Han pasado casi dos años desde aquel día en que todo cambió. Dos años desde que me atreví a abrirle el corazón a Daniel, esperando escuchar esas palabras que tanto anhelaba: que me amaba, que quería casarse conmigo, que íbamos a construir un futuro juntos. Pero lo que obtuve fue algo muy distinto, casi cruel en su ternura. —Quiero que seamos amigos —me dijo con una mirada limpia, sin sospechar que acababa de romperme en mil pedazos. No pude quedarme. No después de eso. Con el alma hecha trizas, recogí mis cosas y me marché. Regresé a Nueva York, a la vieja casa de mi abuela, donde nadie sabia que teníamos esta casa. muy lejos de nuestro antiguo hogar, al otro lado de la ciudad. Siempre encontré refugio en mi infancia. Mi hermana menor, Mia, me esperaba con la alegría inquieta de sus diec

