IRRESISTIBLE

872 Palabras
Parece que hubiésemos estado horas dentro del banco, pero no. No ha pasado tanto tiempo. Lo que sí ha cambiado es mi percepción del tiempo desde que ella apareció en mi vida. Todo momento en el que tengo que pretender que no la amo… se vuelve eterno. Es como si todo en mí se hubiese reorganizado alrededor de Valentina. Y eso, aunque me fascina, también me inquieta. No por sentirlo… sino por distraerme de lo que tengo que hacer. La sigo hasta su oficina. Ella entra primero; yo cierro la puerta detrás de nosotros. La observo en silencio. Algo en su postura, en su respiración, me alerta. —¿Qué sucede, princesa? —le pregunto. Ella se gira y conozco esa mirada: intenta ocultar algo. —Nada… solo pensaba —miente, y mal. Camino hacia ella despacio. Me apoyo en el escritorio, colocando ambas manos a cada lado de su cuerpo. Ella queda atrapada entre mis brazos sin que la toque. Mi cercanía la pone nerviosa. Lo siento. Lo veo. Y lo disfruto. —Hace poco estamos juntos —digo—, pero ya puedo leerte. Desde que salimos del banco estás extraña. Ella suelta un suspiro, rindiéndose. —De acuerdo… —resopla—. Pensaba que todo esto que sentimos podría distraernos de nuestro plan, ¿entiendes? No dejo de pensarte. Y cada vez que no puedo expresarlo abiertamente me frustro. Siento… que perdemos tiempo. Sonrío. No porque no la entienda… sino porque su honestidad me toca un punto que no sabía que tenía. Toco su mejilla, suave, acariciándola con los dedos. —Princesa… nada de esto nos va a distraer del objetivo —digo. Me inclino y apoyo mi frente contra la suya—. Me pasa lo mismo que a ti. Quiero besarte todo el tiempo. Y cuando no puedo hacerlo porque debemos disimular… me frustro. Ella sonríe, tímida y provocadora a la vez. —Pero podemos ser adultos —continúo—. Saber cuándo y dónde podemos dejarnos llevar… y cuándo no. Al menos por ahora, ¿no crees? Apenas digo eso, ella muerde su labio inferior. Un gesto pequeño, involuntario… que me enciende entero. Instintivamente apoyo mis manos en su cintura y la deslizo un poco por el escritorio, acercándola más a mí. —Creo que lo que estás haciendo ahora indica lo contrario —se burla, enredando sus piernas alrededor de mi cuerpo. Río, bajo una mano por su muslo. —¿Y si lo llamamos un último desliz antes de las reglas? —propongo con voz baja, sugerente. —¿Qué reglas? —pregunta, sin apartar sus ojos de mi boca. —Las reglas laborales —aclaro—. De no liarnos aquí dentro para poder concentrarnos en lo que debemos hacer. —Una vez de vez en cuando no le hace daño a nadie —susurra, llevándose las manos a mi cinturón. Cierro los ojos un segundo. Esta mujer va a matarme. —Es usted muy contradictoria, señorita Ferrara… —le digo antes de tomar sus labios en un beso urgente. Y ahí lo pierdo todo. Su boca se abre bajo la mía, su lengua busca la mía, me hala hacia ella con fuerza. Mis manos suben por sus piernas, luego por su cintura, luego por su espalda. Ella desabrocha mi cinturón; yo subo su vestido como si fuese un estorbo. Cuando libero mi erección, su mano me envuelve y casi gimo contra su cuello. —Si me sigues tocando así… nos escucharán todos —le advierto, besando su piel. —No hay nadie en este piso —murmura, justo antes de gemir cuando aparto su ropa interior y la toco donde más quiere. Mi pulso se acelera. No puedo pensar. Solo sentir. —No tentemos a la suerte, princesa… —susurro, y sin darle tiempo a protestar, me hundo dentro de ella de un solo movimiento. Su grito ahogado contra mi hombro es suficiente para hacerme perder el control. —No te detengas… —me suplica aferrándose a mi espalda. —No podría hacerlo —respondo entrecortado, moviéndome dentro de ella con una necesidad que me quema. Sus piernas se cierran más alrededor de mí. Mis manos la sostienen firme. Su voz, su respiración, su cuerpo… todo es demasiado perfecto. No sé cuánto tiempo pasa. Un minuto. Un año. Una vida entera. Cuando finalmente llegamos juntos, la abrazo fuerte, respirando contra su cuello. —Te amo… —susurra. Mis ojos se cierran. —Y yo a ti… no sabes cuánto. Y justo entonces… DING. El elevador. Mierda. —Vístete rápido —le digo en voz baja, recuperando la cordura a la fuerza. Nos movemos como criminales. Recogemos ropa, ajustamos botones, luchamos con cremalleras. En cuestión de segundos estamos “perfectos”. O por lo menos… lo suficientemente decentes para no delatar que acabo de hacer el amor con la mujer que más deseo… sobre su propio escritorio. Valentina me mira, con las mejillas rojas, la respiración aún temblorosa. Y pienso dos cosas: Uno: estamos jugando con fuego. Dos: si alguien nos descubre, ese fuego nos va a quemar vivos. Pero aun así… No me arrepiento de nada. Porque sentirla así, tenerla así, amarla así… Es lo más real que he vivido jamás.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR