Abigail, mortificada, se puso colorada y casi cerró las piernas de vergüenza, pero se detuvo justo a tiempo, recordando mantener su v****a accesible para que el Sr. Desilva la acicalara.
—Hola, señor Kendrick —dijo ella con un gesto triste—, sí señor, hoy es mi primer día.
—¿La conoces? —preguntó Ryan sorprendido, peinando pensativamente el suave y húmedo cabello entre las piernas abiertas de Abigail mientras consideraba el mejor plan para realzar la apariencia de sus genitales externos, que se asentaban, como una joya de un rubor oscuro, en su lujoso engaste de piel.
Su vello púbico, recién lavado y acondicionado, ahora tenía un aroma dulce y un cuerpo atractivo, y él disfrutaba de la sensación de pasar las yemas de los dedos por sus rizos salvajes, amasando su brillo saludable como un
