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Emma mia

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venganza
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Descripción

Emma Sato es una joven muy hermosa y peligrosa, criada como heredera de la mafia Yakura de Corea. Su vida cambia por completo cuando su padre muere de manera inesperada. A partir de ese momento, Emma debe ocupar su lugar y liderar la organización, enfrentándose a enemigos, traiciones y decisiones que pondrán a prueba su fuerza y su corazón.Pero mientras enfrenta la desconfianza de su propio clan, Emma también debe prepararse para enfrentarse a su mayor enemigo: un hombre peligroso, obsesivo y decidido a destruirla… o a poseerla.

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La caída del Shogun
Mi nombre es Emma Sato.Mi padre, Takumi Sato, ha sido el líder de los Yakuras durante casi treinta años. Él me enseñó a ser fría, disciplinada, a desconfiar del mundo y a no mostrar debilidad jamás. Crecí bajo su mirada severa, aprendiendo a moverme en silencio, a analizar cada gesto y a mantener mi corazón blindado. Mi madre, en cambio, es Alma Santoro, y me enseñó todo lo contrario. Ella me regaló la capacidad de sonreír, de ser amorosa, de ver el mundo con un poco de luz incluso cuando todo alrededor está hecho de sombras. A veces todavía me pregunto cómo dos personas tan opuestas pudieron enamorarse. Mi madre viene de Chicago. Su padre es Max “el Sangriento”, el hombre que mató a su propio padre para levantar su imperio y mi abuela es Vicenta Aguilar, sí, esa Vicenta Aguilar: La Karovela, la mujer más hermosa y letal de su tiempo, capaz de mover ejércitos con una sola orden y hacer temblar ciudades enteras. Con un linaje así, jamás tuve elección.Nací para ser un arma y nací para liderar. Mi padre es el Shogun, el líder absoluto de los Yakuras, y desde que tengo memoria me ha entrenado para convertirme en su sucesora. Soy su primera hija, su orgullo silencioso, y aunque tengo hermanos menores, él confía en mí más que en nadie. Esa confianza pesa… pero también me sostiene. En mi familia todo es complejo, afilado, lleno de historias que se cruzan. Está Riku, hijo de la antigua esposa de mi padre, Ayaka. Mamá y papá lo adoptaron cuando era pequeño, y aunque no compartimos sangre, Riku es más Sato que muchos hombres que han derramado sangre por este clan. Es serio, reservado, y me mira como si esperara que algún día el mundo entero se derrumbe sobre mí. Y luego están los gemelos de diecinueve años: Alaric, el intenso, con esa mirada celeste de mamá que siempre parece estar a un segundo de la furia y Andrey, el más pequeño por minutos, pero igual de letal, idéntico a su hermano en todo excepto en la forma de sonreír. En este momento me encuentro entrenando en el gimnasio de mi casa, dentro de la mansión que alguna vez perteneció a los rusos. Aún huele a historia, a pólvora y a sangre antigua. Las paredes conservan cicatrices que nunca quisimos borrar; son recordatorios silenciosos de lo que pasó aquí durante la Guerra de un Año. La guerra en la que la Bratva —la mafia rusa— fue completamente extinguida o eso creímos. Fue Nikolaos Konstantino, el zar griego, quien los aniquiló uno por uno para ganarse el corazón de mi abuela Vicenta. Los aplastó sin piedad, quemó sus alianzas y borró su nombre del mapa. Y cuando el último ruso cayó, Nikolaos puso a los Sato en el poder. Desde ese día, los Yakuras y los Konstantino dejaron de ser simples aliados: se convirtieron en un mismo filo. Además de aliados son familia porque mi tía —la hermana de mi madre— terminó casándose con Stravos Konstantino, sobrino de Nikolaos y le parió cuatro hijos. Estaba boxeando, descargando toda mi furia contra el saco, cuando escuché el suave eco de tacones acercándose. Me giré y ahí estaba mi madre. Cabello oscuro, suelto, brillante… y esos ojos celestes hermosos que siempre me recuerdan a mi abuela. Son la misma imagen, como si el tiempo hubiese retrocedido. Y yo… yo soy idéntica a ellas, excepto por mis ojos: negros, profundos, herencia directa de mi padre. —Cariño, te he traído un jugo —dice con esa voz dulce que siempre logra romper mis defensas. Se acerca despacio, observándome con ternura—. Debes estar agotada. Me limpio el sudor de la frente con el dorso de la mano. Mi pecho sube y baja rápido, no por el ejercicio, sino por la rabia que me arde adentro. —Estoy enfadada —dije, mirándola fijo—. No cansada. —Cariño, no todo es sangre, poder y armas… —dice mi madre con esa paciencia infinita que a veces me desespera—. Sé que estás enojada con Alessia. Rodeé los ojos con un suspiro áspero, como si la sola mención del nombre me irritara aún más. Mi