Prólogo (no editado)
NOTA DE AUTOR
LA NOVELA ESTÁ EN PROCESO DE EDICIÓN. RECOMIENDO NO LEERLA HASTA QUE TERMINE DE EDITAR. MIS DOS ÚLTIMAS OBRAS PUBLICADAS DE ROMANCE ESTÁN MEJOR ESCRITAS Y EDITADAS.
Presente.
A veces la vida sonríe a tientas sobre los manteles alojados en la mesa que conforma una sala, para recordarte que dios es ciego a los inocentes y escucha a los villanos.
En términos claros como el agua en el vaso de la mesa, transparente y espejo de la sombra del hombre, sonríe la vida para recordarte que el mundo es el infierno.
El ruido de la regadera forma una sinfonía armoniosa con el tintineo del hilo que cuelga del ventilador al girar.
Movía el pie, nerviosa. Intentó tomar un cigarro, pero sus manos trémulas impedían invocar la llama del yesquero. Lanzó el cigarro al suelo emitiendo un quejido débil, llevando sus manos a los cabellos ondulados, cayendo las serpientes entrelazadas una a la otra en una maleza negra.
Luce un ventanal a modo de pared a las alturas del edificio, mostrando una pintura movediza de nubes grises alrededor de rascacielos, oficinas y apartamentos. Rutina del dependiente o desdichado que parecía labrar las horas de la tarde, artista sería el firmamento en mostrar difuminados colores naranjas, fundido el pigmento uva en una llanura de ensueño, motas oscuras se perdían en la lejanía.
-¿Lakai? -la voz femenina venía del baño.
No respondía, seguía inquieta y trataba de ignorar la voz que carcome las entrañas gracias a la culpabilidad eterna.
-¿Lakai? -de nuevo la voz.
¿Era tan difícil contestar y dejar de lloriquear en silencio? Yacían lágrimas en la cerámica. Quedó el ventilador, repetía la circunferencia amén del sonido ansioso de una gota reverberar en la bañera.
-Lakai, por favor -su voz quebrada asustó a Lakai-. Sé que estás allí.
Valor faltó para emprender el tramo, extendiéndose a cada paso de la puerta. Paredes blancas practicaban una quietud perpetua que ahogaban gritos. Intentó dilucidar sus recuerdos en base de la carencia afectiva de los días lóbregos que cayeron sobre ellas.
Recostó la cabeza en la madera, posando una mano en el pomo, controlando el sistema nervioso en vano. Evocó risas efímeras de momentos solubles en un turbio túnel que jamás mostraría luz.
Tragó saliva y carraspeó.
-Kaiza -dijo en voz baja.
La puerta abrió, Lakai sin retroceder cerró los ojos. Kaiza, con una bata que dejaba a vista suelta sus pechos de almohada, ojos negros fijaron la atención en una chica de cabello castaño quien lloraba de forma reprimida. La mirada cambiaba entre la ternura y lástima, se acercó alzando el mentón de Lakai con el dedo índice, se unieron los labios en un manjar de estrellas fugaces como lo describía al preguntarle el sabor de un beso. Enjuga las lágrimas despacio con el pulgar derecho, cruzando una danza al ritmo de la arena de un relojero atontado, las lenguas que desprendían perversión y pudor en una brasa de pasión ardiente.
Al extender los párpados y dejar fluir la corriente delatadora, fluyendo las hormonas en sus muslos, sonrió al contemplar el rostro de Kaiza. Surcado de pecas a medio terminar cerca de la nariz, morena bronce como gustaba bromear, dientes blancos, perfectos en alineamiento. Cabello corto y desordenado, pero compensando sus cachetes abombados.
-Tengo miedo, Kaiza -dijo al esfumarse el silencio.
-No tengas miedo, estamos juntas. -Acarició el rostro con suavidad, viajando los dedos hacia los botones de la camisa.
Lakai con una mirada de terror, detuvo la mano, tomándola.
