Cuando regresé a casa, me doy cuenta de que mi padre había llegado.
—Llegas tarde.
—Tenía clases.
—¿A dónde crees que vas?
—A ducharme.
Lo ignoro y camino hasta mi habitación para darme una larga ducha. Una vez que termino de arreglarme, escucho que mi padre me llama desde la sala de estar.
Resoplo por no querer ir con ellos, la mujer con la que mi padre se había casado siempre me lastimaba. Solía tratarme como a Cenicienta.
Me dirijo a donde estaba mi padre con su nueva familia y así saber que pasaba esta vez.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué hiciste eso?
—¿Qué se supone que hice?
—¿Destruiste las muñecas de tu hermana?
—No lo hice.
Él no dice nada, solamente se me queda observando a la espera de saber si le mentía o no. A lo largo de los años, tras perder a mi madre, tanto mi padre como yo nos hemos tratado como a unos extraños. Especialmente cuando se casó por segunda vez con esa horrible mujer.
La nueva esposa de mi «maravilloso padre» me mira a los ojos y sonríe de lado antes de hablar.
—Cariño, no te molestes. Seguramente Wanda no quiso hacerlo, son nada más que muñecas.
—Entonces ella lo hizo, ¡recibirás un castigo!
—Me da igual.
—¡¿Por qué dañaste mis muñecas?!
Observo a la pequeña enana que había frente a mí, ella inmediatamente me golpea y me reclama por sus muñecas.
Le sujeto de la mano para que se detenga y en ese momento siento como mi rostro se gira por el fuerte golpee que recibí de mi padre.
—No solamente le dañaste sus muñecas, ¿ahora quieres lastimarla? ¡Ve a tu habitación y no salgas de ahí!
Miro a mi padre y era alguien a quien no reconocía. Nunca suele estar en casa y siempre que venía, lo único que hacía era creer las mentiras de su amada esposa y de su adorable hijita. Mientras que yo... pues yo era una marginada y una rechazada por mi propio padre.
No expreso nada, ni una sola palabra y ninguna expresión de dolor. Suelto a la niña quien lloraba por sus estúpidas muñecas. Ella corre con su madre para refugiarse en sus brazos.
Ver aquella escena me produce nostalgia, recuerdo que siempre que me sentía mal solía correr a los brazos de mi madre y refugiarme en ella. La sensación de calidez, protección y amor que ella me daba era la mejor.
Extrañaba a mi madre...
Con aquel pensamiento en mi mente, olvidé por completo la presencia de mi padre, hasta que sentí otra bofetada caer sobre mi rostro.
—Te di una orden.
No digo nada, simplemente me fui a mi habitación sin expresar nada, otra vez.
Apenas entro, cierro la puerta con seguro y me acerco a la mesa de noche que había al lado de mi cama.
Extiendo mi mano y agarro la única fotografía que tenía de mi madre. Me siento en el suelo y apoyo mi espalda en la cama, doblo mis piernas y dejo la foto entre mi pecho y mis rodillas. Me sujeto con fuerza a ella, como si temiera perder también su única foto, permitiéndome llorar en silencio.
Extrañaba a mi madre.
Extrañaba mi anterior vida.
Durante casi una hora me quedé en aquella posición, mientras lloraba.
Los diversos recuerdos que llegaban a mi mente de cuando tenía a mi madre a mi lado, hacían que mi pecho se oprimiera y cada vez se hacía más dolosa su ausencia.
Después de su muerte, no volví a celebrar mi cumpleaños. Ese día era el recuerdo más doloroso y trágico de mi vida.
Dejé de ser una niña que adoraba las cosas lindas.
Dejé de amar a todo aquel que me parecía buena persona.
Dejé de confiar en los demás.
Dejé de ser una niña débil y frágil con el pasar del tiempo.
Ahora me estaba convirtiendo en una mujer, entrenaba sin parar para defender de todo aquel que desee lastimarme. Sin embargo, a la única persona a quien no he refuto su autoridad, es a mi padre. Después de todo, era mi padre.
Aunque se había convertido en un hombre de reglas exigente y amargado, seguía siendo mi padre.
Durante estos años, he preferido conservar los recuerdos que tengo de él. De cuando éramos una familia feliz y muy unida, en lugar de los recuerdos que me ha dado en estos años.
Siempre fue sabido que él jamás dejó de amar a mi madre. Sé que él aún visita su tumba cada vez que viene a la ciudad y le deja sus flores favoritas, girasoles.
Mamá siempre decía que los girasoles amaban el sol y por eso siempre brillaban ante su presencia, haciendo que su belleza incrementará día tras día.
