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¿Quién es mi verdadero padre?

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Descripción

Aria es obligada a pasar la noche con un desconocido, su vida queda marcada para siempre. Cinco meses después descubre que está embarazada y, al confesarlo, su novio la abandona sin mirar atrás. Sola, herida y con un bebé en brazos, Aria se ve obligada a aceptar cualquier trabajo para sobrevivir.

Así llega a la mansión Moretti, donde es contratada como niñera de la hija de Dereck Moretti, un hombre reservado, frío y sorprendentemente protector. Allí también conoce a su medio hermano, Adrián, arrogante, provocador y peligroso como una llama. Ambos son tan opuestos que parecen hechos para destruirse mutuamente… y Aria queda atrapada entre los dos.

Pero un detalle lo cambia todo.

La voz. La silueta. La presencia.

Aria empieza a ver en ambos un inquietante parecido con el hombre de aquella noche.

Y la pregunta que tanto temió finalmente se abre paso:

¿Es alguno de ellos el padre de su hijo?

Y si lo es…

¿Qué pasará cuando la verdad salga a la luz?

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Capítulo 1
—Aria, siempre te he considerado mi mejor amiga. No me siento bien y realmente no puedo entregar el vino. Si no me ayudas con este pequeño favor, voy a estar desesperada. En lugar de esperar a que el gerente venga por mí, prefiero morir ahora mismo… Con los ojos llorosos, Cecilia Fox fingió lanzarse por la cornisa. Aria, nerviosa, la sujetó de inmediato y, al final, cedió. —Te ayudaré —murmuró. Pensó que la casa club estaba tenuemente iluminada, así que tal vez los invitados de la sala privada no notarían que otra camarera entregaba las bebidas. Si nadie se daba cuenta, no pasaría nada. —Sabía que eras la mejor —sonrió Cecilia. Tomó una copa de vino y se la entregó. —Toma un sorbo antes de entrar, por si los invitados quieren molestarte. Ya sabes cómo son las reglas en el club Star. Allí todos los vinos eran de alta gama, y la mayoría de los clientes eran ricos y famosos. Si hacían preguntas, las camareras debían responder con naturalidad, sin mostrar miedo. Aria no lo pensó demasiado y bebió. —¡Date prisa! No hagas esperar a los invitados —apremió Cecilia, empujándola con más fuerza de la que alguien con fuertes cólicos menstruales podría soportar. —¡Espera, Cecilia…! —Aria sintió que algo no cuadraba, pero antes de poder reaccionar, Cecilia la empujó dentro de una habitación privada. No era una simple sala para beber: era una sala VIP que solo se reservaba para “necesidades especiales”. La puerta se cerró desde afuera. Las luces se apagaron. La habitación quedó sumida en la oscuridad. Aria, aterrada, golpeó la puerta. —¡Cecilia, abre! ¡Déjame salir! Afuera, Cecilia tenía el rostro tenso y contradictorio. —Lo siento, Aria. Yo tampoco quería que esto pasara… Pero ¿cómo podría un hombre normal pagar tanto por una virgen? Seguro es un cerdo gordo lleno de marcas o un viejo enfermo y asqueroso. Si te dejo salir, seré yo quien tenga que hacerlo con él… Buena suerte. El vino estaba mezclado con algo. Pronto, Aria sintió su cuerpo extraño, pesado. Se acurrucó débilmente en un rincón, intentando no perder la consciencia. Tenía que mantener alguna posibilidad de escapar. Un hombre alto y bien formado se recortó contra la luz de la luna. Aria no logró distinguir sus rasgos. Tan débil como estaba, extendió la mano hacia él, tratando de suplicarle que la dejara, aferrándose a esa mínima esperanza, pero nada salió de su boca. El hombre avanzó hacia ella, observándola luchar como si fuera una mascota herida. Aria alcanzó a sujetarse del umbral; la luz iluminó el dorso de su