelly ya llegaron! —Camila las saluda con la mano efusivamente mientras yo tomo el camino hacia el estacionamiento del centro comercial.
—Estuve necesitando tiempo de chicas toda la semana —suspiro mientras quito la llave del contacto del coche y bajamos.
—Ni que lo digas. Los ahorros para la universidad de Sara me tienen contracturada del estrés.
El ascensor no tarda en llegar y hay pocas personas. A pesar de ser fin de semana la cochera no está saturada, y espero poder encontrar buenos asientos para el cine. Llevábamos dos meses esperando el anuncio del estreno de la película “El Magnate”, en la que actúa uno de nuestros actores favoritos.
Cuando las puertas se abren ya nos están esperando nuestras amigas del otro lado.
—¡Noche de chicas! —gritamos las cuatro cuando nos vemos.
Reímos y charlamos de varios temas mientras nos dirigimos a comprar las entradas para la película. El cine es enorme y el olor a palomitas envuelve el lugar. La gente comienza a acumularse en filas frente a las ventanillas para comprar los boletos. Por suerte no demoramos tanto en que nos toque ser atendidas, pero cuando intentamos salir del área de las ventanillas la cantidad de personas se había duplicado, cómo mínimo.
Entre algunos codazos sin querer, y algún que otro pisotón, logramos salir agitadas de entre la multitud. Al parecer también se estrenó hoy una película para un público adolescente, porque la mayoría de las personas colapsando el área no superan los veinte años.
—Menos mal que llegamos a tiempo —suspira Andrea—. Si hubiésemos llegado para la próxima función, no hubiéramos encontrado lugar disponible en el estacionamiento.
—Cierto —asiente Nora—. ¿Quieren aprovechar el tiempo para comer algo?
—¡Claro! —Camila se voltea hacia mí—. ¿Prefieren algo dulce o algo salado?
—Salado estaría-
Me interrumpo al chocar contra un cuerpo duro y macizo, al intentar retroceder desestabilizada mi taco apoya mal y mi tobillo se dobla. Siento que comienzo a caer y mis rodillas comienzan a doblarse esperando recibir el impacto, pero unas fuertes manos me sostienen firmemente de la cintura. El aroma a cuero y cigarro me invade, y cierro los ojos aferrándome con mis manos al saco del desconocido.
—¡Discúlpeme! No lo vi… —Levanto la vista para enfrentarlo, conteniendo la respiración. Sus ojos verdes brillan como dos esmeraldas, y dos ligeras arrugas de expresión se le marcan cuando me observa detenidamente, haciendo que su mirada sea más gentil y amigable.
«Diego…»
—Lo… Lo siento —me apresuro a decir, recomponiéndome y apartando los recuerdos de mi mente.
«No es él».
—Discúlpeme a mí, señorita —su voz grave es como un golpe inesperado en mi abdomen bajo, y siento mis piernas más débiles cuando sus manos comienzan a deslizarse lentamente por mi cintura hacia mis costillas, pasando a sostener mis brazos—. Fue mi culpa, no la suya.
—Está bien —logro articular, carraspeando y retrocediendo con un breve paso.
—¿Segura que se encuentra bien? —El desconocido levanta una ceja poblada y bien delineada—. Su taco está quebrado.
Bajo la vista hacia mis pies y, efectivamente, mi taco derecho se había despegado. «¡Malditos zapatos de oferta!»
—Sí, eh… Gracias, estoy bien. —Me enderezo con la poca dignidad que me queda, y finjo una sonrisa cordial, pero su mirada intensa y su ceja arqueada comienzan a molestarme, es tan parecido… Y me debato internamente entre pisarlo con mi zapato sano por su sonrisa que intenta ocultar una mueca burlona, o continuar mirando sus ojos, tan idénticos a los suyos—. No debe preocuparse.
Intento que suelte mis brazos y él sonríe de lado, soltándome e inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Podría invitarla a tomar un café algún día para compensarla por el abrupto accidente?
No sé qué responder, quedándome en blanco por unos segundos.
—Claro, si no le molesta —insiste el desconocido, con una sonrisa que transmite mayor confianza.
Asiento y, sin pensarlo de más, saco de mi cartera una de las tarjetas de mi Boutique. El número de la tienda es mi número personal, así que sirve como tal.
—Sí, puede contactarme a este número.
—Encantado de conocerla, señorita Julia —dice él tras leer la tarjeta de la tienda—. Boutique delle Rose. Es un nombre encantador. Soy Rick Richards, madame. —De repente se inclina y deposita un beso en el dorso de mi mano.
—Julia Méndez —me apresuro a decir, con las mejillas coloradas.
