—No te preocupes, dulce criatura —dijo, besando su estómago y volviendo la mirada a su coño—, haremos mucho más de eso pronto. Ella seguía de pie con las piernas juntas; a pesar de su disposición, era evidente que aún le quedaba un trecho por recorrer para sentirse del todo cómoda en este tipo de situaciones. Sin embargo, Martin no necesitaba que las abriera para lo que iba a hacer. Localizando su raja en la base de su exuberante monte de Venus, separó suavemente sus labios con los dedos, dejando al descubierto parte de su brillante carne rosada y su clítoris, visiblemente hinchado y que se abría paso obscenamente en la habitación desde debajo de su capuchón. Abigail se sonrojó furiosamente al ver cómo Martin la trataba con tanta naturalidad y aumentaba su exposición con tanta despreocup

