Sus ojos comenzaron a abrirse lentamente. Sentía como si hubiese dormido durante varios días. Unas luces demasiado estridentes encandilaron su vista y casi instintivamente quiso utilizar sus manos para cubrirse. Sin embargo, el suero que se encontraba unido a su piel, cerca del pliegue de su codo, se lo impidió.
Intentó hablar pero su garganta le molestó demasiado para hacerlo, recorrió el lugar en el que se encontraba con la mirada y pronto reconoció la voz de Hector en algún lugar cercano a la cortina que separaba la cama en la que yacía del resto de la sala de guardia.
-Pueden pasar a verla.- dijo alguna de las tantas enfermeras que se movían de manera estudiada por el lugar y entonces la pesada tela plástica se movió y sus ojos se encontraron con los de su madre. Norma lloraba, pero su mirada no era desesperada, guardaba en su lugar algo gris que Matilda jamás había visto.
-No se que pasó.- dijo por fin, estirando la guìa de suero para pasar sus dedos por el abultado hematoma que tanto le dolía en la frente.
-No me extraña, con la cantidad de alcohol que había en ese auto, más me sorprendería que lo recordaras.- se adelantó Hector a decir, con la misma arrogancia con la que solía dirigirse a ella.
-Yo no…- comenzó a explicar Matilda, pero su madre levantó ambas manos para que nadie continuara.
-Ahora no, por favor, los médicos dijeron que podes regresar a casa. ¿Te sentis en condiciones de caminar o pido una silla?- dijo Norma, sin poder sostenerle la mirada a su hija.
-Mamá, te juro que yo no tomé nada, unos hombres…- continuó Matilda sin responder lo que le había preguntado, suplicando internamente que vuelva a mirarla.
-Dije que ahora no. Ya habrá tiempo de hablar.- y dándose vuelta se dirigió a una de las enfermeras.
-¿Podrá conseguirnos una silla de ruedas para llevarla hasta el auto, por favor? -
Matilda se incorporó en la cama y bajó ambos pies, los cuales, a su pesar no llegaron a tocar el suelo.
-Puedo sola. Si me sacan esto, ya podremos irnos.- dijo señalando las gasas que cubrian la vía por la que recibía la medicación.
Como si el aire pudiera cortarse con un cuchillo, la tensión los rodeó de nerviosismo. En cuanto la enfermera hizo lo que le habían indicado y una doctora joven le dio algunas indicaciones a su madre, Matilda se puso de pie y tragándose el dolor que invadía todo su cuerpo caminó sin pausa ni ayuda hasta el auto de su padrastro.
Entraron al departamento poco después y mientras encendían algunas luces, Matilda continuó hasta su habitación. Esa noche ni siquiera cerró la puerta, tenía la certeza de que nadie se acercaría a verla.
A la mañana siguiente, cuando la claridad comenzó a colarse por su puerta, se levantó lentamente y aun con su cuerpo dolorido, se dirigió hacia living, donde esperó pacientemente a que su madre se despertara.
-Buenos días ¿Cómo te sentís? - le preguntó Norma horas después, sin acercarse demasiado.
-Bien. Quería explicarte que fue lo que pasó, mamá, yo…- comenzó a decir, pero al ver que su madre lloraba desconsoladamente, apretó sus labios sin saber bien cómo continuar.
-Hija, ya no sé que más hacer… Traté de darte tiempo, espacio, todo lo que pedíste y sin embargo con vos siempre es lo mismo. Cuando vi cómo quedó tu auto, sentí que moría. ¿Por qué no puedo ser una buena madre para vos? ¿Qué es lo que queres, hija? ¿Hasta dónde pensás llegar?- Hablaba sin mirarla, se había sentado en un borde del sillón y secaba sus lágrimas con el dorso de su mano.
Entonces apareció Hector y luego de abrazar a su mujer miró a Matilda.
-¿Ya le dijiste?- preguntó, como si fuera un policía a punto de realizar un arresto. Norma negó con la cabeza.
-¿Queres que lo haga yo?- volvió a preguntarle Hector.
-No, lo voy a hacer yo. Déjanos solas por favor.- le dijo una vez que pudo contener sus lágrimas.
Matilda permanecía inmóvil con sus labios apretados y su madre esta vez se le acercó.
-Ya me informaron que perdiste el año de la facultad.- comenzó a decir y al ver que su hija iba a hablar, levantó su mano para que no lo hiciera.
-No, Matilda, dejame terminar. Tomamos una decisión y no está sujeta a discusión. Tu tía Ana sufrió una caída y se quebró su brazo por lo que va necesitar a alguien que la asista y como vos no tenes nada que hacer la vas a ir ayudar. - pronunció las palabras como si lo hiciera de memoria, sonaban tan ajenas que tuvo que mirar sus labios para saber que era su madre quien hablaba.
-¿Qué decís mamá? ¿La tía Ana? ¿Tu hermana? - preguntó aun sin poder lograr que su madre la mirara.
-Si, necesita ayuda. - dijo con falsa suficiencia.
-Pero la tía Ana... vive en Bariloche. - dijo Matilda, sin terminar de comprender lo que su madre le estaba diciendo.
-Mamá yo no tuve la culpa del accidente, te juro que me perseguían…- se había incorporado y había tomado a su madre del brazo. De repente, tenía la necesidad de que le creyera.
-No es sólo el accidente, Mati, en verdad creo que un poco de distancia nos va a ayudar a todos.- le respondió su madre, por fin mirándola a los ojos.
Matilda quiso patalear, luchar y resistirse, pero la mirada de su madre fue un jaque mate. Por fin descubrió que era lo que cargaba. Por primera vez en su corta vida vio decepción en los ojos de la persona que más amaba en el mundo y ya no pudo con eso.
Luego de un largo silencio, acaricio el brazo de Norma.
-Está bien mamá, si es lo que queres, me voy.- sentenció mientras se ponía de pie y abandonaba la sala sin poder volver la vista atrás.