mano y creyó que podría escapar… Pero entonces unas manos grandes y firmes atraparon sus frágiles tobillos y la arrastraron de vuelta a la oscuridad. La arrojaron sobre la cama. Con los labios rozando la curva roja de su oreja, el hombre murmuró con un resoplido: —Buen intento. Te gusta jugar. Su pecho ancho y sólido la cubrió por completo. No hubo espacio para resistirse. El desconocido no esperó otra respuesta. Sus manos soltaron las muñecas de Aria sólo para recorrerla con una urgencia contenida, arrastrando los dedos por la línea de sus brazos, por sus costados, por cada curva que ella ofrecía sin decirlo. Su tacto era firme, posesivo, como si necesitara memorizar su cuerpo en la oscuridad. Aria dejó escapar un sonido suave cuando él la atrajo hacia sí, haciendo que sus pechos se aplastaran contra el torso masculino. La fricción le robó el aliento. Él bajó una mano hasta su cadera y la apretó con una intensidad que la hizo arquearse, como si su cuerpo estuviera respondiendo por voluntad propia. —Así… —murmuró él, su voz ronca raspándole el cuello—. Deja de fingir que no lo estabas esperando. Sus labios encontraron su piel, no en un beso delicado, sino en uno lento y hambriento, recorriendo la curva de su garganta. Aria sintió el calor irradiar desde ese punto, expandiéndose en ondas que la hacían temblar. Sus manos, antes tensas, terminaron aferrándose a los hombros de él, arrastrando sus dedos por la firmeza de sus músculos. Él respondió con un gruñido bajo, un sonido de aprobación que vibró contra su piel. Sus cuerpos se movieron, no por accidente, sino buscando más contacto. Él deslizó una mano por su muslo, subiendo con deliberada lentitud, como si disfrutara la forma en que ella se tensaba bajo cada avance. Aria lo atrapó entre sus piernas sin pensarlo, invitándolo, atrayéndolo más. La respiración del desconocido se rompió en su oído. —Dios… —jadeó—. No sabes lo que haces conmigo. Aria lo rozó con la cadera, un movimiento suave pero preciso que hizo que él inhalara bruscamente. Su respuesta llegó inmediata: sus manos la tomaron de la cintura, guiándola, marcando un ritmo que no necesitaba palabras. Sus cuerpos encajaron con una naturalidad que incendió el aire. Aria sabía que estaba actuando así por el efecto de la droga, pero no imaginó que eso se sintiera tan bien. Ella lo sintió—firme, sólido, ansioso—y su propio cuerpo reaccionó con un temblor cálido, profundo, que la hizo aferrarse a él como si fuera la única cosa real en la oscuridad. Él la atrapó entre sus brazos, acercándola más, profundizando la presión, marcando cada movimiento con hambre contenida. Sus respiraciones se mezclaron, rápidas, irregulares, el sonido húmedo de sus bocas buscándose entre jadeos. —No sé tu nombre… —susurró él, rozando su labio inferior con el suyo—. Pero no voy a olvidarte. Aria sonrió contra su boca, temblando bajo el ritmo que él imponía, sintiendo cada onda de calor subir por su abdomen, cada estremecimiento que la recorría. Él apretó su cuerpo más fuerte, más cerca, como si quisiera hundirse en ella sin barreras, sin aire, sin nada que interrumpiera el contacto abrasador que compartían. La oscuridad se llenó de respiraciones, fricción, piel y deseo… Y el juego continuó. …. Aria despertó más tarde, envuelta aún por unos brazos cálidos aferrados a su cintura. Con rigidez, los apartó, tomó su ropa sin mirar y se vistió apresuradamente. No tuvo el valor de encender las luces. No quería saber quién demonios era ese hombre. Huyó de la habitación, asustada y temblando. Sobre la almohada quedó una cadena de plata con un pequeño anillo colgando. Dentro, una letra grabada: M.

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