Miro el reloj en la mesilla de noche, las 2 de la mañana. Otra vez esa maldita pesadilla hace que me despierte sudando frio y con el corazón agitado.
Una y otra vez la escena se repite, creo que ya no podré con esto, debo hacer algo o enloqueceré por completo.
Me levanto en medio de la madrugada y me calzo mi ropa de ejercicio, no me importa la hora, así que salgo a correr. Es lo único que puede calmarme cuando tengo estas pesadillas.
Corro por horas, cuando me doy cuenta el alba comienza a asomar, así que decido volver a casa antes de que mi abuela note mi ausencia y le agarre la loca. Pero fracaso en el intento, cuando llego veo a la gran y vieja Carmen sentada en su silla mecedora, tejiendo muy concentrada, pero sin despegar sus grandes y negros ojos de aquella manta en la que esta trabajando, suelta en tono firme
— ¿Otra vez con pesadillas?
— Si abuela, lo siento, dije que no volvería a salir en plena madrugada pero lo necesitaba.
— Ha llegado la hora León. — musita, y no puedo o no quiero comprender sus palabras.
— ¿A que te refieres?
— Ha vuelto a la ciudad, el hombre por el cuál tu madre se quitó la vida ha regresado.
Siento como la piel se me eriza, la imagen de mi madre sin vida en la bañera me hiela la sangre. Han pasado 20 años y lo recuerdo como si fuera ayer.
— ¡Mami! ¡Mami! ¿Dónde estás? — gritaba emocionado por que había cortado unas flores del jardín para ella, aunque una parte de mi tenía miedo que me regañara por arrancarlas, sabía que iba a ponerla muy feliz.
— ¿Mamá? — mi voz comenzaba a apagarse, ella nunca se iba y mucho menos me dejaba solo. Corrí por toda la casa hasta que la encontré.
Las flores cayeron de mis manos sobre el piso mojado y a pesar de que solo tenía tres cortos años, sabía lo que estaba viendo. Mi madre estaba muerta, sumergida en aquella tina que rebalsaba de agua teñida de sangre.
Lágrimas y lágrimas corrían por mi rostro, pero no tenia el valor suficiente para acercarme a ella, así que baje las escaleras y fui en busca de mi abuela Carmen, quien vivía en la casa de atrás.
— ¡Abuela! mi mami… mi mami está muerta.
Desde entonces y hasta hoy solo he tenido pesadillas con esa imagen y mi abuela me ha hecho jurarle que sería yo quien vengue la muerte de su hija, mi madre.
El día llegó, el momento que hemos estado esperando es ahora.
Marco Medina había sido el gran amor de mi madre, tuvieron un romance oculto, pues él era hijo de un importante empresario, y ella era la hija de una simple empleada doméstica. Muy poca cosa para una familia de ricachones. Mantuvieron en secreto su relación por dos años y cuando ella le dijo que estaba embarazada de mi, él solo la dejó. Tres años después, volvió a buscarlo pero al ver que él ya había formado una familia, quedó destruida y eso la llevó a quitarse la vida dejándome al cuidado de mi abuela, que ha hecho lo que pudo y me ha criado con amor, pero también llena de odio y rencor hacia el hombre que ha destruido a su hija, un odio y un rencor que me transmitió por años, lo que me llevo a querer poner en marcha nuestra venganza.
Me presento, soy León Conti y tengo 23 años, soy estudiante de medicina y trabajo en la librería de la universidad. En mis ratos libres me gusta hacer deporte, por lo que tengo un cuerpo bastante marcado para mi edad. Algunos fines de semana suelo salir de copas con mi gran amigo Mateo. Él, además de ser mi amigo es compañero de la uni, por lo que suele pasar por mi todos los días, y hoy no será la excepción.
— Adiós abuela, Mat ha llegado. — me despido de doña Carmen -como me gusta llamarla de vez en cuando- y me monto en el coche de mi amigo.
Al llegar, nos dirigimos a nuestra clase de anatomía. Pero alguien llama mi atención, es una muchacha que no había visto antes. Es delgada y no tiene grandes atributos pero el color miel de sus ojos es cautivante, tiene el pelo castaño con algunas ondas que chocan con sus hombros y sus labios, que parecen de otro planeta, están pintados de rojo.
Me quedo mirándola un buen rato, hasta que la voz del profesor me hace volver a la realidad.
— Disculpe alumno, ¿podría contarnos entonces que fue lo último que vimos?
— Lo siento — y por fin aquella chica posa sus ojos en los míos. Me sonríe tímida y por primera vez en mi vida siento un cosquilleo en el estómago — He olvidado los apuntes pero...
— Entonces limítese a oír la clase, y deje de mirar a la nueva compañera o pensará que usted es un acosador. — ella vuelve a sonreírme y pone toda su atención en lo que habla el profesor, todo lo contrario a lo que hago yo, que no puedo sacarle los ojos de encima.
La clase termina y ella es la primera en salir, me apresuro para llegar hasta ella, pero el amontonamiento de gente hizo que la perdiera de vista.
— ¿A quien buscas? — pregunta Angie parándose a mi lado.
— A la chica nueva ¿la has visto?
— Es una estirada León, no pierdas tu tiempo. No parece del tipo de chica que salga con bibliotecarios — Angie es mi amiga, pero siempre suelta esos comentarios que hacen que me sienta menos por el simple hecho de no tener la suerte de que mis padres costeen mis estudios.
— Solo quiero hablar con ella, ¿me ayudas a encontrarla? — veo que blanquea sus ojos, pero luego de un largo suspiro asiente con una media sonrisa.
Angie, Mateo y yo caminamos hasta el comedor antes de la próxima clase, y yo no puedo dejar de mirar para todos lados, pero no hay rastros de la nueva, es como si se hubiera esfumado por completo.
— ¿Quieres dejar de mirar para todos lados como un psicópata? — la voz de mi amigo me saca de mis pensamientos.
— Ha desaparecido, como si se la hubiera tragado la tierra — resoplo molesto y vuelvo a poner mi atención en la conversación que tienen mis amigos, algo sobre una fiesta a la que dicen que tengo que ir si o si, pero yo solo asiento sin interesarme demasiado en el tema. Lo único que quiero es volver a ver a la chica de labios rojos.