La noche está en su mejor momento y siento una latente emoción que estoy seguro es por encontrarme con cierta arañita roja que se ha metido en mis pensamientos lascivos, como ahora que estoy recordando sus labios ardientes y sus caderas ansiosas mientras me ducho. Todas las ganas están reflejadas en mi dura erección, que ya he tenido que bajar con las manos, porque no siento emoción con los compañeros que he tenido recientemente. Me han informado dónde estará presentando su evento esta noche, así que pienso ir a quitar estas ganas que tengo de que esa araña me pique o me mate.
Termino de vestirme. El traje n***o que he elegido se siente como una segunda piel, y la plata bruñida de mi anillo de linaje brilla bajo la tenue luz de la lámpara. Hoy no vengo a negociar ni a hacer negocios; vengo por un solo objetivo que tiene nombre y un aroma a canela y pólvora. Emili. La Cazadora. Mi obsesión.
Llegamos al lugar. El club es una cueva de terciopelo y neón, un laberinto de cuerpos sudorosos y música atronadora. Voy a uno de los lugares VIP cerca de la pista, un balcón desde donde tengo una vista panorámica. Estoy a la caza de la mujer que me tiene en espera. La busco entre la multitud de rostros anónimos hasta que la localizo. Una mancha escarlata en la negrura de la noche.
De repente, la veo caminar de prisa entre la multitud, buscando lo que creo es la salida hacia uno de los callejones de afuera. Su andar es urgente, sus hombros tensos. Algo anda mal. Lo que no esperé ver fue al mismo perro real de Lucian detrás de ella. Mi mandíbula se aprieta. El idiota de Lucian, el Lycan Alpha que se cree dueño de la ciudad y de toda criatura sobrenatural, siempre en medio.
Rápidamente, busco ir hacia donde ellos salieron. Estoy seguro de que Lucian y su apretada y cuadrada cabeza están buscando pelea con la Cazadora. Acelero el paso, sorteando parejas que se besan y meseros atareados. Mi respiración se vuelve superficial; un tipo de rabia fría me recorre. Si ese chucho le ha puesto una mano encima, voy a tener que desmembrarlo en el mismo callejón.
Llego a la puerta de servicio que da a la pestilente boca del callejón. Me detengo antes de abrir, sintiendo el flujo de aire frío y húmedo que se cuela por la rendija. Y entonces, escucho. Una interesante conversación entre ellos. Los tonos bajos y graves de Lucian, la voz melódica, aunque tensa, de Emili.
—...No puedes seguir huyendo, Emili. Lo sientes. Lo hueles. No hay error en esto —la voz de Lucian es posesiva, retumbando como un trueno distante.
—Esto no es posible, Lycan. Necesito más explicaciones. Vuelve con tu manada —responde ella, su voz es un látigo, pero hay un temblor subyacente que me irrita.
Y luego, el golpe. La frase que revuelve mi estómago y enciende una alarma de fuego en mi cabeza.
—Eres mi pareja destinada mi luna, Cazadora. Eres mía, y te llevaré a casa eres la única que puede darle fuerza a la manada y evitar mi locura.
¡Nada más y nada menos que mi araña es la pareja destinada del cabezota del Lycan!
El silencio posterior es ensordecedor. Me quedo paralizado, la mano a centímetros del pomo de la puerta. Esto se pone cada vez más interesante, y también mucho más complicado, porque yo no estoy dispuesto a alejarme y de no matar las ganas que le tengo a la Cazadora. Emili no es una mujer de cuentos de hadas y destinados. Ella es una Cazadora, una solitaria, y odia profundamente a los Lycans. Lo sé. Lo he visto en sus ojos cada vez que uno se acerca demasiado.
Ahora tengo que esperar que Emili lo rechace para que, de una vez por todas, pueda eliminar a este enemigo. Sé que Lucian es fuerte, un Alpha imponente, pero el momento del rechazo entre los Lycan es su etapa más vulnerable, un dolor tan profundo que puede paralizar hasta al más fuerte. Esperar. Observar. Cazar. Mi plan acaba de dar un giro sangriento.
Se queda todo en silencio. Demasiado. El aire se siente cargado, denso, como si una tormenta eléctrica se hubiera detenido justo encima de ellos. Mi curiosidad me gana. El impulso de saber qué está pasando, de ver a Lucian destrozado, es demasiado fuerte para ignorar. Abro la puerta, con una lentitud premeditada, para descubrir que ya se han ido de allí.
El callejón está vacío. Solo quedan contenedores de basura, el olor a humedad y los grafitis en la pared. No hay rastros de ellos.
Mi sangre se hiela.
Rastreo cerca, concentrando mis sentidos, forzando mi visión nocturna, pero no logro dar con ellos. La esencia de Lucian, normalmente un olor a tierra húmeda y feromonas, es casi inexistente. Pero lo que me enloquece es la esencia de Emili. Es muy tenue, apenas un rastro de canela dulce, y me enloquece la idea de que ella lo haya aceptado.
¡Eso no puede ser!
No. Nunca ha pasado. Una Cazadora como ella jamás se uniría a un Lycan. Es una abominación para su código. Y, además, entre Emili y yo sé que existe algún tipo de conexión que no logro descifrar, un tirón magnético que es mucho más poderoso que cualquier ridículo 'destino' de perro sarnoso. Mi araña no puede haberme abandonado por ese cabeza cuadrada.
La rabia me incendia el pecho. Golpeo el muro de ladrillos con el puño cerrado, sintiendo el dolor familiar y bienvenido que me devuelve a la realidad. No han huido juntos. Él la ha raptado. La ha forzado. Esa es la única explicación que mi mente, inundada de celos y posesión, permite.
Me doy la vuelta, saliendo del callejón y volviendo a la oscuridad del club. Me dirijo a mis hombres.
—Encuéntrenlos —gruño, mi voz convertida en grava—. Que revisen cada guarida de Lycan en la ciudad. No quiero un pelo de esa araña sin vigilancia. Y si la encuentran con Lucian, no lo maten de inmediato. Quiero que él sienta el rechazo de ella antes de que yo le dé la estocada final.
La caza ha cambiado. Ahora es una carrera contra el tiempo, contra el destino, y contra un Alpha que ha osado reclamar lo que es, por derecho, mío. Mi araña. Y no descansaré hasta que el veneno de mi deseo haya acabado con todo el que se interponga. Esto solo acaba de empezar.