No hubo palabras. Una de mis manos se posó en su cintura. Con la otra, agarré la base de mi v***a, para manipularla, y apuntar a ese orificio que me esperaba, palpitante. Me moví suavemente, invadiendo apenas unos milímetros esa zona prohibida. Comencé a sentir la presión en mi glande, y comprendí por qué era algo que no hacía con frecuencia. A simple vista, parecía imposible que mi v***a entrara por un agujero tan pequeño. Igual, empujé un poquito más, a ver hasta dónde aguantaba. Sentí su cuerpo tensarse por un instante. Lo noté, lo respeté, me detuve. Ella susurró un “tranquilo” muy bajito, y entonces supe que podía seguir. Que ese era el ritmo. Que no había apuro, que todo tenía que fluir. Y así fue. Cada avance, cada respiro, cada roce, estaba cargado de una intensidad que iba más