-¿Escapamos? -preguntó de improviso.
Kaiza frunció el seño, retiró con brusquedad la mano de Lakai.
-Ya hemos hablado de esto. -Se dirigió a la mesa, sentándose en una silla que direccionó a la vista de la ciudad.
-Estamos a tiempo, ella no se enterará -expresó Lakai en un tono de inocencia al tomar asiento en la silla, al otro lado de la mesa.
Kaiza miró de soslayo haciendo una mueca al escuchar el comentario absurdo.
-Hice un juramento y creo que tú también lo hiciste ese día. -Tomó el vaso de agua y bebió, haciendo un sonido con los labios al final de dejar el vaso con estrépito en la mesa.
-¿Podríamos al menos ser felices de verdad, Kaiza? -Saboreaba amargura en la lengua.
-Somos felices, ¿no te parece? -Extendió los brazos haciendo un reconocimiento a la sala.
-Tengo un mal presentimiento. -Sostuvo los bordes de la falda, agachó la cabeza-. No quiero que te hagan daño, nunca nos hemos enfrentado a esto.
Lakai comenzó a sollozar, Kaiza meditó las palabras, tomó el cigarro y el yesquero, encendido el vicio preferido, dio una calada para disolver sus angustias en una pantalla de humo que el extractor silencioso del apartamento absorbía en cuestión de minutos.
Cerró los ojos, dirigiéndose a la puerta contigua del baño. Kaiza en la penumbra de la habitación de Venus y Morfeo, tomó el sobre amarillo con un sello de la presidencia de Celis que estaba sobre una cama. Dio otra calada, tirando el sobre en la mesa, perdiéndose en la eminencia de la nicotina que ofrecía el más lívido aroma que calmaba los nervios y mataba los pulmones.
-No podemos huir de ella -dijo Kaiza tomando asiento, montando una pierna sobre otra, seduciendo la vista en deleite de sus muslos a Lakai-. Es nuestra sentencia.
-¿Lo leíste? -Hizo un sonido con la nariz.
-No quiero leerlo, sabes que odio la lectura a puño de ella. -Admiró el humo del cigarro como una obra de arte del etéreo, fundiéndose con la vista en formas oníricas.
-¿La odias y antepones nuestra felicidad para dar paso a tu lealtad a un trapo de color? -Lakai tenía los ojos rojos, tratando de no soltar el llanto.
-Es la diferencia entre tú y yo, Lakai -murmuró Kaiza.
Un silencio casi la hizo estallar en tristeza, pero Kaiza conocía mejor a su pareja sentimental. Los ojos de Lakai eran ríos fluviales, adelantándose para evitar una escena.
-Explica el objetivo, por favor -dijo Kaiza sumida en las amarillas ventanas de los edificios.
Secó las lágrimas con las mangas de la camisa, bebió un poco de agua del mismo vaso y serenó el semblante.
-Hay un hombre llamado Seramion, hijo del desertor Zarkalios...
-¡¿Qué?! -interrumpió Kaiza extendiendo los ojos, en sus venas inició el escozor del miedo-. ¿El padre del fantasma gris?
Lakai asintió.
-Maldición -masculló tirando el cigarro y hundiendo la punta en el cenicero-. Esto es una misión suicida.
-Somos peones para la presidencia, entiéndelo. -Volvía a temblar los labios-. Podemos huir, tomaremos un barco a Lianca, nos alejaremos de esta nación y su hedor a guerra, esta no es la vida que merecemos.
-Estamos comprometidas con el gobierno -zanjó con desdén-. Y la patria...
-¡Asco! -gritó exasperada, dio un manotazo a la mesa, se levantó y acercó a Kaiza, esta cerró los ojos preparada para la tormenta-. Ella es una tirana, usa a sud marionetas para cortar los hilos al final de la función y desecharlos a conveniencia.
-Esos libros que lees te vuelven loca -replicó Kaiza.
-¡Ella nos tiene de esta forma, viviendo día a día bajo la desesperación al asignar a dos humanas para enfrentar un demonio del abismo!