—Méndez… —Veo una sorpresa repentina cruzar su rostro, pero inmediatamente se recompone, sin mostrar otra emoción más que cordialidad—. No le quitaré más tiempo, señorita Julia. Espero que nos veamos pronto.
Se marcha y es ahí cuando soy consciente de que iba acompañado de otros dos hombres, todos vestidos de trajes caros y de color casi n***o, y muy prolijos.
—Dios santo, Julia. ¿Ya te enamoraste? —se burla Andrea, y me volteo a verlas, sintiendo arder mi cara.
—Hay que comprar un par de zapatos nuevos, señorita Julia —bromea Camila haciéndome una reverencia sosteniendo la mano que el desconocido –ahora Rick Richards– me había besado.
—Cállense y ayúdenme a caminar —las reprendo riendo, mientras Camila y Nora me sostienen de ambos lados para no caerme.
Entre los primeros locales de zapatos cerca del cine encontramos una tienda con precios más bajos que las otras dos tiendas. Buscando entre las ofertas no encontramos ningún par de zapatos que fuesen similares a los que tengo y que sean accesibles para mi economía actual.
—Señorita, ¿ya decidió por un modelo de zapatos? —me pregunta la amable encargada.
—¿Tienen alguno similar a este pero que sea más económico? —le pregunto en respuesta, señalando un par de zapatos con un taco más firme de los que estoy usando, para evitar que me vuelva a pasar lo mismo.
—Creo que no, pero buscaré en el depósito y regreso —dice antes de irse por una puerta tras el mostrador.
—Caminar así es agotador —suspiro dejándome caer en uno de los asientos tapizados junto a mis amigas.
—Aún no puedo creer que se te haya quebrado —se burla Andrea—. Tuviste que haber ahorrado un poco más para poder comprarte unos de mejor calidad.
—Es fácil para ti decirlo porque puedes ahorrar —me rio quitándome el zapato roto—. Las veces que intenté ahorrar tuve que gastar el dinero en otra cosa.
—Medicina, colegio, comida; tus enemigos de siempre. —Camila me aprieta cariñosamente el brazo en señal de entendimiento.
—Tener un hombre en la casa es de ayuda, Julia —me dice Nora. Ella está casada, mientras que Andrea se divorció hace dos años, pero su exesposo les pasa una pensión a los niños y a ella.
—¿Quizás el buen mozo con el que te tropezaste hoy? —aventura Andrea, y me sonrojo.
Han pasado demasiados años desde que estuve con alguien. El padre de Nicolás fue mi novio por dos años, pero en mi cumpleaños dieciséis él falleció en un accidente en una carretera, y su familia desapareció días después del funeral.
—Oye, no te aflijas —Camila intenta animarme dándome una sonrisa honesta, la cual le devuelvo. Pensar en Diego siempre me trae tristeza y nostalgia.
—Disculpe, señorita. —La encargada de la tienda se nos acerca con una caja ya abierta, revelando un par de zapatos marrones preciosos, con un taco firme y unos delicados adornos en los costados—. Nos queda este par en oferta. Es de su talle. ¿Quiere probárselos?
—¡Sí, por favor! —Con emoción me los pruebo, sin creer que unos zapatos de tan buena calidad y tan hermosos podrían estar en oferta. Me calzan a la perfección y son los más cómodos que usé nunca.
Luego de pagar nos fuimos de la tienda, obviamente tuve que llevármelos puestos y guardé los zapatos rotos en la caja de los nuevos.
—¿No crees que es raro que tengan solamente ese par en oferta? —pregunta Andrea.
—La encargada dijo que fue por discontinuidad —acota Nora, pero su voz suena insegura.
—Es que esos zapatos los he visto en la página web de Topaze, y el precio era, al menos, diez veces más de lo que acabas de pagar —insiste Andrea, pensativa.
—Él… —Intento localizar la persona que Nora está observando a lo lejos; un hombre alto, de pantalón de vestir, camisa y zapatos a juego en un color n***o impecable, pero se da la vuelta en el momento en que intento verle la cara. Creo haberlo visto de espaldas en el local de zapatos, pero entre tanta gente no estoy segura.
—¿Qué pasa Nora? —le pregunto a mi amiga, intentando saber quién era esa persona.
—No es nada. Lo siento —Nora le resta importancia, pero noto que oculta algo—. Quizás fue suerte —continúa con la conversación, pero su tono de duda es evidente.
La veo voltearse a los lados como si buscara a alguien, pero quizás es mi imaginación.
—Sí, quizás lo fue —zanjo el tema, y nos dirigimos a un local de comida rápida frente a las salas del cine.