El bar había resultado demasiado aburrido, sus amigas sólo hablaban de la ropa que habían comprado y del celular que querían comprarse. Al cabo de unas horas decidieron continuar la noche en un boliche de moda cercano.
Matilda se retocó el maquillaje, acomodó el top n***o que llevaba puesto y se puso la campera de cuero para salir del lugar. Sus amigas divertidas seguían hablando en un tono elevado y compartían unas latas de cerveza que se habían llevado del bar. Ella no tomaba, podía ser rebelde pero no era tonta, sabía que no debía manejar si tomaba. Por otro lado, recordaba tan poco de las noches en las que se había pasado de copas que prefería no hacerlo. El alcohol primero la alegraba, pero al cabo un corto rato, la sumergía en la más profunda tristeza, de la que ni las lágrimas podían liberarla, dado que ni siquiera en esos momentos se dignaban a salir.
Llegaron al boliche y dejaron sus cosas sobre una de las mesas, para zambullirse directamente en la pista de baile. Se movían con gracia y se mostraban provocativas. Matilda solía cerrar sus ojos cuando un tema le gustaba y abría sus brazos como esperando algo de alivio a su amargada vida.
De repente, un joven la tomó de la cintura y cuando ella giró le ofreció su mano para que bailaran juntos. Mati le sonrió, lo había visto antes, pero no recordaba de dónde.
-¿Estudias en la Universidad del Salvador, no? – le preguntó el joven acercando su boca a su oído.
Matilda asintió con una escueta sonrisa.
-¿Qué carrera?- volvió a preguntarle el joven.
-Economía.- dijo ella con algo de amargura en su voz, que no fue registrada por el joven, quien sólo estaba interesado en tenerla más cerca.
-Yo estudio abogacía. ¿Vas a ir por la mañana o por la tarde este año? – volvió a preguntarle mientras Katty Perry sonaba en los parlantes.
Matilda, soltó la mano del joven y comenzó a bailar con soltura y euforia. Amaba a esa cantante y no lo disimulaba, cuando el tema terminó volvió a mirar al joven que lucía entre sorprendido y entusiasmado. Era delgado y alto, con el cabello castaño y un corte prolijo que le daban un buen marco a su rostro, Sin pensarlo demasiado se acercó y le dio un beso en los labios, corto pero certero. Cuando se separaron él no podía dejar de sonreír, intentó volver a besarla pero ella se lo impidió.
-Acá no, seguime.- le dijo ella y tomándolo de la mano lo guió hasta un sector más oscuro del lugar.
El joven la apoyó contra una de las pegajosas paredes del lugar y comenzó a devorarla, era un beso desesperado, apurado y exuberante que, aun cerrando los ojos, resultó demasiado para Matilda. Solía dejarse llevar en las noches en las que salía, prefería evitar las largas charlas sin sentidos, donde cada uno alardeaba de lo que pensaba conseguir y disfrazaba de importancia el hecho de ser estudiante. Si el chico le gustaba, prefería intentarlo, sin demasiado preludio.
Había besado suficientes chicos en los últimos años y sin embargo aún no le encontraba el sentido. Ni mariposas, ni fuego, ni algo parecido a lo que le habían dicho que debía sentir. Y esa noche, no era la excepción. Cuando el joven, de quien ni siquiera sabía el nombre, debido al alto volumen de la música, comenzó a bajar su mano para depositarla sobre sus pechos, se dijo a sí misma que era suficiente. Lo apartó con una sonrisa.
-Perdón pero ya tengo que irme. - le dijo despegando su espalda de la apestosa pared en la que había sido presionada minutos atrás y sin darle oportunidad alguna lo dejó demasiado excitado como para reaccionar.
Recorrió la pista con su vista hasta que por fin encontró a una de sus amigas.
-Ya me voy, Cloe, ¿Dónde están las demás? - le preguntó en un tono alto para que pudiera escucharla.
-¿ Ya te vas? Pero si es temprano.- le dijo Cloe tomando su brazo para que la acompañe a bailar.
-No, en serio, no tuve un buen día, prefiero irme. - dijo soltándose de su amiga.
-Bueno, como quieras, las chicas están con sus chicos, no creo que quieran irse todavía.- respondió Cloe volviendo a bailar desprejuiciada.
-Ok, despedime de ellas entonces.- y sin esperar respuesta salió del boliche.
Había dejado su auto a un par de calles, que en la madrugada se tornaron un poco más lúgubres de lo que recordaba. Apresuró su paso y por fin abrió el auto a la distancia. Emitió una risa seca al ver los envases vacios que sus amigas habían dejado en el asiento trasero y cuando por fin se sentó y abrochó su cinturón, un hombre golpeó su ventana.
-¿Me da una moneda señorita?- dijo el vagabundo, logrando que su corazón comenzara a latir acelerado.
-Perdon, no tengo.- le respondió sin bajar su ventana, moviendo los brazos para mostrarle que era cierto.
Entonces un auto con, al menos, cuatro ocupantes se detuvo a su lado. El joven con gorra de los Nicks que ocupaba el asiento del acompañante casi sacó su cuerpo por la ventana.
-¿Qué pasa morocha? ¿No queres ayudar a un anciano? Vení que nosotros te castigamos.- gritaba arrastrando las palabras mientras su asquerosa boca parecía perder algo de saliva con cada sílaba.
Muerta de miedo, Matilda, encendió el auto y arrancó a gran velocidad. Dobló en la primera calle y pudo ver como el auto la seguía. Pasó el primer semáforo en rojo y sus manos comenzaron a sudar, intentó tomar su teléfono pero su búsqueda parecía inútil.
El auto se le puso a la par y uno de los jóvenes golpeó su ventana haciéndola estallar en mil pedazos.
Con su respiración acelerada y el corazón a punto de salir de su pecho, intentó pedir ayuda, pero el grito quedó ahogado en su garganta.
Sus ojos desorbitados, sus manos sudorosas apretando el volante, una bocina demasiado fuerte y luego…
Luego todo fue silencio y oscuridad.