Azalea entró. En el centro de la habitación se encontraba Lord Sheldon. Por un momento casi le pareció increíble que él estuviera allí… ¡Se imaginó que estaba soñando! Pero, cuando la puerta se cerró tras ella, él extendió los brazos y ella corrió a su encuentro. Hundiendo el rostro contra el hombro de él, Azalea sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos y empezaban a correr por sus mejillas. Una felicidad indescriptible inundaba todo su ser, pero no podíacontener el llanto que sacudía su cuerpo. —Tranquilízate amor mío. ¡Ya estás a salvo! Lord Sheldon le desató el velo que cubría su cabello y lo arrojó al suelo. —¡Es estoy tan… sucia!— exclamó Azalea incoherentemente. —¡Me daría lo mismo que estuvieras cubierta de lodo de la cabeza a los pies!— comentó Lord Sheldon—, pero sé

