Capitulo 3

1944 Palabras
A la mañana siguiente, Alison pasó un largo rato en el baño, sin arreglarse; simplemente se quedó mirándose en el espejo, con las manos apoyadas en el lavabo. No notaba cambios en su apariencia. Bueno, tenía ojeras, pero eso era solo por la dificultad que había tenido para dormir. Sin embargo, a pesar de no parecerlo, se sentía completamente abrumada. No podía sacar de su mente la imagen de sí misma arrodillada en la alfombra de Tyson. El vestido a la cintura, sus pechos al aire y la baba en la barbilla, teniendo su virilidad llenándole la boca. ¿Por qué de repente se había sentido orgullosa de lo bien que lo estaba haciendo, o incluso emocionada al notar que su respuesta le confirmaba que le estaba gustando? ¿Qué decía eso de ella y de quién era realmente? Sabía exactamente lo que dirían los feligreses al respecto. Aun así, por un breve instante, vio su reflejo sonreírle. ¿Qué había dicho Tyson? —Quizás mis vecinos tengan razón. Me portaré bien con una condición. —Hacía una pausa—. Dime por qué te gusta tanto espiarme. No se lo había contado, pero lo había demostrado de sobra. ¿Era lo mismo? Lo que le resultaba irónico era que, si ahora se comportaba como era de esperar, los feligreses pensarían que un encuentro así era un precio que valdría la pena pagar. O, tal vez, finalmente dirían que había hecho algo bien, sin saber exactamente qué había hecho para lograrlo. Desde el dormitorio, escuchó la voz de Timothy, anunciando que iba a abrir la iglesia y que estaría fuera un par de horas. Alison era consciente de que parte de la razón por la que se había refugiado en el baño era para evitarlo. Cuando lo veía, la culpa y el desdén la invadían, y era difícil controlarse. Lidiar con esto en soledad era una cosa, pero la realidad se tornaba muy diferente cuando él estaba presente. Al final, abrió la puerta del baño con cuidado, asegurándose de que su marido se había ido. Oyó entonces cómo se cerraba la puerta principal y supo que, efectivamente, se había marchado. Alison salió del baño, y allí, en un rincón, estaban sus binoculares. Malditas cosas, pensó. Deseaba no haberlas comprado nunca. Las agarró, jurando que no las usaría ni volvería a espiar a Tyson. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, no pudo resistir la tentación de mirar por la ventana. Su jardín estaba vacío, no había rastro de Tyson, y se reprendió por sentir decepción. Metió los binoculares en el cajón de su ropa íntima y, al hacerlo, notó que había algo más: las llaves de la casa de Tyson. ¿Por qué se las había llevado? No tenía ni idea. No era como si fuera a regresar. ¿Cómo iba a devolvérselas? Alison sentía demasiado miedo de encontrarse con él como para dejarlas en su buzón. Obviamente, no podía tirarlas, así que por ahora tendrían que permanecer ocultas. Al menos allí estarían a salvo; Timothy jamás buscaría en el cajón de su ropa interior. Las palabras “Guarda las llaves, creo que las vas a necesitar” resonaban en su mente, y la emoción que eso provocaba no ayudaba a aclarar sus pensamientos. ¡Concéntrate! ¡Mantente ocupada! Esa era la clave, decidió. Para empezar, Timothy se iba de retiro esa noche, así que necesitaba organizarlo todo. También tenía planeada una reunión matutina con la madre y el niño pequeño, esperando animar a ambos, y, por supuesto, aún necesitaba más ideas para la fiesta de la iglesia, que se celebraría en solo un mes. Pero en ese momento, solo podía pensar en Timothy. Era como un niño; necesitaba una madre más que una esposa, sobre todo cuando viajaba. Empezó a entrar en un terreno peligroso al compararlo con Tyson. El macho alfa por excelencia que había