Si algo aprendí desde ayer es que mi paciencia tiene un límite muy claro: cuando se trata de Valentina, no soy el hombre frío y calculador que todos creen. Con ella soy peligroso. Y cuando un hombre como yo se enamora… la sangre se vuelve fuego.
Entramos al despacho del gerente del banco. Y apenas cruzo la puerta, lo veo: Matteo Donatelli.
Lo conozco desde hace años. Universidad, fiestas, reuniones… un tipo brillante, encantador, ambicioso. Y con una debilidad notoria por las mujeres bonitas.
Por eso, cuando sus ojos se clavan en Valentina como si hubiera descubierto un tesoro perdido… el fuego me sube directo al pecho.
No me gusta nada.
—¿Usted es Valentina Ferrara? —pregunta avanzando hacia ella, demasiado seguro, demasiado cerca.
Antes de que ella hable, intervengo:
—Sí. Ella es la hija de Salvatore Ferrara.
Matteo me mira apenas, como si yo fuera un detalle irrelevante, y luego vuelve a centrarse en ella. Estrecha su mano… lento. Demasiado lento.
Su mirada recorre su rostro con descaro. Aprieto los dientes.
—Un placer conocerle, señorita Ferrara —dice—. Soy Matteo Donatelli, gerente del Unistar Bank. Siento mucho lo ocurrido con sus padres. Era muy amigo del señor Ferrara.
Siento un tirón en el estómago: Salvatore. Mi padre en todo menos en sangre. Pero ese no es el motivo por el cual mi mandíbula se está tensando así… Es Matteo. Y cómo la mira.
—Matteo, no tenemos mucho tiempo —interrumpo, dejando claro que sé su nombre y que lo uso porque lo conozco.
Valentina me mira sorprendida, deduciendo lo evidente.
—¿Ustedes dos se conocen? —pregunta.
Matteo sonríe, relajado… demasiado relajado.
—Sí. Alessandro y yo fuimos a la misma universidad. Éramos amigos, pero perdimos contacto hasta que volvió a aparecer con su padre. Fue agradable reencontrarnos.
Siento su mirada volviéndose a posar sobre Valentina. Como si ella fuera un premio que le gustaría disputar. Y cada segundo me gusta menos.
—Así es —respondo con frialdad—. Pero hoy no tenemos demasiado tiempo. Tenemos varias reuniones importantes en la empresa.
No es cierto. Y no me importa si Matteo lo nota.
—Por favor, tomen asiento —dice él, moviendo las sillas.
Valentina se sienta a mi lado. Yo ajusto la distancia solo un poco, sin que sea evidente… pero suficiente para que él lo note.
Matteo se sienta frente a nosotros y abre la carpeta.
—Me llegó la documentación legal. Usted, señorita Ferrara, es la heredera principal del señor Ferrara, junto a Alessandro como accionista minoritario. Felicidades, amigo.
Asiento sin mucho interés. No estamos aquí para que él actúe como si fuésemos viejos camaradas.
—Gracias, pero no venimos a hablar de eso —digo—. Valentina debe ser registrada como la nueva titular de las cuentas.
—Necesito sus documentos de identidad —indica Matteo.
Ella abre su bolso y se los entrega. Sus manos tiemblan apenas. Y el idiota lo nota.
No me gusta su mirada. Analiza. Escanea. Valentina no se da cuenta, pero yo sí.
Y es suficiente para encenderme los celos que no sabía que tenía.
—Ya vuelvo, iré por unas formas —dice Matteo, levantándose.
Cuando la puerta se cierra, me giro hacia ella, atrayendo su silla con la mía.
—¿No te diste cuenta? —pregunto en voz baja.
—¿De qué? —responde genuinamente confundida.
—De que te está devorando con la mirada.
Ella sonríe. Y mi furia se evapora al instante.
—Pues no me di cuenta… creo que eres exagerado. Y aun si lo estuviera haciendo, tú eres mi novio. A quien yo amo.
La palabra amo me golpea directo en el pecho. Y ese hombre que siempre controla todo… desaparece.
Tomo su rostro, lo acaricio despacio. No puedo resistirme.
—¿Por qué eres tan hermosa? —murmuro—. Me tocará soportar que todos te miren…
Ella ríe bajito. Un sonido que me vuelve débil.
—Eres exagerado.
No pienso más. Me inclino y la beso. Lento. Intenso. Fuerte. Como si ese beso fuera la única verdad en esta maldita vida.
Su cuerpo busca el mío. Sus labios se abren. Su lengua se enreda con la mía. Ella gime y mi cordura se tambalea peligrosamente.
Me obligo a detenerme. No por falta de ganas… sino porque si sigo, no lo hago frente a Matteo.
Me separo apenas.
—Si no me detengo ahora, no lo haré más —susurro—. Y no quiero que mi amigo vea cómo te levanto ese vestido…
Ella cruza los brazos, con esa mezcla de indignación y picardía que me enloquece.
—¿Pretendes que vayamos a la empresa después de esto?
Sonrío.
—Veremos… Por ahora, concéntrate en esto. Y hazme un favor… no te inclines sobre el escritorio. Mi queridísimo amigo podría sufrir un infarto con tu escote.
Ella ríe. Y yo quiero besarla de nuevo.
—Odio a los hombres celosos, pero tú… tú me gustas celoso —dice.
Me derriba. Nunca nadie me había derribado así.
Apenas alcanzamos a separarnos cuando Matteo vuelve a entrar. Y ahí estamos, como si nada. Respirando normal. Miradas limpias. Manos quietas.
Mentira.
Yo sigo pensando en estrellarlo contra una pared si vuelve a mirar a Valentina como si fuera suya. Ella, en cambio, tiene otra expresión:
La expresión de una mujer que acaba de descubrir lo que es quedarse con ganas.
Y créeme, principessa… yo también sé perfectamente lo que es eso. Y más aún: cómo solucionarlo.