—Estoy muy duro —gruñó él, exponiendo finalmente su erección con urgencia.
—¿Y la boda? —preguntó ella, la pregunta flotando como una sombra entre ellos.
En ese preciso instante, mientras su cuerpo pesaba sobre el de ella, el destino intervino: un retortijón agudo le atravesó el estómago y, simultáneamente, su teléfono celular comenzó a vibrar insistentemente en su bolsillo.
—Mierda, es una señal del cielo. Nuestro, Señor me está advirtiendo. Estoy pecando, es tu culpa —exclamó, el pánico y la culpa mezclándose en su voz.
—¿Como? —preguntó, Saleema con su ceño fruncido. Jamás pensaba que un hombre como, Absalón fuera creyente—¿Es mi culpa?
Él se separó de ella bruscamente y permaneció arrodillado en la cama, con los pantalones deportivos a medio camino de sus rodillas, con su enorme e