recorrido el mundo boxeando. “Arregla a tu marido”, se dijo. “Luego, arréglate tú”. La mañana había sido estresante, pero al menos había sido una distracción. Finalmente, el coche de Timothy arrancó y él se dirigió a su retiro. «Un grupo de hombres sentados en silencio durante veinticuatro horas», se burló para sí misma, pero Alison se sintió un poco mejor; había cumplido con los deberes de una buena esposa de vicario, y eso era un buen comienzo. Sonrió al escuchar el crujido de unos neumáticos y el motor acelerando a fondo. Ese era su Timothy. En ese momento, sonó su teléfono. Sin siquiera pensarlo, lo sacó del bolsillo y contestó. —Tengo entendido que tu marido no estará esta noche —dijo una voz. Supo de inmediato que era Tyson. Casi se le cae el teléfono. La tentación de colgar inmediatamente se enfrentó a la ridícula sensación de que sería grosero hacerlo, pero la curiosidad, la emoción o quizás algún pensamiento más oscuro hicieron que su dedo se apartara del pequeño botón rojo en la pantalla. —Sí, se fue a San Gabriel a un retiro —respondió Alison. ¿Por qué demonios estaba explicando? Y estaba hablando demasiado alto para estar en la calle. Así que, al escuchar, corrió adentro y, con un profundo suspiro, cerró la puerta con la espalda apoyada en ella. —Bien —dijo Tyson—. Tienes mis llaves. Ven —dejando en claro que no era una simple solicitud. Cuando Alison no respondió, él añadió—: Ponte algo bonito. Tienes treinta minutos. La llamada se cortó antes de que pudiera decir nada, dejándola de pie en medio de la cocina. Las palabras de Tyson resonaban en su mente: «¡Ven! ¡Ponte algo bonito! ¡Treinta minutos!» Se repetía eso mientras el corazón le palpitaba con fuerza. Con manos temblorosas, colgó el teléfono y se quedó mirando el jardín. Estaba iluminado, el césped corto brillaba con el rocío de la mañana. El seto proyectaba sombras largas y pulcras. Todo parecía tan normal. Momentos después, se encontró en el dormitorio, rebuscando entre los percheros. Lo único "bonito" que tenía, que se acercaba a lo que buscaba, era un vestido de algodón azul marino, hasta la rodilla. Estaba escondido en la parte trasera, sin usar. Bueno, lo había guardado desde que se mudó aquí. Se lo puso, acompañándolo con medias y unos zapatos planos, luego se arregló el pelo y se maquilló. Optó por una coleta y aplicó un ligero toque de colorete. Mientras lo hacía, era muy consciente de que tenía treinta minutos. Sabía que era una locura hacerle el favor, pero cogió su abrigo y las llaves, y salió. Segunda parte Veintinueve minutos después, entró en casa de Tyson y lo encontró sentado, esperándola en el salón. Durante el trayecto, dejó caer las llaves en un cuenco lateral, prometiéndose que las dejaría allí. Él se puso de pie cuando ella entró y la ayudó a quitarse el abrigo. Había estado ensayando lo que diría y cómo terminaría esa situación, pero ese gesto la desorientó, especialmente cuando sus dedos rozaron su cuello. Dio un paso atrás y dejó caer el abrigo en un lado descuidadamente. —Tyson —lo llamó. —¿Medias? —preguntó, con desaprobación—. ¡No, no, no! ¡Quítatelas! Se quedó parada un momento, con las piernas rígidas, tratando de procesar lo que le decía. Vio cómo su mirada bajaba hacia el dobladillo de su vestido y él asintió lentamente, sus ojos fijos en ella. Se agachó y ajustó el vestido azul marino por encima de las rodillas. Luego comenzó a quitarse las medias torpemente, maldiciéndose a sí misma por haber elegido las más gruesas que tenía. Se le pegaban a las espinillas. Tuvo que balancearse sobre un pie y luego sobre el otro, dejando al descubierto un muslo pálido con cada movimiento. El aire fresco