—¿Estás loco? ¿Quién en su sano juicio querría casarse contigo? —preguntó, mientras su corazón latía de manera fuerte, como si fuesen caballos al golpe.
—Por favor Adriana, por favor —pidió, no iba a renunciar a la idea, ahora que tenía una solución a su problema.
—No engañaremos a nadie Gabriel, tu eres un pésimo actor y yo, bueno, no puedo hacer todo el trabajo, tu madre sabrá que esto —se señaló e hizo lo mismo con él,— Es una mentira, no quiero correr el riesgo y menos por ti —camino un paso hacia el frente, no quería ceder ante la petición de su mejor amigo. Sería entregar su vida y su corazón para ser mutilados en el proceso.
—Adriana —la tomó del brazo y detuvo su caminar
—¡¿Qué?! —No quiso sonar ruda, pero la situación amenazaba con sobrepasarla.
—Te lo pido, ayúdame después de mi madre eres la única mujer a quien podría confiarle mi vida —dijo con sinceridad
—¿Ágata? —preguntó, negándose a creer sus palabras se amaban como amigos o al menos él lo hacía de esa manera. Ella estaba enamorada de él.
—Es la mujer que amo, pero no tanto como a ti —sonrió de manera sexy, esa jodida sonrisa que hacía mojar sus bragas sin proponérselo.
—No juegues conmigo, ni te atrevas a manipularme —dijo, pero ya su mente estaba imaginando una vida junto a él, todo era una mentira, ella solo sería una tapadera en su vida.
—No existen mentiras entre nosotros Adriana, te amo, eres mi mejor amiga y la única mujer a quien confiaría mi vida y mi felicidad, si no eres tú, lo perderé todo e incluso la perderé a ella —esas palabras herían su noble corazón ¿Podría hacerlo? ¿Podría intentarlo?
—¡No! ¡No! Y ¡No! —gritó, tentada a ceder ante Gabriel.
—Adri, no la quiero perder, por favor —pidió. Haciendo que Adriana dudará incluso de su propia existencia.
—Vamos a casa —no respondió, simplemente porque no era capaz de aceptar. Gabriel estaba enamorado de Ágata perderla o perder la herencia significaba el mismo golpe para él. ¿Por qué negarse? ¿Por qué negar la felicidad de Gabriel, por miedo?, no quiso pensar más la situación. Quizá Gabriel, lo pensara mejor y se olvidaría de la locura que le había ofrecido.
Gabriel no iba a ceder fácilmente, Adriana tenía una debilidad y era verlo sufrir, estaba seguro que solo debía ha orillarla a tomar la decisión.
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—Azucena que placer tenerte en casa —Delia saludo. Se negaba a creer que la profesora se tomara en serio los planes de su marido.
—Delia, qué gusto verte —sonrió la guapa mujer. Saludando con un beso de mejilla
—¿Tu esposo, está en casa? —la pregunta de la profesora le hizo tensar el cuerpo entero. Tenía que impedir que llegaran a un acuerdo si es que no era demasiado tarde ya.
—Azucena, me gustaría hablar contigo ¿crees que puedas ahora? —su esposo, no debía enterarse de que ella estaba en la Finca…
—¡Azucena querida! —Delia cerró los ojos, su marido parecía tener olfato para interrumpir las cosas importantes.
—Agustín que placer verte —saludó con un beso en la mejilla también.
—El placer siempre será mío querida, por favor acompáñame a la biblioteca —pidió faltaba poco para el almuerzo y su plan estaría encaminado
—Agustín —llamo Delia, alarmada
—Tranquila cariño, déjame hablar con Azucena, avísanos cuando el almuerzo esté listo — se encaminó hacia su oficina para poder hablar a solas con la maestra.
Delia, no podía creer lo necio que su marido podía ser, debía admitir que era igual de cerrado y testarudo que su hijo, no quería ni pensar en el momento que Gabriel volviera a casa y se encontrará con su futura esposa en la mesa.
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—Adri, por favor —lo intento antes de entrar a su casa y quedar frente a su padre, después del encuentro desastroso que se había formado durante el desayuno.
—Es una locura Gabriel, te quiero, te puedo amar, pero no quiero ser tu esposa falsa —fue sincera y dijo lo que tenía en su corazón.
—Un año Adriana, dame un año por favor —pidió sintiendo que no iba a lograr convencerla de aceptar esta locura.
—Sigue siendo una completa locura ¿has pensado en cómo sostendremos la mentira? ¡Tendremos que dormir juntos! —y eso era lo que más miedo le provocaba de toda esta locura que él proponía.
—No sería la primera vez que lo haríamos ¿recuerdas cuando eras niña y temías a los truenos?
—¡Era una niña! No cuenta —dijo seria.
—Hijo has llegado —fueron interrumpidos por Delia, quien estaba afligida
—¿Qué sucede? —Gabriel, conocía muy bien a su madre y era evidente que estaba nerviosa
—Azucena está con tu padre en la biblioteca —dijo con aprehensión. Mientras Adriana y él se miraban a los ojos.
—Adri, tienes mi felicidad en tus manos —susurró tan bajito que ella deseó ignorarlo, pero no podía ellos se comunicaban incluso solo con un movimiento de labios.
