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Latidos Corazón de Fuego Libro 2

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Descripción

El matrimonio ha encendido un nuevo mundo para Isabella.

Entre sábanas de seda y besos al anochecer, la pasión despierta en su cuerpo como un incendio incontrolable. Convertida en condesa de Ashcombe con la venia de la matriarca quien le ha dado su respaldo, aprende a ser anfitriona, a llevar la casa… y a observar en silencio.

Envuelta en la ilusión de amor que su esposo ha creado para ella, no ve las grietas. Ausencias inexplicables. Miradas que no la buscan.

Isabella comienza a sospechar que el hombre que conquistó su corazón podría no ser el caballero perfecto que fingió ser.

Y el fuego que antes era deseo… comienza a arder con rabia y duda.

El corazón arde. Y con el fuego, llega la verdad.

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1
Ecos entre las paredes La luz matinal se filtraba a través de las cortinas de lino claro, proyectando sombras ondulantes sobre la alfombra bordada. Isabela abrió los ojos lentamente, envuelta en el silencio pesado y elegante de la villa. No era como despertar en Ashcombe Hall, donde el bullicio de la servidumbre comenzaba antes del alba. Aquí, en la propiedad de campo, todo parecía latir a un ritmo más lento… más íntimo. Se incorporó entre las sábanas, acariciando con la yema de los dedos la colcha acolchada, decorada con hilos dorados que formaban un patrón de lirios y espinas. La habitación era amplia, pero no excesiva. Las paredes revestidas de madera clara estaban adornadas con retratos de antepasados que ya no reconocía. Un tocador antiguo descansaba bajo un gran espejo de marco tallado, y en la esquina opuesta, una chimenea de mármol blanco aún conservaba el aroma de la leña quemada la noche anterior. - ¿Milady desea su desayuno en la habitación? - preguntó una doncella con la voz baja al entrar con una bandeja. - No, gracias, Martha. Prefiero tomarlo abajo. - respondió Isabela con una sonrisa, mientras se ponía una bata ligera sobre el camisón. Martha se inclinó levemente, pero no se retiró enseguida. - Lady Honoria solía decir que el jardín a esta hora del día era más hermoso que cualquier sala. Tal vez le gustaría pasear por allí luego - comentó, como quien no quiere interrumpir, pero desea ser útil. - Me parece una idea encantadora. - aceptó Isabella y la mujer se retiró, dejando tras de sí una estela de lavanda y discreción. Tras vestirse con un vestido de muselina color marfil y recogerse el cabello en un moño suelto, Isabella descendió la escalera principal, cuyos peldaños crujieron bajo sus pies como si la casa despertara con ella. La luz se filtraba desde las altas ventanas del vestíbulo, iluminando el polvo suspendido como un velo de recuerdos. El desayuno se sirvió en una pequeña sala junto a la biblioteca, donde Rowan ya no estaba. Según informó el mayordomo - un hombre mayor de rostro adusto llamado Rupert, había salido temprano a revisar los establos y conversar con el administrador de la finca. “Una propiedad así no se sostiene sin atención”, pensó Isabella mientras bebía su té. Pero el hecho de que su marido ya estuviera trabajando la llenó de una satisfacción tibia, como si algo empezara a encajar. Terminó de desayunar y, en lugar de retirarse a bordar o escribir, decidió explorar. La villa no era tan grande como Ashcombe Hall, pero tenía un carácter propio, más antiguo, más lleno de huellas personales. Las alfombras eran orientales, pero algo desgastadas; las cortinas, de lino bordado, dejaban pasar la luz con melancolía. Isabela pasó primero por la biblioteca, donde los estantes llegaban hasta el techo y olían a cuero viejo y tinta. Tomó nota mental de un libro de botánica con ilustraciones pintadas a mano y prometió volver por él más tarde. En el corredor del ala este, encontró al ama de llaves, la señora Dunley, una mujer robusta de ceño perpetuamente fruncido, pero trato cortés. - Lady Ashcombe. - saludó con una reverencia respetuosa - Si desea que le muestre las áreas más relevantes de la casa… - Por favor. - asintió Isabella - Me gustaría conocer bien el lugar que ahora debo cuidar. La señora Dunley la condujo por salones que aún conservaban el mobiliario original: un salón de música con un clavicordio cubierto por una tela bordada con hilos de plata; una galería de retratos, donde el aire era más frío y el suelo resonaba con cada paso; y una sala de costura que parecía haber sido abandonada hacía años, con carretes de hilo cubiertos de polvo en una esquina. - ¿Y el ala norte? - preguntó Isabella, señalando una puerta doble que parecía sellada. La señora Dunley bajó la mirada, incómoda. - Fue cerrada después de la muerte del abuelo de Lord Ashcombe. Sufrió daños por humedad y no se ha usado desde entonces. - ¿Está prohibido entrar? - No, Milady. Pero no ha sido preparado para su visita. - respondió con diplomacia, como quien insinúa que hay mejores lugares donde perder el tiempo. Isabella no insistió, pero memorizó la forma de la cerradura. Había algo en ese ala que la llamaba. - Señora Dunley...- le dijo la joven a la mujer - Puede prepararme un informe con lo que considere de urgencia para la casa. Lo que considere relevante considerando la estación. Si faltan cosas en la cocina por favor agréguelo. - ¿Puedo sugerir, Milady? - preguntó sorprendida. - Por supuesto, tú estás el mayor tiempo aquí y sabes en que se debe priorizar. Si tenemos que gestionar el presupuesto, quiero manejarlo en lo que importa y necesita, no en lujos innecesarios. - Lo prepararé y se lo presentaré. - Perfecto. Lo revisaremos juntas para escuchar tus fundamentos. - Si, Milady. Más tarde, ya sin compañía, recorrió los jardines como le había sugerido Frances. El jardín trasero descendía suavemente hacia un pequeño estanque, rodeado de sauces y peonías en flor. Cerca del invernadero, encontró al jardinero: un hombre alto y silencioso, con las manos curtidas y una expresión que parecía hecha de tierra y viento. - ¿Es usted el señor Brooks? - le preguntó. El hombre asintió. - He oído que conoce bien esta propiedad. - Nací aquí, Milady. Mi padre era jardinero antes que yo. - ¿Y qué me recomienda visitar? Brooks miró hacia un sendero casi oculto por las hortensias. - Las estatuas del jardín sur. Fueron traídas por el primer Ashcombe que vivió aquí. Cada una tiene una historia… algunas más alegres que otras. Isabella agradeció y siguió el sendero. Allí, entre la maleza controlada y los setos recortados, encontró figuras de mármol cubiertas por el musgo del tiempo. Una ninfa sin brazos, un fauno con gesto melancólico y en el centro, una figura femenina de rostro casi idéntico al de los retratos de Lady Honoria en su juventud. “¿Ella también caminó por aquí?”, pensó Isabella y algo dentro de su pecho se llenó de emoción. Al regresar a la casa, ya cerca del mediodía, subió a su habitación para escribir en su diario. Sus dedos temblaban un poco mientras plasmaba en tinta: “He llegado a un lugar donde el tiempo parece guardar secretos en cada rincón. No sé qué encontraré aquí… pero por primera vez siento que no estoy huyendo de lo que soy, sino acercándome a descubrirlo.” El golpe en la puerta la sorprendió. - Milady. - dijo Martha con timidez - el señor la espera en el comedor. Ha vuelto del campo. - Gracias. Bajo en seguida. Isabella cerró el diario, no sin antes mirar por la ventana hacia el ala norte, esa parte de la casa que nadie quería visitar. Y supo, sin saber por qué, que tarde o temprano cruzaría esa puerta.

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