Mientras los girasoles eran sus favoritas, para mí siempre fue la lavanda. En su aniversario, siempre dejaba un girasol y una lavanda, como símbolo de nuestra unión.
—Te extraño mamá... te extraño...
Poco a poco me fui quedando dormida en dónde estaba sentada con su fotografía en mis brazos.
Al día siguiente, escucho que sonaba la alarma de mi teléfono. Ya era hora de levantarme y comenzar a arreglarme para ir a clases. Estaba pronto a terminar mis clases. Al ser una de las mejores, tenía sus privilegios, sin embargo, yo odiaba esos privilegios.
Me puse de pie y estiré mi cuerpo, comencé a arreglarme para ir a la escuela. Cuando ya estaba lista, tomé mis cosas y antes de salir de mi habitación, me puse los auriculares y dejé que la música de AC/DC llegue a mis oídos.
Mientras iba escuchando back in black, camino hasta la cocina y agarro una manzana para luego irme sin prestar atención a los demás.
Por lo general, desde que comencé a ir por mi cuenta a la escuela, siempre compraba mi desayuno fuera de casa. Lo único que solía agarrar antes de irme era una manzana, puesto a que ellos las odiaban, eran lo único que me atrevía tomar para comer sin recibir una queja de parte de mi dichosa madrastra y su pequeña hija.
Camino hasta la escuela, la cual no estaba muy lejos. La música hacía que mi recorrido fuera ameno.
En la escuela no contaba con amistades, todos ya tenían sus respectivos grupos de amigos. Yo era la típica chica solitaria y eso no me molestaba en lo absoluto.
Al llegar, entro al aula de clases y me siento al final de la fila junto a la ventana. Cómo suelo hacer todos los días que debo asistir a clases, no me quito los auriculares hasta que no llegue el profesor que corresponde.
Una vez que llega el profesor de historia, me quito los auriculares y guardo mi teléfono antes de que me lo quiten. Lo dejo en total silencio antes de guardarlo en mi mochila.
—Buenos días, estudiante, el día de hoy realizaremos clases.
Apenas dice eso, todo el mundo hace ruido, pero la felicidad se les acaba muy pronto.
—Aunque no hagamos clases el día de hoy, escucharán unas charlas sobre las universidades.
Todos vuelven a hacer ruido, pero esta vez no era de felicidad, sino de aburrimiento.
—Muy bien, silencio todos. Por favor escuchen con atención a cada una de las personas que vienen a hacer sus presentaciones. Si observo que no prestan atención o que son groseros con estas personas, tomaré medidas.
—¿Está diciendo que nos hará un examen sorpresa en cualquier momento?
—Así es.
Después de que uno de nosotros hizo esa pregunta, los demás siguieron quejándose por la respuesta que ha dado el profesor. Era demasiado obvio que ellos odiaban los exámenes sorpresas y más los de historia.
A medida que pasaba el tiempo, iban entrando diferentes personas hablando sobre muchas carreras, sus costos, la estructura de las instalaciones, todo.
Ninguna de las carreras que mencionaban llamaba mi atención. Todo me parecía aburrido. Hasta que observo entrar a una mujer de estatura promedio, diría que de unos treinta años, cabello oscuro y ojos verdes. Ella ingresa junto a un hombre muy alto, cabello rubio y ojos negros con una barba muy arreglada.
Apenas ellos entran, todos murmuran sobre el físico de ellos. Pues ambos eran muy llamativos para mi gusto. Lo único que llamo mi atención en ellos, fue la fuerte mirada que tenían y por supuesto, el tatuaje que ese hombre tenía en su cuello, el cual era una serpiente rodeando una espada.
—Buenos días, estudiantes.
—Buenos días.
Sonrío de lado al ver que todos sentían la presión que aquel hombre ejercía con tan solo saludar. Algo que era opuesto cuando la mujer hablaba.
—Hemos venido para hablar sobre lo que hacemos en nuestro día a día. Soy Doris Duarte, subteniente de la fuerza área. Es un gusto conocerlos y poder hablar con ustedes sobre nuestro trabajo.
—Yo soy el teniente Rafael Cruz.
Observo de nuevo a mis compañeros y era demasiado evidente su temor hacia el Teniente Cruz, pero cuando era la subteniente Duarte quién hablaba se sentía como si lado maternal saliera a flote. Sin embargo, aunque transmitía ese lado maternal de ella, también se podía sentir su verdadera fuerza como mujer. Y estaba más que segura, de que es una mujer a quien debes respetar a las buenas o en el peor de los casos, a las malas.
—¿Quién de ustedes ha tenido un interés por lo que hacemos?
No sé por qué, pero cuando ella ha hecho esa pregunta, de manera inconsciente levanté la mano. Siendo la única que ha tenido interés.
—Interesante.