madre ríe suave, recordando algo que solo ella puede ver. —Yo también me peleaba con Amina —confiesa, divertida—. Pero tus primas son lo más cercano a una hermana que tienes, Emma. Y aunque veas a Luna y a Alex enamoradas. —Embobadas —la interrumpí, molesta—. Esos musulmanes las tienen embobadas… pero no me importa. Mi madre frunce los labios, ocultando una sonrisa que claramente quiere escapar. A ella le parece tierno.A mí me parece ridículo. —Emma… —dice, acercándose un poco más, como si buscara tocarme el hombro o al menos suavizar mi furia—. No puedes pelearte con todos cada vez que algo no te gusta. —No me peleo con todos —gruño—. Solo con quien se lo busca. —También me gustaría verte así… —dice mi madre con suavidad—. Mira a Alex. No las estoy comparando, pero mírala: está casada, con dos niños y Luna se veía radiante con Jahandar. Aunque ella lo oculte, yo conozco a mis sobrinas. Me reí sin humor, dejando caer los guantes al piso con un golpe seco. —Y Lucía hecha mierda por el italiano —solté, cruzándome de brazos—. Tu dichoso amor, madre, también tiene su lado oscuro. Te destruye y yo soy demasiado fuerte para verme destruida… y mucho menos por algo tan simple como un hombre. Ellos no valen la pena. Mi madre parpadea, herida por mis palabras pero sin perder esa ternura que siempre intenta envolverme.Yo, en cambio, me siento como un muro: fría, firme, inquebrantable. Ella suspira. —Emma… —Es la verdad —la corté, sin suavizar el tono—. No necesito a nadie para estar completa. Mucho menos a un hombre que pueda romperme. Mi madre baja la mirada por un instante, como si recordara viejas heridas que aún le arden, pero yo no soy ella.Yo no pienso doblarme, ni por amor, ni por nadie. —Yo no nací para ser la debilidad de nadie. Ni para que alguien sea la mía. Mi madre sonríe… triste, pero también un poco orgullosa. Las dos escuchamos el sonido firme y pesado de botas acercándose por el pasillo. Riku apareció en la puerta, con el chaleco antibalas, la camiseta negra pegada al cuerpo y el cabello oscuro revuelto como si hubiera corrido todo el camino. Sus ojos negros —idénticos a los de mi padre— ardían. —¿Qué pasa? —indagué, secándome las manos y poniéndome derecha. Riku respiró hondo, intentando controlar la tensión en su mandíbula. —Han atacado… —dijo, y su voz retumbó en la habitación. —¿Dónde? —pregunté, ya caminando hacia él. —La Isla Kuroshima —respondió sin titubear—. Y no solo eso… también hubo movimiento extraño en Hajime-no-To y señales de fuego en Isla Akebara. Parecen ataques coordinados. Mi madre se llevó una mano al pecho. —Vamos a apoyar a papá —dije mientras me colocaba el chaleco antibalas que uno de los empleados me entregó. Ajusté las correas con manos firmes y tomé mi arma. Riku asintió sin decir nada. Ambos sabíamos que había que moverse ya.En cuestión de minutos estábamos en el helicóptero, el viento golpeando fuerte contra las hélices mientras nos elevábamos directo hacia donde estaba mi padre. Apenas aterrizamos, el caos nos envolvió. Había varios hombres armados, pero no parecían rusos. Sus uniformes, su forma de moverse, sus tácticas… nada coincidía con la Bratva.No importaba quiénes fueran. Estaban en territorio Yakura. Levanté mi arma y comencé a disparar, moviéndome entre las sombras, esquivando balas, sintiendo el calor del metal mientras vaciaba el cargador. Pero entonces lo vi. Un cuerpo en el.Una figura que jamás debió caer.Mi padre. —¡Cúbreme, Riku! —grité, corriendo directo hacia él, con las balas silbando a mi alrededor. Riku respondió con fuego, abriendo paso. Yo me arrodillé junto a mi padre, la tierra húmeda bajo mis rodillas. Su piel se veía pálida, demasiado pálida, como si la vida se estuviera escapando en silencio. —Papá… responde, papá —susurré, sosteniendo su rostro entre mis manos—. Takumi. ¡Takumi! No tenía heridas visibles de bala. Nada. No sangraba.No respiraba. Apoyé mi oído contra su pecho, buscando el sonido que siempre me calmó de niña.Silencio absoluto y devastador. —No… no, no, no —murmuré, sintiendo cómo el mundo se quebraba bajo mis dedos—. Papá, por favor… por favor. Pero no escuchaba su corazón.No escuchaba nada. El Shogun…Mi padre acaba de caer. Notas del Autor: Hola, buenas noches. Este libro lo iré actualizando de a poco, así que les pido paciencia.Recuerden que forma parte de una saga, y si bien se puede leer de manera independiente —porque explico todos los detalles necesarios— siempre es más enriquecedor leer en orden. Orden recomendado de lectura: 1. Clan Aguilar: La hija ilegítima 2. La esposa de reemplazo del mafioso 3. Casada con un Santoro 4. En los brazos del Sultán 5. Emma Mia

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