de la habitación acarició sus piernas desnudas. —Mejor —dijo Tyson—. Y los zapatos. Prefiero que uses tacones. Dudó un instante, pero finalmente también se los quitó, apilándolos junto a la puerta. Sus dedos se encogieron en la mullida alfombra. Todo esto estaba tan mal, pero no podía detenerse. Se repetía que lo hacía para devolver las llaves, para culminar todo, pero su cuerpo la traicionaba; sus mejillas ardían y su pulso se aceleraba en el cuello. Juntó las manos, sintiendo la presión del momento. Él le hizo una señal para que levantara la falda de su vestido. Cuando lo hizo, él le preguntó: —¿Por qué escondes las mejores piernas del pueblo? Alison no pudo responder. Simplemente se quedó allí, parada, mientras Tyson se acercaba y le tomaba la mano al pasar. Sus piernas estaban pegadas al suelo mientras él extendía el brazo. Solo cuando ya no pudo hacer nada, se dio la vuelta y lo siguió. Él la condujo hacia arriba, a su habitación, mientras su corazón latía con fuerza y ella intentaba recordar que había venido a devolver las llaves y marcharse. —Yo... —empezó, deseando poder decir que no, que quería detenerse o algo que le hiciera parar, pero no encontraba palabras. En su lugar, dejó caer los brazos a los costados, mientras Tyson bajaba la cremallera de su vestido, que cayó al suelo, y, un instante después, su sujetador hizo lo mismo. Bueno, al menos lo había desabrochado. —Siéntate —dijo, señalando el gran sofá que estaba en medio del dormitorio. Se sentó como le indicaron. Los cojines del sofá eran profundos, de cuero viejo, que se hundían bajo su peso y luego volvían a la vida. La habitación estaba llena de luz natural, nítida y fría, destacando cada imperfección de su vientre y muslos. Cruzó las manos sobre su regazo, consciente del rubor que se extendía desde su pecho hasta su mandíbula. Pero él estaba enseguida a su lado, colocando una de sus piernas sobre las suyas y acariciando la parte interior de su muslo mientras, con la otra mano, le sujetaba la cabeza mientras la besaba profundamente. Quizás hubo un par de besos la primera vez, no estaba segura, pero esto era diferente; era un beso de verdad. Su lengua era insistente y exploradora, sus manos nunca se detenían. La mente de Alison se llenó de pensamientos encontrados: cómo debía poner fin a esto, cómo había venido solo a devolver las llaves, cómo el ardor de su palma en su muslo desnudo la llenaba de deseo y vergüenza. Pensó en Timothy, siempre tan delicado con sus caricias, tan cuidadoso como si fuera de cristal, y trató de recordar cómo alguna vez eso la había satisfecho. Por supuesto, nunca lo hizo. Las manos de Tyson vagaban sin prisa, ásperas y sin esfuerzo, explorando cada centímetro de su piel. La empujó contra el sofá y bajó su rostro hacia sus pechos, tomando un pezón entre sus labios y tirando de él hasta que le hormigueó y le dolió. Ella se arqueó hacia él, buscando su cabello antes de poder detenerlo. Él rió contra su piel, un sonido profundo que vibró en la suave carne de su pecho. ¿Había adivinado lo que había venido a hacer y se reía de cuán fácil había sido vencerla? Ese pensamiento se desvaneció cuando su boca se deslizó por su piel, su barba incipiente rasguñando su costado y abdomen, y Alison se estremeció, deseando escabullirse, deseando empujar su cabeza aún más hacia abajo. Él se detuvo en la curva de su cadera, mirándola con esos exasperantes e insondables ojos, y luego le recorrió la lengua por la cara interna del muslo. Ella se tapó la boca con una mano para ahogar el gemido involuntario que escapó cuando él hundió su rostro entre sus piernas.
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