SANTIAGO
Me siento como un imbécil, he metido la pata. Ella me inspiró confianza, sentí que era la indicada. Es frustrante tener que vivir bajo un disfraz, quizás sería más fácil si mi situación social fuera distinta.
Me sirvo una copa de whisky para calmar los nervios. Recorro los libreros mirándo las fotos de Anna. Ella fue la mejor, entendía a la perfección el arte del dolor placentero. Siempre fue precisa en todos sus movimientos. Han pasado dos años y no la puedo olvidar todavía, su ausencia es un suplicio enorme que me oprime el pecho y me asfixia el alma.
Mi celular está sonando, Laura llama nuevamente. Es la décima vez que lo hace en el día. Ella es muy guapa, pero no tiene lo que busco. Todavía no concretamos ningún encuentro tan cercano y ya se considera mi dueña.
La llamada termina. No pasan ni dos minutos cuando ya recibí un mensaje de ella:
Laura_21:18.
He preparado algo muy especial para ti, te espero en la habitación número catorce del hotel "Midnight". No tardes mucho.
No estoy seguro de querer acudir; sin embargo, esta soledad me está marchitándo, poco a poco siento que me vuelvo loco encerrado aquí yo solo. Mi vida se volvió monótona y aburrida, de la editorial al departamento y viceversa.
Busco mi saco y salgo para el hotel. Nada pierdo con intentarlo. Cualquier cosa es mejor que pasar otra noche encerrado mirándo los noticieros.
Este hotel se detaca entre los de nuestro grupo porque posee habitaciones temáticas exclusivas para nuestros gustos y placeres. Yo prefiero la habitación número tres, la habitación roja. Para poder tener acceso a ella, es necesario hacer con antelación una cita previa, ya que es bastante solicitada.
Estaciono mi automóvil y me pongo unas gafas de sol y un sombrero. Sé que me veo ridículo usando lentes y sombrero de noche, pero es necesario para cuidar un poco la identidad.
Voy directo al elevador, la habitación catorce está en el segundo piso.
Camino inseguro por el pasillo alfombrado. Aprieto con fuerza ambos puños antes de entrar y suspiro profundamente.
La puerta se encuentra entreabierta, empujo y entro despacio. Cierro tras de mí.
Me adentro poco a poco. Laura me mira fijamente, sentada sobre la orilla de la cama con las piernas cruzadas, fumando un cigarrillo.
Me doy la vuelta, extraigo del interior de mi saco el antifaz de encaje que mejor me acomoda. Me retiro las gafas y el sombrero y me coloco el antifaz.
Me vuelvo hacia ella y esbozo una sonrisa a medias.
—Pensé que no vendrías, cariño —apaga su cigarrillo en un cenicero de cristal y se levanta. Camina hacia mí contoneando sus delgadas caderas de manera sensual.
Ese leotardo de piel color rojo hace juego con su antifaz. Es alta, rubia y sus ojos verdes resaltan con el sensual disfraz. Su lipstick color tabaco te induce a pecar.
—Vamos, bastardo, ponte de rodillas —me sujeta el cabello con fuerza y me obliga a ponerme de rodillas.
Obedezco, me pongo de rodillas.
—Desprende tu camisa, pedazo de imbécil.
Me deabrocho la camisa y me la quito.
—Te quiero en cuatro patas, animal.
Camina hacia la cama y saca un látigo de cuero de un maletín. Vuelve hacia mí. Me golpea con fuerza la espalda, una y otra vez. El ardor que me producen sus golpes me hace sentir placer, me hace sentir vivo de nuevo.
—Termina de una vez, quiero que te quites el resto de la ropa y te acomodes en la cama.
Me quedo quieto, de rodillas, mirando hacia el ventanal.
—¿Estás sordo, imbécil? Obedece en este preciso momento —me golpea la espalda con el látigo, utilizando más fuerza.
El dolor ya no me produce placer, su indicación me hace sentir incomodidad.
—¡Stop! —grito.
—¿Qué te pasa, pedazo de imbécil? Sabes perfectamente a qué has venido. ¿Por qué quieres parar ahora que viene lo bueno? ¿Estás ciego? Soy una mujer hermosa y excitante. Trabajo mucho para tener este cuerpo sabroso, y ni tú ni ninguna cucaracha me hace el feo a mí. ¿Entiendes? Así que ponte de pie y obedece.
Me pongo de pie y busco mi camisa.
—¿A dónde crees que vas?
—Tú no entiendes nada, alguien como tú no puede ser una dom. No me gusta tener sexo en el primer encuentro.
—Tú me perteneces, yo soy tu dueña.
—No lo eres, jamás he firmado nada.
Me pongo el saco, las gafas y el sombrero para irme a casa. Laura grita como loca, aún así, no me detengo.