-Es el precio al amor a la patria, algo que no entenderás. -Se levantó y encaró a la llorona-. No me importa morir por mi tierra, si es necesario perder el rostro por Celis, lo haré.
-Es una mierda mediática aquel galimatías, profesando sobre un amor profundo a la muerte que cierne nuestra conciencia día, tras cada maldito día. -Tomó de las manos a Kaiza-. En vez de llenar de gusanos nuestros cuerpos por una ideología, crucemos nuestros corazones para revivir de las cenizas el amor que juramos en miradas y sellamos en besos. -Acercó sus labios a la ofrenda del cóctel carnoso que haría arder su cuerpo-. Por favor, Kaiza, escúchame por una buena vez.
En un beso que inició Kaiza, agitada la respiración en un centenar de emociones cósmicas, susurrando en la acalorada batalla que perdería en la cama, retiró la bata dejándola caer en el yerto suelo; solamente ellas y la vista de una ciudad que sería testigo mudo del desenfreno que las mantenía excitadas desde el primer cruce.
***
Trataba de mantener el sueño, el cansancio no pudo contra el peligro futuro. Entre sábanas blancas, cubriendo ambos cuerpos, Kaiza dormía serena. Tenía ella un morado que solo le gustaba que Lakai hiciera en el cuello y los pechos.
-Eres una niña a la orden de mami -decía Kaiza al deslizar entre sus dedos y encarcelar los cabellos para que Lakai siguiera jugueteando con el clítoris, ocasionando el fogaje merecido, expulsando un suspiro de endorfinas.
Continúa desnuda cuando se sienta frente a la mesa, inspeccionó el sobre amarillo, tomó el cigarro que seguía en el suelo, yesquero en mano, y una calada calmó hasta el sexto sentido.
Retiró el sello para revisar los informes del sujeto conocido como StratoCumulus.
Volviendo a las líneas turbias, inundaron su mente y deseó huir, releía para entender lo real de la palabra.
«Sujeto No.277.
Nombre: Seramion Zaptirus.
Familia: Branissia Zaptirus (hermana) y Zarkalios Zaptirus (ex funcionario de la policía civil, padre).
Rango: X.
Informe I.
Conocido como StratoCumulus, mago del trueno, hermano del mercenario fantasma gris de identidad definida como Branissia Zaptirus. Hijo del ex funcionario de la policía civil, ejercía el cargo de comisario sectorial de nombre Zarkalios Zaptirus, desertor y traidor a la patria».
Soltó un bufido, dejó caer las hojas adjuntas a ellas, las fotografías del llamado StratoCumulus esparcidas en el suelo.
Las náuseas quemaban el esófago en una subida de ascensor, contuvo el vómito, tragó, había un poco de agua para quitarse el sabor y calmar el ardor.
Apuró el vaso, sonó el cristal vacío en la mesa.
«Un mago del trueno. Creí que la magia era una ilusión como nuestra existencia. Quiero protegerte Kaiza, lo único que da sentido a mi vida en el corto tramo de nuestras edades, sin padres y enganchadas al teatro político de una colmena, eres tú».
***
Kaiza veía desde el umbral de la habitación, estaba pérdida en sus pensamientos, disfrutaba cada segundo del silencio de su amada.
Regresó a la cama, viendo el techo respiró hondo.
«Lakai, te protegeré porque el destino no puede arrebatarme más de lo que nos ha arrebatado. Nuestra infancia, juventud y ahora la vida, pero nunca mi amor por ti».
Una lágrima bajó por su cachete, se hizo un ovillo a espalda de la puerta donde estaba Lakai con los ojos vidriosos, el haz de luz de una lámpara de mesa se reflejaba en puntos brillantes móviles en la mirada como diminutas estrellas; descendiendo en la fugacidad de un salmo, sabían que podían morir.
Debían dar caza aquel ser del que tanto temían a la luz del alba.