—¿Insistirá en lo mismo? —devolvió la atención a su madre.
—Tendremos que esperar y sabremos qué es lo que hablaron —Delia se fijó entonces en Adriana.
—Cariño perdóname, con todo este asunto, estoy por terminar loca —bajo el peldaño y la estrechó entre sus brazos
—Está bien, Gabriel me ha puesto al tanto, ¿Realmente mi padrino, quiere unirlo a Azucena? —tenía la esperanza de que Gabriel, sólo estuviera exagerando al final, no sería la primera vez que le pone pies y cabezas a un asunto menor.
—Me temo que Agustín, está decidido, si quiera tengo idea de lo que puedan estar hablando ese par. Adriana, esto se volverá un campo minado entre ellos —observó a Gabriel, quien se había alejado un poco.
—¿Por qué no le dan una oportunidad a Ágata? —casi se mordió la lengua por la sugerencia nacida de sus labios.
—Agustín, cree que es una arribista, y que solo está interesada en el dinero de Gabriel
—Y tú ¿Qué opinas de ella?
—Cariño, apenas cruce dos palabras con ella, durante su estadía en la Finca, no puedo tener un concepto básico de ella…
—Lo siento, me gustaría ayudarte —dijo sin pensar en sus palabras.
—¿Estaría dispuesta a ayudarme? —ella asintió, incluso estaría dispuesta a hablar con su padrino.
—Gracias cariño, pensaré de una manera y te la diré —sonrió feliz, mientras caminaba hacia la casa, con Gabriel refunfuñando en la distancia.
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—¿Qué te sucede Ágata? —la rubia preguntó a su amiga
—No he podido contactarme con Gabriel desde el fin de semana pasado —dijo con molestia lanzando su móvil sobre el descolorido sofá.
—¿Estás loca? —Ágata la miró con el ceño fruncido sin comprender
—Se supone que estás en el extranjero ¿Cómo puedes llamarle a su móvil? —la mujer palideció momentáneamente, había olvidado la mentira que le había hecho a Gabriel, fingiendo ser una fina dama de la sociedad, incluso estaba haciéndose de rogar para aceptar ir a vivir a la hacienda, pero con su situación cada día más complicada, estaba necesitando que él viniera por ella.
—Tienes razón, lo olvide por completo —se sentó, estaba cansada, había fregado una mansión entera, pero había tenido su pequeña recompensa el pequeño brazalete de oro que había hurtado de la mansión.
—Tengo que fingir unos meses más antes de viajar a la Finca, odio esta vida Carmina, te juro que no soporto un día más, pero no puedo ceder tan fácilmente ante Gabriel, sin contar que no tengo el dinero reunido para pagar a alguien que se haga pasar por mis padres el día de la boda —sonrió
—Pues debes darte prisa —le urgió la joven rubia.
—No tengo otra opción, quizá acepte el trabajo en el club —dijo seria, haría de todo para atrapar a Gabriel y su mejor manera había sido resistiendo a caer entre sus redes, fingiendo ser una mujer rica y virginal…
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—Agradezco profundamente tu apoyo Azucena —se levantó de su sitio para darle un beso en la mejilla.
—Es un verdadero placer ayudarte Agustín y que me hayas elegido es un honor —dijo con una sonrisa amable.
—Por favor quédate a comer, estoy seguro que Gabriel estará encantado de saludarte —ella asintió, Gabriel, era un hombre muy guapo y deseado por más de una en el pueblo, y más de una anhelaba ser Adriana Flores, ellos parecían inseparables.
—Estaré encantada, hace tiempo que no lo veo por el pueblo —dijo, olvidándose de sus pensamientos.
—Eso cambiará ahora que has aceptado nuestro trato —ella asintió
—Tienes razón —caminaron juntos hacia el comedor, donde Delia, Gabriel y Adriana esperaban.
—Buenas tardes Gabriel, Adriana —saludo al entrar
—Buenas tardes Azucena —dijeron al unísono
—Por favor, toma asiento —le indicó el lugar vacío frente a Gabriel.
—Gracias —dijo amablemente
—¿Simón, no ha regresado? —era raro no ver a su sobrino en la mesa
—Me temo que no, le has enviado a otro pueblo, supongo que demorará —Delia, sirvió a cada uno. Comieron en completo silencio, Azucena, no apartaba la vista de Gabriel, quien la ignoraba olímpicamente. Algo que no pasaba desapercibido para Adriana.
El sonido de los cubiertos y el carraspeo de Gabriel llamó la atención de los presentes
—Papá, mamá, hay algo que quiere comunicarles —el silencio fue total durante un largo momento
—¿Qué sucede cariño? —Delia temía que su hijo aceptara el matrimonio con Azucena.
—Voy a casarme en tres semanas —Adriana agrandó los ojos. No podía hablar en serio ¿cierto? No podía imaginarlo casado con Azucena.
—Gabriel no… —Delia se vio interrumpida por las palabras de su hijo.
—Adriana y yo, vamos a casarnos —El mundo que Adriana conocía parecía desvanecerse frente a sus ojos.
Gabriel se había vuelto completamente loco…