Me voy hacia el bar para ahogar mi decepción y frustraciones en una botella de whisky. Sabía que era una mala idea, lo intuí desde la tercera llamada. Ella me hablaba para insultarme mientras me masturbaba en cualquier parte, gracias a eso, Sahara me descubrió en el armario de la sala de descanso. Laura es muy autoritaria y no le importaba llamarme a cualquier hora del día. A ella no le importaba si estaba trabajando o en alguna reunión familiar. Eso me gustó al principio, pero después se volvió enfermizo y frustrante.
Ya no quiero buscar más dueñas, estoy harto y cansado.
No busco una mesa al llegar al bar, estoy solo y sería patético. En su lugar busco un buen asiento frente a la barra. Pido una botella de whisky, una copa y hielos. Me bebo dos copas de golpe. Mientras más rápido me pierda en el alcohol, más rápido se me pasará esta horrible sensación de fracaso.
—Yo misma puedo pedir mi propio taxi —le grita una mujer al mesero desde la otra esquina de la barra.
Trato de enfocar bien, después de cinco copas casi al hilo mi visión ya no es la misma.
La miro de espaldas, y trato de pensar en dónde he visto ese enorme trasero y esas curvas plus size.
Me levanto y siento que se me asienta todo el alcohol, pero trato de guardar la compostura.
—No se preocupe, yo la llevaré a casa —le digo al mesero.
Él me mira con desconfianza, es natural. A estas alturas de la vida, hasta tu vecino, el más servicial y simpático, puede ser un asesino en serie.
Sahara me mira y se sonroja.
—Señorita, ¿conoce a este hombre?
—Se parece a mi jefe, pero no estoy segura.
—¿Qué le pasa, Sahara? No debería andar bebiendo sola en un bar a estas horas de la noche, vamos, yo la llevo a su casa.
—Si quiere le pido un taxi —insiste el mesero.
—Está bien, jóven. Es muy amable, pero ya me acordé, y este hombre es mi jefe. Quizás mi ex jefe, ya que he fallado en el último trabajo que se me asignó y posiblemente sea despedida.
—¿Cuánto bebió, Sahara? Está delirando, vámonos ya. Antes de que haga o diga imprudencias —la tomo del brazo y la dirijo hasta mi automóvil.
Está muy ebria, dudo mucho que sepa siquiera dónde vive.
—Sahara, deme la dirección de su casa.
—Vivo derecho, hacia arriba, justo en las estrellas.
Me golpeo la frente, no sabe ni lo que dice. Tampoco la puedo dejar dónde sea, así que la llevo a mi departamento. Por lo menos ahí estará más segura.
Al llegar al primer semáforo, volteo a verla y me doy cuenta de que ya se ha dormido. Su cabeza cuelga sobre su hombro derecho. Aprovecho la pequeña pausa de la luz roja y le acomodo la cabeza sobre la ventanilla.
Trato de conducir lento para evitar que se haga daño.
Gracias al cielo el edificio donde vivo cuenta con elevador. Soy un hombre fuerte, pero estoy medio ebrio y dudo mucho que la pueda cargar hasta el elevador.
—Sahara, despierte —le doy unas palmaditas suaves sobre sus mejillas para hacerla volver en sí.
No reacciona, así que me bajo del auto y camino hacia su lado. Abro la puerta despacio. Le desabrocho el cinturón de seguridad e intento hacer que despierte.
—¿Dónde estoy? —inquiere asustada en un momento de lucidez. Sale del auto, me mira con los ojos desorbitados y se desvanece en mis brazos.
—¡Sahara, maldita sea! ¡Despierta! —le grito, tratando de sostenernos a ambos.
George, el guardia de seguridad, se me acerca.
—¿Todo está bien, señor?
—No, ambos estámos ebrios y no puedo llevarla solo.
George se acomide y le pasa un brazo sobre su cuello para que ambos la llevemos al elevador.
—¿La señorita es su novia? —me pregunta extrañado. La única mujer que había visitado mi hogar fue Anna.
—Es mi amiga —respondo.
—Lo imaginé.
—¿Por qué?
—Porque esta chica no es su estilo, no va con usted.
—¿Por qué cree eso?
—Usted es un hombre importante, y ella es... está llenita.
Sonrió con sarcasmo.
—Sahara es una mujer muy hermosa, y sería un honor que alguien como ella pueda poner su atención en alguien como yo. Gracias por su ayuda, yo puedo solo.
Su comentario de mal gusto me hizo enojar, sobre todo porque me enferma que la gente haga un estereotipo de mi pareja perfecta. Yo no necesito a una mujer flaca y engreída que se considere una reina nada más porque vomita todo lo que ingiere para mantener su esquelético cuerpo.